Por: Diego Ruiz Thorrens/ Recuerdo muy bien la primera vez que escuché el término “delito informático”. En mi imaginario, pensaba que un delincuente informático era un individuo sombrío que detrás de un computador, se encargaba de robar grandes y obscenas sumas de dinero a sectores bancarios o entidades como empresas o multinacionales.
Luego, la realidad de nuestro país me enseñó que existían múltiples caras para un delito del que casi no se habla. Uno de esos rostros, oscuro y macabro, convierte al delincuente informático casi en cazador sediento de la sangre de su presa, e incentiva al victimario al uso de herramientas digitales para dar con información sensible y hasta con el paradero de su víctima.
El victimario, por medio de e-mails con links que alojan virus o incluso por medio de mensajes de texto vía celular entre otras modalidades, ha logrado dar con la caza de cientos de decenas de líderes sociales que tristemente han caído en la trampa, desencadenando en actos de violencia contra la integridad y la vida de los mismos o incluso de sus familiares. En casos más tenebrosos, éstas han terminado en desapariciones e incluso muertes.
Con el pasar del tiempo, las noticias locales y nacionales me enseñaron otra modalidad del delito informático que sigue siendo invisible, pero no por ello deja de ser menos preocupante: vulnerar de la manera más vil la integridad de una persona, por medio de chantajes u otros tipos de coerción por medio de las redes sociales.
Comprendí que ‘delito informático’ no era exclusivamente robar, sino también suplantar (casi siempre por medio de un perfil falso) o incluso ‘hackear’ información sensible como son fotos, vídeos, información íntima y personal para generar un daño sin precedentes sobre aquella(s) persona(s) que violentamente queda(n) expuesta(s) y vulnerable(s).
Sus principales víctimas son en esencia niños, niñas y adolescentes, jóvenes, mujeres y líderes y/o miembros de poblaciones LGBTI.
La modalidad que me interesa compartir es precisamente ésta última, modalidad de delito al que muchas personas temen, que pocas denuncian, y que se desencadena cuando la información personal es entregada al delincuente por medio de engaños y artimañas, logrando el victimario traspasar los límites de la decencia, la ética e incluso la humanidad, arrebatando con violencia la dignidad de su víctima.
Este acto, donde muchas veces la suplantación de identidad es la norma, es denominado “delito sexual”.
Me explicaré: el día primero de Enero del presente año un extraño me abordó por medio de una aplicación (o comúnmente conocidas como “apps”) para conocer e interactuar con otras personas. El nombre de la aplicación en cuestión no es relevante, dado que casi todas las aplicaciones sociales móviles y de escritorio pueden tener el mismo grado de vulnerabilidad.
No obstante, lo que sí deseo resaltar es la forma como caí en las redes de una persona mezquina y sin pudor de la manera más vil y baja posible, que motivó mi inmediata movilización y contundente denuncia ante las autoridades frente a lo que aún puede terminar en una catástrofe que comprometa mi integridad y mi vida.
Esta situación hizo que reflexionara frente a cuán vulnerables y expuestos nos encontramos en las redes sociales, muchas veces sin darnos cuenta, especialmente cuando queremos o anhelamos expandir nuestros círculos sociales.
Irónicamente, la situación me hizo recordar un dialogo que tuve el año pasado con decenas de jóvenes de grados 10° y 11° de distintos colegios públicos del Área Metropolitana de Bucaramanga frente a la problemática del Sexting (o envío de mensajes de texto con contenido sexual vía medio digital) y el envío de información personal y sensible que muchas veces compartimos en redes tales como Whatsapp, Telegram, Messenger de Facebook entre otras, llamando mi atención la casi nulidad de campañas de protección de datos sensibles dirigidos a niños, niñas y adolescentes vulnerables a éste fenómeno.
Muchas veces no medimos el impacto de la información que compartimos por éstos medios, encontrándonos involucrados en situaciones que rayan en la venganza y la extorsión por parte de personas sin ningún tipo de escrúpulos que sólo quieren conseguir, desde la lapidación pública de sus víctimas por hechos tan humanos como cotidianos pero que siguen siendo tabú (como tener relaciones sexuales, o algunos tipos específicos de fantasías o deseos por querer cumplir con la pareja o soltero/a), pasando por la extorsión económica, o incluso llegando a la autolesión o muerte de la víctima por miedo a que la gente descubra “su verdad”.
Encuentro que no estamos preparados para afrontar éste tipo de situaciones, y que nadie estará totalmente protegido a éste tipo de amenazas desde que contemos con un celular, un audio o una cámara en nuestros equipos de celulares, portátiles o de escritorio.
Pero aún más, encuentro urgente para nuestra sociedad prepararnos al dialogo de la sexualidad sin ningún tipo de tabú, independientemente de cuánto nos podamos sonrojar.
En mi caso, al victimario quisiera decirle: ¡Gracias! Por mí, seguiré a la espera que publique la conversación que se suponía era exclusiva de dos personas.
Y a los niños, niñas y adolescente, jóvenes, mujeres y poblaciones LGBTI que son víctimas de chantajes y extorsión sexual por redes sociales, que han caído en ésta trampa ponzoñosa quiero decirles: ¡no deben callar!
Si conoce usted alguien que esté atravesando por ésta situación recuerde que existe la oficina de Delitos Informáticos de la Policía Nacional de los Colombianos, al igual que el Gaula (cuando se trata de delitos con fines extorsivos) línea 165, la SIJIN (cuando se trata de delitos con fines de afectar la integridad moral, psicológica y física de la víctima) y la línea de atención y emergencias 123.
Para la elaboración de éste artículo quisiera agradecer especialmente al equipo de Delitos Informáticos del Comando Metropolitano de Policía de Bucaramanga por escucharme y guiarme. De la misma manera, al equipo del Brigadier General Manuel Antonio Vásquez.
Para mayor información, entre a este portal.
Twitter: @Diego10T