Por: Claudia Acevedo Carvajal/ Este mito sirve de paralelismo para lo que hoy en día conocemos como el «síndrome de Ulises», un fenómeno psicológico que afecta a muchas personas migrantes que lejos de sus países de origen, enfrentan desafíos emocionales y psicológicos devastadores. El síndrome de Ulises no es un trastorno mental en sí mismo, sino un cuadro de estrés extremo que resulta de una serie de dificultades sociales, económicas y culturales que los migrantes experimentan durante su proceso de adaptación. Suele darse cuando debemos dejar la ciudad o el país donde vivimos debido a un nuevo trabajo o una beca universitaria y llegamos a este nuevo lugar y tenemos que adaptarnos a la comida y costumbres de este.
El síndrome de Ulises es conocido como «síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple», fue descrito por el psiquiatra español José Luis Achotegui en 2002. Este concepto surge a partir de la observación de un grupo de síntomas que, aunque no alcanzan los criterios diagnósticos de un trastorno mental clásico, implican un sufrimiento significativo en las personas migrantes. No se debe confundir con un trastorno mental como la depresión o la ansiedad generalizada, aunque estos pueden coexistir. En cambio, este síndrome es una respuesta psicosocial extrema ante el cúmulo de adversidades que enfrentan los migrantes en su nueva realidad y choque de realidad a este nuevo entorno.
Quienes han presentado el síndrome de Ulises son las personas que han pasado por dinámicas migratorias las cuáles contribuyen al sufrimiento psíquico de las personas que dejan atrás sus hogares. También nos hace cuestionarnos sobre el país receptor, su población y el manejo que le dan a los migrantes; Puede que se den dos tipos de situaciones los reciben y les dan a conocer las costumbres cómo forma de hablar, comida típica o les excluyen por lo cual les rechazan porque no comen lo que a diario se consume allí.
Algunos de los síntomas más comunes incluyen insomnio, ansiedad, tristeza profunda, sentimientos de soledad y, en muchos casos, una sensación constante de miedo. Sin embargo, lo que distingue al síndrome de Ulises de otros cuadros de estrés es la causa multifactorial y el entorno en el que se desarrolla: la incertidumbre económica, la separación familiar, la barrera idiomática, la discriminación, el estatus migratorio incierto y, en algunos casos, la amenaza directa a la supervivencia física y emocional.
Analizando y entendiendo este síndrome sus causas pueden ser sociales y políticas, dado que la migración no sólo es un viaje físico, también es un proceso emocional que involucra la pérdida de la seguridad que proporciona estar en un lugar conocido como nuestra ciudad, donde estamos acostumbrados al clima, su comida, costumbres y incluso la forma del lenguaje porque muchas veces usamos frases que hacen parte de nuestro dialecto y cuando llegamos a un país diferente al nuestro esas frases pueden tener un significado diferente.
Retomando el mito Ulises, el héroe mítico, aunque enfrentó tormentas, monstruos y naufragios, sabía que su destino final era volver a Ítaca, su hogar. Sin embargo, para millones de personas migrantes, no existe una Ítaca a la cual regresar, o su camino de vuelta está lleno de incertidumbres. Un caso muy común son las personas que viajan a ser realidad el sueño americano, se van con la esperanza de tener un mejor futuro y ofrecer una mejor calidad de vida a su familia, al llegar a ese país no trabajan en su profesión sino en lo que les salga y así sobrevivir en este país desconocido.
Al estar en este país y sus calles que son desconocidas al igual que las costumbres de este, puede provocar un vacío existencial que exacerba los síntomas de sufrimiento psíquico. Las razones que llevan a las personas a migrar son diversas: violencia, pobreza, persecución política o la búsqueda de mejores oportunidades.
Sin embargo, lo que tienen en común la mayoría de los migrantes que desarrollan el síndrome de Ulises es la imposibilidad de encontrar en el país de destino la estabilidad y seguridad emocional que esperaban. En lugar de eso, se encuentran con barreras estructurales, como la discriminación, el racismo, la explotación laboral y la precariedad, que perpetúan el ciclo de angustia.
Los migrantes dejan atrás a sus familias y amigos, quedándose en un limbo emocional donde se sienten desconectados tanto de su país de origen como de la sociedad receptora. Lo cual puede generar que se sientan solos o tristes anhelando compartir con sus seres queridos. La imposibilidad de reencontrarse con sus seres queridos, ya sea por barreras legales, económicas o políticas, añade una capa de dolor que muchas veces pasa desapercibida en los discursos oficiales sobre migración.
Debemos tener en cuenta cuestionar cómo las sociedades receptoras abordan el fenómeno migratorio y, específicamente, cómo contribuyen a la exacerbación del síndrome de Ulises. En muchos países, la migración es vista exclusivamente a través de lentes económicos o de seguridad, lo que deshumaniza al individuo migrante y lo reduce a cifras o amenazas potenciales. En este contexto, el bienestar psicológico de los migrantes se deja de lado en favor de un discurso centrado en la productividad y la integración económica. Las sociedades no están preparadas para que el migrantes se sienta bien recibido, no rechazado o no lo vean como el que es poco de fiar.
El sistema de atención en salud mental, en muchos casos, no está preparado para enfrentar los desafíos particulares de la población migrante. La falta de recursos, barreras idiomáticas y, en algunos casos, la criminalización del estatus migratorio, impiden que las personas en situación de estrés extremo reciban el apoyo que necesitan. Además, la estigmatización social refuerza la idea de que los problemas psicológicos de los migrantes son debidos a su «inadaptación» a la nueva cultura, ignorando los factores estructurales y políticos que los perpetúan.
En muchos países, los migrantes indocumentados no tienen acceso a servicios básicos de salud, lo que agrava su situación de vulnerabilidad. Al estar fuera de los sistemas de bienestar social, no solo enfrentan las barreras típicas de la migración, sino que también se ven obligados a navegar en un limbo legal que refuerza su angustia psicológica.
Al reflexionar sobre el síndrome de Ulises, es importante tener en cuenta que este fenómeno no puede tratarse simplemente como un problema individual o patológico, sino como una respuesta humana a condiciones sociales, políticas y económicas adversas. Si bien es cierto que los migrantes muestran una resiliencia extraordinaria al enfrentar las dificultades de la migración, también debemos reconocer que la solución al síndrome de Ulises no radica únicamente en la fortaleza individual.
Las políticas migratorias, los sistemas de atención en salud mental y el discurso público sobre la migración deben ser repensados desde una óptica que humanice al migrante y reconozca su sufrimiento psíquico. Es fundamental que la sociedad en general, y los profesionales de la salud en particular, comprendan que el síndrome de Ulises no es un signo de debilidad, sino una manifestación del impacto emocional que tienen las condiciones hostiles en las que los migrantes se encuentran y las dificultades a las que tiene que afrontar.
Ulises, después de años de lucha, finalmente regresó a su hogar. Para muchos migrantes contemporáneos, el hogar es un concepto que se desvanece en la distancia, un lugar al que tal vez nunca puedan regresar o que nunca encontrarán en su nuevo entorno. Nuestra labor como sociedad es asegurarnos de que este viaje no sea una odisea interminable, o que la la persona sienta que cada día es un infierno o invivible, sino un proceso en el que con el apoyo adecuado puedan encontrar un nuevo sentido de pertenencia y estabilidad emocional.
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*Psicóloga, Magister en Psicología Jurídica y Forense Técnica en Investigación judicial y criminal.
LinkedIn: Claudia Acevedo