Por: Adrián Hernández/ Corría el año 2007 y recuerdo bien que era un domingo pasadas las cinco de la tarde, como siempre, estaba sentado en la sala de confesiones a adonde acudían un número considerable de personas a comentarme sus “cargos de conciencia”. Realmente había sido un día agitado y estaba un poco cansado. De entre la multitud se desprendió una señora que para este caso la llamaré Flor.
Flor vino a mi sin quitarme la mirada, de tal forma que de no ser porque nos separaba un vidrio lo suficientemente grueso hubiera pensado en quitarme, pues sentí una mirada llena de dolor, tristeza, frustración y tal vez nostalgia; pero fue la mezcla de todo ello lo que me generó intimidación. Parada junto a la puerta, me hizo señas de si podía entrar y yo asentí con mi cabeza. Entró, se sentó del otro lado de la mesa en la silla que estaba desocupada y quedó absolutamente muda.
Para romper el hielo, le pregunté: ¿Qué le trae esta vez por acá? Se demoró un poco en contestar, tomó aire y finalmente me dijo: dígame usted, qué sentido tiene la vida. Se me fueron las ideas y quedé perplejo. Bueno, te vas a serenar un poco, vas a respirar y me cuentas qué te lleva a hacerme esta pregunta. Así lo hizo, luego me dijo, esta vez ya más pausada: trabajo desde mis 17 años, a los 20 justo cuando pensaba ingresar a la universidad a estudiar medicina que era mi sueño, conocí a un hombre, nos enamoramos luego nos casamos y tuvimos dos hijas.
Luego continuó, vivimos juntos 35 años y hace menos de uno que decidió irse con otra mujer, luego la menor de mis hijas me acaba de decir que nunca estuve con ella, y que en conversación con su hermana mayor también ella opina lo mismo. No niegan de haberlo tenido todo, no les hizo falta nada porque me dediqué a trabajar para darles lo mejor. Ahora ya ves, no tengo esposo, mis hijas no me extrañan porque tuvieron una gran proveedora de recursos, pero no una mamá y mis años se fueron en una empresa como secretaria, pero sin haber podido estudiar medicina. Dígame, ¿cuál es el sentido de la vida?
Por supuesto que no les comentaré aquí mi respuesta. Pero este caso de la vida real me sirve para traer a discusión aquello de la dinámica de la vida cuando hay que tomar decisiones no por lo que se quiere sino por lo que toca asumirlo, porque así lo presentó la vida.
Si bien es cierto que los procesos de industrialización trajeron beneficios para el ser humano, también es cierto que el trabajo se constituyó en la manera más eficaz para adquirir el ingreso y el sostenimiento hasta de la misma vida de familia. Salvo en regiones apartadas o en la misma vida del campo, donde trabajar es cuestión casi de hobbie, hoy no es tan frecuente encontrar personas absolutamente felices por la armonía que hay entre su vida personal y su vida laboral.
Los índices de satisfacción laboral son contantemente medidos con mucha en los ámbitos laborales para vigilar los indicadores de rotación y ausentismo laboral. Y las noticias no son tan alentadoras.
En 2019 la compañía Hays publicó un estudio realizado a unas 4500 personas en más de 100 países y ante la pregunta: ¿está planeando o no encontrar una nueva oportunidad laboral este año?, el 78,1% respondieron que sí y ante las razones de porqué hacerlo, el 24% adujo que ya era tiempo mientras que el 21% sostuvo que lo hacía ante la falta de entrenamiento y/u oportunidades. Y según una encuesta de Gallup el 85% dicen no sentirse felices en su trabajo.
Hay una gran preocupación en los empresarios por estas cifras que dejan en evidencia que las personas no están contentas con sus sitios de trabajo, ni con el mismo trabajo en sí. Seguramente que a las áreas de gestión y talento humano ya han llegado solicitudes de los CEO y de las juntas directivas para menguar este impacto. Pues no solamente no es bien visto que una empresa tenga niveles altos de rotación, sino que además cada vez que sucede, las finanzas se estremecen y el conocimiento se fuga.
Pero más allá de lo que pasa al interior de las organizaciones para efectos de este escrito, nos interesa el interior de las personas. Por eso inspirados en la historia, puedo extraer varios puntos que señalaré a continuación.
La falta de oportunidades: No todo el mundo puede ir a las urbes a prepararse académicamente, si hay para la pensión, no alcanza para el hospedaje, la alimentación, el transporte y las copias. Ni aun estando en la ciudad esto es posible, la vida es muy cara en las ciudades. Por un momento llegué a pensar que esto estaba mitigado, pues la pandemia había abierto esa posibilidad. Pero a hoy, hay retorno presencial. Y la conectividad en las zonas de provincia y mucho menos en los campos, lo hacen imposible.
Falta de discernimiento: Llamo así a que nuestra situación no da para detenernos a pensar en qué realmente me hace feliz y a qué me quisiera dedicar. Nuestras alternativas son: consiga rápido un esposo para el caso de las mujeres y para los hombres, busque algo con lo cual se pueda ganar la vida y emigre de la casa lo antes posible.
Desprendimiento de los hijos a muy temprana edad: el trabajo se convierte en un ladrón de presencias, especialmente parentales. Muchos hijos son criados por los abuelos o por las señoras del servicio, cuando no es por la vecina. De soslayo viene no solamente el crecimiento con un mar de inseguridades y traumas sumado a la malnutrición y patrones de crianza nada adaptativos.
Proveedores de recursos: Muchos padres calman su reclamo interior diciéndose a sí mismos, soy buen padre, lo que gano se lo doy a mis hijos. Es más, algunos sostienen: no quiero que ellos vivan lo que yo viví. Pero la lectura desde los hijos es de abandono pues querían un consejo, una caricia, una palabra, que en muchas ocasiones son suplidas por chicos de su misma edad, tan igual o en peores condiciones.
Creo que estas pequeñas reflexiones nos llevan a pensar en que hay que cambiar definitivamente las formas como se hacían los negocios, es la hora de implementar en modelos mixtos de construcción laboral, reformular modelos educativos. Aplicar y practicar la compasión, está bien ganar dinero tanto para empleadores como empleados, pero a qué costa. Es hora de implementar culturas humanistas en los ámbitos laborales.
Dejo para la planeación estratégica la siguiente pregunta: ¿cómo lograr ese tan anhelado equilibrio entre vida y trabajo?, ¡Ojalá que sea un reto para el 2022!
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*Filósofo y Teólogo. Psicólogo Universidad Nacional. Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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