Por: Holger Díaz Hernández/ “Para crear se necesita de siglos y de gigantes. Para destruir sólo de un segundo y un bandido”: San Agustín
La fallida reforma tributaria que presentó al congreso el gobierno del presidente Duque, incendió el país y después de más de dos semanas de manifestaciones a lo largo y ancho de la nación, el balance no puede ser más catastrófico.
Las marchas iniciaron como respuesta a una reforma matrera que incluía IVA para algunos productos de la canasta familiar, a las pensiones y a los servicios públicos, sumado todo esto a una insatisfacción acumulada de grandes sectores de la población que consideran que tenemos un gobierno que ha dado palos de ciego, que es lejano a las necesidades de la gente, que ha tenido un manejo errático de la pandemia del coronavirus y de sus graves consecuencias económicas e indolente ante los problemas sociales que cada vez asfixian más a la mayoría de los colombianos.
Desde las recordadas manifestaciones de noviembre de 2019, el país no vivía un paro tan prolongado, incendiario, infame, con tanta destrucción de la infraestructura, con tantas víctimas mortales y tanta desinformación en las redes sociales y en los medios de comunicación.
Los intereses detrás de estas movilizaciones son de diferente pelambré: políticos de izquierda dispuestos a incitar al odio racial, social o de clases desde la comodidad de sus oficinas o bibliotecas y aprovechan el descontento del pueblo en beneficio electoral propio, hasta los de la extrema derecha presionando al gobierno a ordenar un estado de conmoción interior y al uso de las armas de la fuerza pública para contener la escalada violenta.
La guerrilla del ELN y las disidencias de las FARC interesadas en generar caos y aprovechar la coyuntura para desestabilizar a través de la infiltración de los marchantes.
Los vándalos ocasionales o profesionales que aprovechan estos movimientos legítimos de protesta para realizar sus fechorías y dedicarse al pillaje.
El narcotráfico que también tiene intereses en movilizar sectores específicos de la población y distraer la atención ante el inminente inicio de la fumigación de los cultivos de coca con glifosato.
Y en medio de todo esto decenas de miles de jóvenes y ciudadanos del común, que sienten que las luchas por sus reivindicaciones no son escuchadas ni respetadas por el gobierno y porque la historia reciente muestra que muy pocos movimientos sociales han logrado resultados contundentes y duraderos en beneficio del pueblo, a lo cual se suma que la mayoría considera que los autodenominados voceros del paro no los representan.
Esta crisis es producto de muchos de los problemas que vivimos en Colombia desde hace varias décadas: la inversión de los valores se volvió la constante, el inteligente es el que toma el atajo y pasa por encima de los derechos de los demás, la educación dejó de ser importante en su esencia y tener conciencia crítica hoy es una desventaja y motivo de persecución desde muchas trincheras.
Lo único que importa a un gran sector de la sociedad es el dinero fácil y el reconocimiento por el número de likes o de seguidores en las redes, mientras tanto asistimos a uno de los momentos más difíciles de nuestra historia como República.
Decenas de muertes, centenares de heridos, paros de transporte que nos afectan a todos, miles de millones de pesos en pérdidas económicas como producto de la destrucción y quema entre otros, de buses de servicio público que transportan casi que exclusivamente a los más pobres y a la clase media que son el motivo supuesto de la lucha social en estas movilizaciones; qué paradoja.
Mientras una minoría realiza desmanes y atropellos cada día más graves que el anterior en una estrategia escalonada, sincronizada y estructurada, la gran mayoría de nuestra sociedad asiste impávida a las consecuencias de todos estos actos, como si estuvieran ocurriendo en otro sitio del mundo.
No hay pronunciamientos contundentes de las autoridades, ni del congreso, la academia o los empresarios, ni se han escuchado propuestas serias, claras o coherentes para conjurar esta, la peor crisis de gobernabilidad de las últimas décadas, donde se perdió el norte y el respeto no solo por nuestros policías y soldados sino también por las instituciones.
No se ve luz al final del túnel, no solo para poner fin a este desastre que vivimos, si no para corregir el rumbo de esta democracia otrora considerada una de las más importantes del mundo.
La violencia no se combate con violencia, si no con inteligencia.
“Necesitamos actuar unidos como sociedad, o estaremos condenados al fracaso”: HD.
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*Médico cirujano y Magister en Administración.