Por: Irving Herney Pinzón/ Con el avance de la ciencia, la tecnología y la razón, nuestro conocimiento cada día está sujeto a ser argumentado y dejar de un lado los mitos a los cuales la sabiduría popular y la religión nos acostumbró; y digo esto porque el tema que pretendo abordar en este artículo rompe con cualquier teoría o hipótesis científica o filosófica, lo hago sin esperar controversias, grandes diatribas o discusiones bizantinas, porque lo que pretendo argumentar lo voy hacer desde el corazón, desde la emotividad, desde mis creencias y desde mis sueños como niño con los cuales lucho día a día por no dejar perder.
Desde mi experiencia profesional he aprendido que todo lo que se diga sobre lo que puede suceder posterior a la muerte, entra en el campo de la especulación, es decir, desde el conocimiento probable, desde lo que puede o no puede suceder. Para comprender estos temas, en su gran mayoría, los puntos de vista son abordados desde la fe, aunque la ciencia y la filosofía nos aportan elementos que pueden hacer de estas especulaciones, argumentaciones un tanto más sólidas, racionales y elaboradas; sin embargo los eslabones perdidos que sirvan de conexión entre un antes y después de la muerte nos permite que el tema como tal quede expuesto a cualquier posibilidad; y si lo puedo soñar, al menos es real en mi mente y en la mente de todos aquellos que quieran compartir mi sueño.
Lamentablemente aquellas personas que han despertado una gran sensibilidad y compasión por el cuidado y protección de todos los animales, de manera especial por aquellos que se convierten en parte de nuestras familias y a las que la dialéctica popular llama mascotas, pero que acogemos como hijos o nietos, que tienen la fortuna de gozar de su caricias, mimos, ladridos, o maullidos, deben afrontar un proceso doloroso, que nos hace correr algunas lágrimas por nuestras mejillas ante la muerte, o mejor denominémoslo el viaje de estos seres maravillosos, sensibles, fieles que nos enseñan que existe otra forma diferente de amor, al posesivo al cual en algunas ocasiones estamos acostumbrados.
Un día un estudiante me preguntó, en unas de mis clases, hablando de temas escatológicos (lo que puede suceder después de la muerte) y antropológicos: “profe, ¿los animales tienen alma?, ¿será que existe una vida después para ellos?, ¿será que existe un cielo para nuestras mascotas? Mi respuesta como un supuesto erudito fue: ¿y qué es para usted el alma? Y luego en mis autoreflexiones pensaba: si para él, el alma es la encargada de darnos vida, pues la respuesta sería sí; pero si es la que le permite trascender, creería que no. Y hoy que lo pienso después de ver, sin esperar cuestionamientos, que los ojos se cierran y la respiración termina de esos seres maravillosos, que nos ofrecen fidelidad por encima de los que sea, que se “arrunchan” a nuestro lado, que baten su cola cada vez que nos ven, en fin esos ángeles que demuestran lo hermosa que es la naturaleza, puedo asegurar como cualquier niño de preescolar, que crea mundos diversos y maravillosos, sí debe haber un cielo para ellos, para nuestras mascotas, para todos los animalitos.
Las mascotas se han convertido en un miembro más de la familia. Cada día son más valoradas, pues más allá de brindar diversión y compañía, su presencia tiene un impacto positivo en la salud física y mental de las personas, haciendo que la calidad de vida y la sensación de bienestar de cada uno de nosotros, aumente. La presencia de perros, gatos y otros animales de compañía es determinante en el estado de ánimo de las personas. Se ha demostrado que tener una mascota es un gran remedio contra la depresión porque su compañía aumenta la sensación de seguridad y protección. “Interactuar con nuestra mascota provoca la liberación de la oxitocina, la conocida hormona del amor, generando en nosotros sentimientos como alegría, confianza y bienestar”.
“Sabía que este momento llegaría, que su muerte tarde o temprano tenía que suceder; pero no era consciente del dolor y la tristeza que podía llegar a sentir. Sabía que no sería fácil, pero cuando llegó el momento, marcó de forma significativa mi mundo. Me despertaba pensando que estaría en la sala o en su colchoneta a la cual estaba acostumbrada, entraba en casa esperando encontrarla allí, incluso en ocasiones sentía sus pasos, pero de pronto la realidad me golpeaba y venía a mí una sensación de tristeza”. Estas tristes palabras corresponden a la experiencia de alguien conocido que hace pocos días perdió a una de sus mascotas. El dolor existe, y la investigación lo ha demostrado: perder un animal puede doler tanto como perder a un familiar, a un ser humano.
A manera de conclusión y tratando de recordar que todos somos seres vivos, hacemos parte de un grandioso mundo llamado naturaleza, lo cual nos hace congéneres o hermanos, vale la pena resaltar estas palabras del papa Francisco quien indicó durante un discurso en el Vaticano que todos los animales después de morir van al cielo, consolando así a los fieles que han perdido a sus mascotas; paso seguido manifiesta que no hay que tener miedo porque «el paraíso está abierto a todas las criaturas y allí estaremos vestidos por la alegría y el amor de Dios, sin límite, estaremos cara con cara con Él y es muy bonito pensar así porque da fuerza al alma».
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*Magister en Educación, Docente Investigador Filosofía y Ciencias Sociales y Candidato a Doctor en Educación.
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