Por: César Mauricio Olaya Corzo/ Aunque el optimismo no me alcanzaba para confiar en que la ciudad volvería a vivir una fiesta como las que recordaba, se vivían más de ocho años atrás en el marco de la llamada Feria Bonita de Colombia, dos reglones de la programación y la información a la que había accedido a través de las redes sociales, reclamaban en mi un poco de paciencia y la esperanza puesta en que prometía que se daría inicio a una retoma del camino perdido.
Se trataba del evento de mil tiplistas congregados para regalarle una serenata de cuerdas a la ciudad y la organización del desfile del carnaval, que ahora llamaban Desfile de los Picos de Oro, nombre que a decir verdad, no cabía en mi mente que se hubiera adoptado para una fiesta, cuando en aras de la verdad, su marco contextual daba fe de ser el resultado de un conflicto social, económico y político, con altos vestigios de xenofobia y conflicto de clases, que dio como resultado un oscuro episodio con muertes incluidas, en la por entonces, notablemente positiva condición de bienestar y desarrollo de la Villa de Bucaramanga en pleno apogeo del Estado Soberano de Santander.
Dando por hecho que esta nominación fue más el resultado de un capricho gustoso que nunca pasó por un tamizaje de referencia documental, diría que en conclusión, una luz de esperanza brillaba en el final del túnel de los tiempos perdidos y tanto el evento del homenaje al tiple, como la información sobre la intervención de la Asociación de Artesanos de Málaga en la elaboración de las carrozas, con la posibilidad de dejar a un lado la impuesta línea creativa de las fallas valencianas que un mandatario importó por capricho y en especial, la escucha de que por fin, el gran sueño del maestro coreógrafo Guillermo Laguna, de realizar un gran festival del torbellino había sido acogido por la organización de las fiestas, determinaban la posibilidad del renacer de las fiestas septembrinas en nuestra ciudad.
Aunque lamentablemente no pude estar presente para disfrutar del evento del tiple, que salvando las exageradas cifras sobre los mil tiplistas congregados, supe que fue un bonito evento que reivindica este instrumento, cuyas luces de origen apuntan hacia nuestro departamento y que sin lugar a dudas, para quienes hemos tenido la oportunidad de conocer cómo se vivifica su valía en eventos regionales como el Festival del Tiple y el Requinto en Vélez y el Concurso Nacional del Tiple Pedro Nel Martínez en Charalá, solo resta por cerrar aplausos en torno a esta bonita iniciativa.
Volviendo al evento del Carnaval, muchos puntos a favor por resaltar y que con el compendio visual de las fotografías que al final acompañan esta nota, serán notarios de infinita credibilidad de lo que representó este evento, que reivindica entre otros aspectos, que la cultura tiene todos los públicos posibles, pues ver a la ciudad volcada a lado y lado de la carrera 27, nos llenaba de verdadero orgullo y alegría por el saber que nuestras raíces, nuestra esencia campesina, la herencia cultural de nuestro territorio vivía y palpitaba con la fuerza del arraigo en lo nuestro.
La belleza de nuestras mujeres con sus atavíos de brillante satín, sus trenzas adornadas de flores, sus faldas que en ronda de virtudes dancísticas giran al compás de un alegre torbellino, el donaire y la fuerza de sus miradas que determinan el carácter de las bravas santandereanas, en donde no puede faltar el gancho de sus sonrisas de alegría al viento que atraen todas las miradas, hacen parte de ese capítulo que vistió de gala a este evento.
Los varones, por su parte, con sus galas bordadas en sus blusas de tela diagonal o cheín, la pañoleta argollada en Santander y anudada en Boyacá, roja en el vecino departamento y la siete colores (porque puede ser de cualquier color) que se ha impuesto en la tradición veleña. El pantalón oscuro y remangado, bien ajustado con correa de fique o cabuya, alpargatas y la infaltable ruana de lana cruda.
Y si seguimos sumando factores que devuelven la esperanza de la resurrección de este evento, debemos necesariamente sumarle el regreso de la invitación a manifestaciones de la fiesta de otras ciudades del país, como en el caso de las comparsas del Carnaval de Barranquilla, con sus danzas del garabato, las marimondas y personajes de sobra reconocidas en esta fiesta insigne de Colombia como el Indio Mohicano, representado por Carlos Cervantes, el último Rey Momo del Carnaval.
En conjunto con las extraordinarias manifestaciones de la cultura de las carnestolendas barranquilleras, se hicieron presentes delegaciones de Trinidad y Tobago y de Brasil, con sus expresiones de danza y sonoridad folclórica, que corrobora que la gran idea de congregar en el marco de estas fiestas, expresiones de otros departamento, países e inclusos continentes, deben seguir haciendo parte de esta manifestación cultural y ahí sí, bienvenidas sean las Fallas Valencianas, el Carnaval de Venecia, Mardi Gras de Nueva Orleans, de Blancos y Negros de Pasto, las Carrozas del Rocío de Manizales y los diablos de Rio Negro, entre otros muchos que la ciudad merece conocer y disfrutar.
Destacable y que mereció todos los gustos del auditorio convocado a lo largo de más de 30 cuadras, la presencia de una comparsa que se ha posesionado en nuestras ciudades vecinas y que nació en el barrio La Cumbre de Floridablanca, los famosos Matachines, con sus llamativas máscaras, sus trajes de gracia y color, capirotes adornados de papel color y la infaltable vejiga de res, con las que golpean a los osados saboteadores de su alegre discurrir.
Pero como todo tiene su lunar y así como se destaca lo bueno, es necesario hacer ver lo que no estuvo bien, quiero especialmente elevar mi voz de protesta con la ¨jugada creativa¨ de incorporar dentro de las comparsas, la presentación de los niños y niñas con discapacidad, que son atendidos en el marco del criticado convenio con la Fundación Pintando Huellas, el cual hasta incluyó su propio camión – valla, cuyos costos se prevé, van a incorporarse dentro de los «milagros» de atención a estos menores, por cuenta de una entidad creada a la medida de los intereses políticos y los enredos revelados de la actual administración.
En este mismo sentido, aunque las carrozas empezaron a incorporar elementos de la tradición artesanal que le da fama al Carnaval del Oriente que se celebra en la capital rovirense, siguen prevaleciendo la inclusión del icopor en la elaboración de las piezas, elemento que fue introducido dentro de la criticada e impuestas Fallas Valencianas, que a pesar de que su uso permite un resultado muy bonito, en términos generales, no representa la tradición y la expresión artesanal que distingue las figuras de la fiesta malagueña.
Se habla de costos excesivos en la fabricación de las carrozas tradicionales vs. las modernizadas y moldeadas figuras, razón que dio al traste con la intención de que la Corporación que maneja el Carnaval de la capital rovirense, asumiera el liderazgo de su desarrollo, pero en verdad no estoy muy al tanto de esos enredos.
Por último y haciendo uso de la maneada «las buenas se aplauden», quiero cerrar estas letras aplaudiendo tanto a la acertada dirección del Instituto Municipal de Cultura, como de la Secretaría de Cultura de la Gobernación y el propio Gobernador, que se dice estuvo siempre al tanto de apoyar este renacer de esta tradición de nuestras fiestas.
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*Comunicador Social y fotógrafo.