Por: Javier Quintero R/ Desde el siglo XVIII, las revoluciones industriales nos vienen convirtiendo un mundo alguna vez simple y limitado, en un sistema de interacciones cada vez mas complejo en el que, mientras la humanidad se desarrolla en muchas materias, disminuyendo la pobreza, curando enfermedades, mejorando la expectativa de vida, explorando planetas y abriendo una infinidad de posibilidades, nos desconectamos del propio mundo al olvidar que lo más elemental, como la familia, la naturaleza, la salud, son, a la larga, lo más importante para una vida plena.
El ser humano tiene la capacidad innata de extraer de las crisis, impensables elementos positivos, que no se habrían encontrado de no ser por ellas. La caída de Constantinopla marcó el inicio del renacimiento; de la Revolución Francesa el mundo obtuvo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; a raíz de la Gran Depresión en los Estados Unidos se creó el New Deal que innovó con la política social, y se desarrolló la política monetaria; grandes organizaciones se han creado a partir de oportunidades encontradas en épocas difíciles y no hay adicto que se recupere hasta que “toca fondo”.
De esta pandemia nos quedará la conciencia de que por muchos avances que logren nuestras sociedades, nuestra supervivencia y bienestar son tremendamente frágiles y dependen del respeto que tengamos por el medio ambiente, de la importancia de estar comandados por verdaderos líderes y no por charlatanes de pobre espíritu, del valor que le demos a la salud preventiva y a la sana alimentación, de poner en el lugar que merecen a quienes hacen los trabajos más difíciles que nos benefician a todos, y de la consideración que tengamos por los demás, la solidaridad y la compasión.
Recordando a Maslow, esta época nos hace descender en la jerarquía de necesidades y nos obliga poner a un lado los logros individuales, el reconocimiento por parte de los demás y a alejarnos de los círculos familiares y de amistad, porque nos vemos obligados a dar unos pasos atrás y vernos en la búsqueda de lo que hace muy poco dábamos por hecho: la salud, la comida, el sueño, nuestra seguridad física, el empleo o el ingreso familiar.
Volver a lo básico es encontrar regocijo en el tiempo compartido en familia, en las tareas de la casa; es volver a las lecturas aplazadas; es valorar y agradecer por lo mucho o poco; es el espacio para la conciencia sobre lo bueno, lo malo, y la gran posibilidad de replantearse. Volver a lo básico es reconectarnos con nuestro planeta y con lo esencial. La crisis pasará y el mundo complejo volverá.
No extrañaremos las restricciones ni el distanciamiento, mucho menos el golpe económico, pero como comunidad nos prepararemos mejor para cuando ocurra de nuevo, y en todo caso, cuando recordemos esta etapa, llegarán también las añoranzas. Esa época única en la que tuvimos el tiempo y el espacio para encontrar y recordar la belleza, la importancia y el poder de lo simple.
*Economista, MBA
Twitter: @javierquinteror