Por: Holger Díaz Hernández/ “La libertad de expresión tiene unos límites y esos límites se vulneran cuando la sobrepasa el odio, cuando viola la dignidad de las otras personas”: Angela Merkel.
Mientras el país se enfrenta a la crisis social, política y de orden público más grave desde el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948 y a un mes de haber iniciado el paro del 28A como ha sido denominado por los marchantes, asistimos a uno de los episodios más nefastos de nuestra historia republicana.
Justo en medio del peor momento de la pandemia, con récord de infectados y de muertes, se produce esta oleada de marchas muchas de ellas multitudinarias que han atravesado el país de norte a sur y han precipitado lo que se conoce metafóricamente como la “tormenta perfecta”.
Se dieron todas las condiciones, el descontento de la mayoría de la población ante un gobierno que pareciera no tener timonel, la percepción de los ciudadanos es que ni él ni su gabinete han estado a la altura de las circunstancias, que ha sido débil, sin liderazgo, ni convicción y que los errores en el manejo de la economía, el empleo, o las relaciones internacionales son irrefutables.
Capítulo aparte merece el tema del orden público, la matanza sistemática de líderes sociales no ha tenido una respuesta contundente de parte de las fuerzas de seguridad ni de la fiscalía, los atracos, el hurto a viviendas y los fleteos aumentan diariamente, los ciudadanos de a pie sentimos que estamos solos, que no hay quien nos defienda y el escaso número de delincuentes que son capturados vuelven a la calle a las pocas horas.
Pero sumado a lo anterior y no de manera casual está la presencia de unas minorías representadas por sectores de la izquierda con un único interés político, de las guerrillas que aprovechan la circunstancia para intentar desestabilizar el país, del poderío económico del narcotráfico y de intereses extranjeros que hacen presencia soterrada en las movilizaciones, en una estrategia direccionada y anunciada desde hace rato ya, que tiene además otro objetivo y es minar la moral de la fuerza pública que hoy es agredida y vapuleada sin que puedan reaccionar; eso nunca había ocurrido en esta democracia.
Muchos se han aprovechado del derecho a la justa protesta consagrada en nuestra constitución para infiltrarla y generar caos y violencia, pero con un objetivo real a mediano plazo que es la toma del poder político del congreso de la república y de la presidencia.
El saldo trágico son los muertos, los centenares de heridos, los miles de millones en pérdidas económicas por los daños a la infraestructura pública y privada, los bloqueos de las carreteras y de las vías que han producido destrucción de los empleos, el cierre de decenas de empresas, la afectación de cientos de miles de personas que viven en los suburbios o en las áreas rurales de las ciudades y tienen que desplazarse hacia sus trabajos y los campesinos que han visto perder sus cosechas y la producción de sus fincas en un país minifundista, el empobrecimiento producto de toda esta cadena de hechos, será mucho mayor para la clase media y los más pobres.
Todo esto hace parte de un proyecto sistemático, las ya famosas líneas de acción dentro del paro que van desde la primera que son los encargados de enfrentar a la fuerza pública con escudos, piedras, palos o bombas molotov, pasando por los proveedores de las mismas, además del agua y la comida, los financiadores de todo esto y del pago de los vándalos a sueldo, hasta los coordinadores que organizan las jornadas, los sitios de la movilización, los lugares y ciudades donde cada día de manera sincronizada se ejercerá la violencia, destruyendo o quemando entidades y finalmente los que trabajan desde las bodegas dentro o fuera del país, desde donde generan textos, audios o vídeos con el objetivo de venderle al mundo que lo que está ocurriendo en Colombia es una guerra civil y donde las fuerzas del orden están asesinando a sus ciudadanos.
Razones no faltan para protestar, es necesario reconocer que ha habido abusos por parte del Estado, pero los intereses detrás de las movilizaciones no para nada transparentes, se está instrumentalizando a un sector de la población que participa en la justa defensa de sus derechos.
Llegó el momento de decir no más, hay que parar esta violencia que está desangrándonos, el gobierno y los voceros del paro tienen la obligación de llegar a acuerdos de manera inmediata, hay que dejar de lado los intereses mezquinos de cada lado.
Pero para que eso ocurra las mayorías que somos todos nosotros también debemos manifestarnos, levantar nuestra voz de protesta, exigir públicamente y de manera pacífica a través de nuestras redes sociales, tocar cada noche las cacerolas desde nuestras casas y decirle al gobierno que deje su arrogancia, baje la cabeza y entienda que aquí hay un pueblo que está cansado de su incapacidad y de su falta de autoridad y a los que se han abrogado la representación de los inconformes que somos muchos, que lo hagan con altruismo y sin pensar solamente en sus estómagos porque lo que sentimos es que están actuando igual o peor que a los que dicen confrontar.
No más.
“Aunque el miedo tenga más argumentos, elige siempre la esperanza”: Seneca.
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*Médico cirujano y Magister en Administración.