Por: Holger Díaz Hernández/ “En cada niño debería haber un papel: Tratar con cuidado, contiene sueños”: Mirko Badiele.
Hace unos pocos días se revivió la polémica en torno a la posible libertad por pena cumplida, del confeso violador en serie Luis Alfredo Garavito, llamado “La Bestia”, quien en 1999 fue condenado a 40 años de prisión por los delitos de abuso sexual, secuestro y asesinato, de aproximadamente 200 menores de edad, convirtiéndose en uno de los depredadores sexuales más sanguinarios de la historia del país.
De origen campesino y con una infancia marcada por la violencia intrafamiliar, fue violado en su adolescencia; a los 35 años contrata a unos sicarios para vengar su violación y a partir de ese momento algo cambio en su psiquis, iniciando un recorrido a lo largo y ancho del país que dejó una estela de muerte y depravación, afectó a cientos de menores y duró casi 7 años.
La condena inicial fue rebajada a 24 años por su colaboración al identificar los sitios donde enterró a algunas de sus víctimas, actualmente cumple su pena en la cárcel de alta seguridad “La Tramacua” de Valledupar y la polémica se generó porque el Inpec presentó solicitud de libertad ante un juez de garantías por el cumplimiento de las 3/5 partes de la condena, este exigió el pago de una multa para indemnizar a las víctimas y el sitio de arraigo del condenado, requisitos que aún no ha podido cumplir. Sin incluir las rebajas por estudio o trabajo, su pena concluirá en 2023 y a partir de ese momento no habrá ningún tipo de argumento jurídico para que continúe privado de la libertad.
Mucho más que otros delitos, los sexuales incluida la pornografía infantil, son realizados contra los niños, las mujeres o con personas en incapacidad de resistir, producen un gran rechazo social y dejan una huella física y mental imborrable para la víctima e incluso para sus familias y entorno; por su connotación son considerados crímenes execrables.
El daño infligido a estos niños es irreparable, son actos repulsivos y aciagos, que con frecuencia terminan además en el asesinato de las víctimas y con el fin de no dejar huellas, sus cuerpos son desaparecidos, ocasionando otro drama a las familias; se cuentan por miles estos casos y sólo algunas veces los culpables son capturados y confiesan el sitio donde fueron enterrados.
Con excepción de los países donde las penas para estos delitos son la cadena perpetua o la muerte, los condenados quedarán en libertad en algún momento y aparece entonces el dilema, ¿qué hacer con los victimarios?
Es importante diferenciar entre pedófilo, que es quien siente atracción por las personas menores de edad y el pederasta que es el que siente deseo sexual y atenta contra los mismos. La primera es una parafilia o trastorno sexual con fantasías recurrentes y la segunda es además una práctica delictiva punible; el pederasta es un pedófilo, pero el pedófilo no siempre es un pederasta.
La American Psychiatric Association considera que son enfermedades que se tratan, pero no se curan, son trastornos mentales vitalicios.
El debate se centra en el origen: ¿la pedofilia es genética, una enfermedad mental, una orientación sexual, tiene base en la cultura, o todo lo anterior es aplicable? En lo que, si todos coinciden, es que es una preferencia sexual inmutable.
Estudios de la National Crime Agency de Reino Unido afirman que el 3% de los hombres son pedófilos en potencia y que menos del 1% son pederastas, además que uno de cada 20 niños ha sufrido abusos sexuales; son cifras preocupantes, y extrapolables a muchas otras latitudes.
El trastorno pederasta es una pulsión que fluctúa en el tiempo, aumenta o disminuye dependiendo de muchos factores, pero siempre estará presente, la cárcel solo garantiza que mientras estén aislados no podrán violar o abusar sexualmente.
En Colombia entre 2015 y 2019 se presentaron más de 90 mil casos de violencia sexual contra niños, 56 casos diarios, sin contar que este tipo de delitos tienen un subregistro muy grande, ya sea porque los perpetradores de los mismos son parte del entorno familiar cercano, porque al niño no se le cree, o por el miedo a denunciar dadas las implicaciones sociales que esto acarrea. Además de los altos niveles de impunidad, que hacen que cada vez nuestros niños estén más expuestos a esta ignominia.
A lo largo de la historia se han intentado diversas formas de tratamientos para los pederastas, la castración quirúrgica en los siglos 18 y 19 en algunos países europeos con el fin de disminuir el impulso sexual pero nunca se popularizó, la castración química es más utilizada, con medicamentos antidepresivos que disminuyen la libido o con anti andrógenos que bloquean la producción de testosterona, en todos los pacientes se disminuyen las fantasías y el deseo sexual, pero sus efectos son limitados cuando hay problemas emocionales complejos.
El tratamiento psicológico también ha tenido buenos resultados, pero hay que individualizar el manejo y no hay garantía de que no reincidan en sus conductas.
Todo esto nos enfrenta a la dura realidad, cada día hay decenas de casos de violencia sexual contra los niños, son miles las personas con tendencia pedófila que en cualquier momento se pueden convertir en pederastas y cientos de estos actuando con frecuencia en la impunidad y dañando irremediablemente la salud y la vida de los niños.
¿Qué hacer? El tratamiento tiene que ser preventivo, la vigilancia y cuidado de los niños debe ser absoluta, la denuncia ante las autoridades inmediata, el tratamiento médico y psicológico de quienes tienen este tipo de conductas obligatorio y la acción de las autoridades contundente.
Aumento en las penas carcelarias, cadena perpetua o la pena de muerte no han mostrado en ninguna sociedad disminución de la frecuencia de los casos. En cambio, la educación sexual desde la pequeña infancia, el conocimiento de los derechos de los niños y la garantía del goce efectivo de estos, son más efectivos en la prevención de este tipo de conductas.
En el 2018 se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos de las personas vinculadas a delitos sexuales y feminicidios, manejada por Medicina Legal, además la ley 1918 de 2018 inhabilita a los condenados por delitos sexuales contra menores para desempeñar cargos públicos, esto permite una vigilancia mayor sobre estas personas pero no nos blinda contra ellos, solo acciones integrales de prevención de este tipo de delitos y tratamientos multidisciplinarios contra los pederastas identificados, podrían tener un efecto cierto en la disminución de estos casos aberrantes.
“Es más fácil criar niños fuertes que reparar hombres rotos”: Frederick Douglas.
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*Médico cirujano y Magister en Administración.