Por: María Isabel Ballesteros/ La primera asociación que hacemos de una fecha como el 20 de julio es con el concepto de “independencia” y de algún modo es normal, pues este día fue instituido como la celebración patria más importante de nuestro país, porque dimos ese primer paso hacia la libertad y que fue plasmado en un acta, al parecer la más importante, donde quedó manifiesto no solo el inconformismo, sino el más vivo deseo de justicia, igualdad y participación en el manejo de nuestro destino.
Sin embargo, muchas de las ideas que tenemos de los hechos históricos no siempre son las más precisas, pues en realidad antes del 20 de julio de 1810 algunas provincias o ciudades como Santa Cruz de Mompox, ya habían declarado su total emancipación de España, hecho que no fue debidamente reconocido, pues el acta firmada en Bogotá, si bien proclamaba autonomía para los criollos siguió reconociendo la autoridad del rey.
Por ello, el 20 de julio es más una fecha simbólica que dio inicio a nuestra consolidación como república, la cual se vio muy afectada por las pugnas entre federalistas y centralistas, sentando solo después de 9 años y gracias a las “batallas” de la campaña libertadora, nuestra verdadera independencia.
Desde entonces los pueblos indígenas, los afrodescendientes y las mujeres, por mencionar solo algunos grupos que participaron activamente en estas primeras luchas, han logrado muchas victorias, sin dejar de reconocer el sinnúmero de personas comunes e ilustres que ofrendaron sus vidas por la búsqueda de la libertad.
Por este motivo son absurdas aquellas afirmaciones de que los de derecha actuamos como “borregos” y no entendemos la relevancia que tienen las revoluciones, lo cual dista completamente de la realidad. Aunque la violencia no se justifica y menos en estos tiempos modernos, no podemos desconocer que en el pasado corrió mucha sangre para robustecer los diferentes tipos de democracias, que con sus debilidades o fortalezas son el sistema político que mejor garantiza a los individuos su libertad y sus derechos, en todo el mundo.
Esta es la razón por la cual no podemos ser indiferentes ante los ataques que amenacen con desestabilizar lo que con tanto sacrificio hemos cultivado, también en nuestra nación, incluso tratándose de reclamaciones justas, pues una cosa es la lucha contra la desigualdad, la pobreza o la corrupción y otra, muy distinta, menoscabar en el modelo democrático y las instituciones que lo representan.
La democracia nos ha brindado mecanismos de participación que nunca tuvieron los pobladores del Reino de la Nueva Granada, por eso, quienes afirman que estamos “bajo un régimen” no solo ignoran la historia de la colonia, sino los conceptos políticos básicos y las experiencias en estados totalitarios como Venezuela o Cuba, donde el poder de elección de los dirigentes está completamente manipulado o no existe, y donde la lucha social tiene todo por hacer.
En los sistemas democráticos, el dialogo para brindar soluciones a lo que nos afecta a todos debe ir de la mano de la participación ciudadana y aunque seguimos repitiendo, hasta la saciedad, que “somos una democracia representativa y no participativa”, no hemos hecho lo posible para cambiar este paradigma, como sí lo hicieron nuestros compatriotas el 20 de julio de 1810.
De lo contrario, no permitiríamos que el abstencionismo en nuestro país, mayor al 50%, fuera el gran vencedor en nuestras elecciones o al no sentirnos representados por quienes nos lideran, no ignoraríamos el poder del voto en blanco, que se nos concedió desde la Constitución del 91, y al que hemos despreciado por creerle más a los mitos que se han tejido a su alrededor.
En cambio, sí parece que del 20 de julio insistimos en conservar intacto el Florero de Llorente, pretexto de esa vieja táctica política que consiste en provocar la perturbación del orden público, para tomarse el poder, y desatar con acciones de hecho todo el descontento social, lo que en la actualidad no va a poner fin a los problemas de base del país, mientras terminan utilizándonos, al pueblo, como víctimas y victimarios.
Han pasado 211 años y aunque hemos logrado constituirnos como Estado-nación y un territorio soberano, lo cual sigue en discusión, es claro que no hemos aprendido de las lecciones del pasado y seguimos sin hacer “acuerdos sobre lo fundamental”, conforme expresó para la posteridad Álvaro Gómez Hurtado; con las mismas tensiones internas de hace más de dos siglos y pretendiendo resolver muchos de nuestros conflictos sin marginar la violencia.
Por esto el 20 de julio sigue siendo para Colombia como una melodía inconclusa que, si tuviera letra, sería la del famoso poema Camino de la Patria, del cual traigo a la memoria algunos versos, como una ofrenda de respeto y reflexión para mi país, en un día tan importante como este:
“Cuando se pueda andar por las aldeas
y los pueblos sin ángel de la guarda.
Cuando sean más claros los caminos
y brillen más las vidas que las armas […]
Cuando la sombra que hacen las banderas
sea una sombra honesta y no una charca.
Cuando la libertad entre a las casas
con el pan diario, con su hermosa carta.
Cuando la espada que usa la justicia
aunque desnuda se conserve casta […]
Cuando de noche grupos de fusiles
no despierten al hijo con su habla.
Cuando al mirar la madre no se sienta
dolor en la mirada y en el alma.
Cuando en lugar de sangre por el campo
corran caballos, flores sobre el agua.
Cuando la paz recobre su paloma
y acudan los vecinos a mirarla.
Cuando el amor sacuda las cadenas
y le nazcan dos alas en la espalda.
Sólo en aquella hora
podrá el hombre decir que tiene patria”.
…
*Asesora en Sistemas Integrados de Calidad
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