Por: Diego Ruiz Thorrens/ En el año 2018, mucho antes que pudiésemos prever la terrible pandemia causada por el Covid–19, la corporación que represento (corporación Conpazes) realizó un ejercicio educativo dirigido a jóvenes adolescentes de colegios públicos y privados (de edades entre los 15 a 18 años, es decir, de 10° y 11° grado), buscando identificar cuáles eran los conocimientos adquiridos en materia de salud sexual, salud reproductiva, respeto por la diversidad sexual y prevención de la violencia sexual.
En aquel entonces, este ejercicio educativo de identificación de conocimientos (elaborada y conducida por un equipo de jóvenes en proceso de formación y algunos profesionales de la salud, ejecutado con recursos propios, es decir, del bolsillo de todas aquellas personas que, en aquel momento, hicieron parte de la corporación) arrojó un desolador resultado de cómo los jóvenes entendían la dimensión de salud sexual y salud reproductiva en los municipios que fueron impactados (San Juan de Girón, Floridablanca, Barrancabermeja y Bucaramanga): 8 de cada 10 jóvenes tenían una visión distorsionada de definiciones como “sexo”, “sexualidad” y “placer”, orientaciones sexuales e identidades de género no heteronormativas y prevención de la violencia sexual, visión que se desprendía del nulo (o muy, muy reducido) dialogo entre docentes y estudiantes – padres y estudiantes y en las fallas en la aplicación y/o ejecución de programas incluidos en la “Política Nacional de Sexualidad, Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos”.
El pasado 2 de julio, el periódico El Espectador publicó un artículo titulado “Sexo en colegios de Bogotá: el tabú que plantea un reto más allá de la educación”.
Este artículo, que inicia diciendo: “Así para muchos el sexo siga siendo tabú con sus hijos, es una realidad que ronda con más frecuencia los pasillos y los baños de las instituciones educativas y, lo peor, sin mucha orientación”, expone una realidad que es homogénea a lo que, en ese entonces, vimos en muchos colegios públicos y privados de muchos municipios del departamento de Santander, y que debería obligarnos a revisar qué estamos haciendo (y en qué estamos fallando) en la aplicación de acciones orientadas al empoderamiento de la salud sexual y reproductiva de jóvenes adolescentes (y que, por supuesto, debería abarcar también a los niños y niñas, principalmente, porque son ellos las primeras víctimas de un flagelo que, en nuestro departamento, pareciera nunca acabar: la violencia sexual).
El artículo del periódico El Espectador expone un escenario pocas veces abordado por las administraciones locales (y departamentales), realidad que constantemente se mimetiza en un departamento como es el nuestro y que ha sido denunciado por organismos y organizaciones que trabajamos por mejorar la calidad de vida de niños, niñas y adolescentes (especialmente, de menores de edad ubicados en zonas donde existe una alta desigualdad social y económica): que muchas de las acciones dirigidas a la prevención de embarazos en adolescentes, la prevención de las ITS y VIH/Sida y el uso de métodos de planificación, entre otros, son ejecutadas en tiempos únicos sin contar con una continuidad o seguimiento de las mismas, lo que finalmente genera un profundo vacío en las vidas de muchos jóvenes adolescentes que continuamente se encuentran explorando su sexualidad. Muchos de estos jóvenes, tampoco cuentan con referentes que les permitan esclarecer las dudas que se presentan en la medida en que sus cuerpos se van transformando.
Para entender algunos de estos vacíos, por ejemplo, hablemos de lo que ocurre con la prevención de embarazos no deseados en adolescentes en el departamento de Santander: según fuente oficiales, a pesar que en últimos años las cifras demuestran una clara tendencia a la baja de los embarazos en adolescentes en edades entre los 15 a los 19 años, sí existe un notable aumento de embarazados en menores de 14 años.
Por otro lado, sumemos que la pandemia de Covid–19 puso en riesgo la ejecución de programas de salud sexual y salud reproductiva y prevención de embarazo en adolescentes debido a que cientos de miles de jóvenes no pudieron regresar a clases durante meses, lo que terminó propulsando la violencia sexual contra menores al interior de muchos hogares.
Ahora que poco a poco regresamos a una realidad post-covid, debemos retomar lo que ocurre al interior de muchos colegios públicos y privados de Santander, abordando una realidad que, erróneamente, ha sido afrontada en muchas de estas instituciones educativas, como es el sexo y la sexualidad en adolescentes y el sexo al interior de los baños de los colegios. ¿Será que por fin podemos hablar de ello?
No permitamos que continúen la replicación de acciones que, en la actualidad, vienen siendo implementadas en muchos de estos colegios, como colocar candados en baños públicos que únicamente son retirados en horas de descanso, medidas que finalmente, no impiden una posible relación sexual en otras zonas de los planteles educativos y que tampoco transforman, en absoluto, lo que debería ser impartido por medio de la labor y el ejercicio social y educativo, tanto con estudiantes de todas las edades, junto a docentes, personal administrativo, padres de familia y/o tutores de los menores.
Apostemos por reforzar las acciones orientadas al empoderamiento en derechos vitales como la salud sexual y la salud reproductiva, acciones que ofrecen herramientas para la vida y, que a su vez, les permitirán a muchos niños, niñas y adolescentes tomar decisiones sobre lo qué es mejor para ellos, para su salud sexual y para su futuro.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Seccional Santander.
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(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).