Por: John Jairo Claro Arévalo/ Es bien sabido que hemos sido un país sin tradición de protestas, como lo han sido históricamente Venezuela, Ecuador, Chile, Bolivia y Argentina entre otros, para el caso de Colombia, el último paro nacional de gran magnitud, fue en el año de 1977 durante el gobierno de Alfonso López Michelsen, después de 42 años, el paro del 21 de noviembre de 2019 dejó una impronta que se tomó la agenda nacional durante varios días. Cifras oficiales dijeron que dichas protestas dejaron un saldo de tres muertos ligados a tales hechos.
Aunque hemos sido una sociedad muchísimas veces indiferente frente al derecho a la vida, esa indiferencia es, además, el producto de más de 60 años de impunidad, injusticia, de una guerra interna, en donde la violencia guerrillera, militar, paramilitar y delincuencia común, siguen siendo el pan de cada día.
Desde antes de la pandemia del Covid-19, las plataformas virtuales, las redes, han sido el pizarrón del contento y descontento de todo ese amasijo que somos como sociedad, en donde la polarización sin argumento alguno, más que la emoción y la pasión, se ha tomado nuestro sentir humano y ciudadano.
Al llegar el Covid-19 a Colombia, tuvimos un aislamiento preventivo obligatorio que se inició el 25 de marzo de 2020 prolongándose este por algunos meses más, medida, que tuvo muchas restricciones con el único fin de salvaguardar la vida, se cerraron los aeropuertos, se restringió al máximo la movilidad, excepto para el personal de la salud, la fuerza pública, el personal perteneciente a la cadena productiva alimenticia, se cerraron la gran mayoría de negocios, salvo los que proveían alimentos y medicamentos. Antes veíamos estas situaciones en las películas de cine y televisión, jamás pensamos vivir esta realidad y ser protagonistas de nuestra propia película, la de la vida real.
En ese momento de enclaustramiento nos volvimos benévolos, misericordiosos, humanitarios, emprendedores, todas las noches a las 8:00 pm salíamos al balcón a brindarles nuestro aplauso al personal de la salud en gratitud por su entrega y servicio profesional a quien lo necesitara, nos emocionaba con orgullo patrio ver a las autoridades y a civiles exponer su vida para proteger la nuestra.
La necesidad nos hizo más recursivos, nos tocó reinventarnos, ser creativos, le compramos a conocidos y desconocidos, quienes para sobrevivir hicieron pan, tortas, empanadas, arroz con leche, postres, chorizos, morcillas, hamburguesas, perros calientes, pizzas, papas “chorriadas”, entre otros platillos de la comida popular.
Estábamos pendientes de las afugias familiares, de los vecinos, los amigos, nos volvimos más solidarios, compartíamos, regalábamos afecto, amor y hasta mercado cuando se podía.
Las plataformas de Twitter y WhatsApp, sirvieron para comunicarnos y saber qué pasaba en el mundo exterior, además de expresar nuestra opinión y sentimientos, el lenguaje que iba y venía era de benevolencia, cordialidad, compasión y tolerancia, las cadenas de oración invitando a la paz, a la reconciliación, al perdón se multiplicaron. Se nos despertó y avivó el respeto, el amor al prójimo, la preocupación por la vida y el valor invaluable de ella.
Y no fue sino hasta el 28 de abril de 2021 cuando la ciudadanía se toma de nuevo las calles para marchar y protestar, inicialmente contra las reformas tributaria y a la salud, pero al margen de que estemos a favor o en contra de la protesta, lo cierto, es que es un derecho constitucional protestar como lo establece el artículo 37 de nuestra carta magna.
Ya imagino qué dirán que nada ampara la vandalización, totalmente de acuerdo, pero hay una línea muy delgada cuando se quiere criminalizar a los marchantes o protestantes. Generalizar es injusto, inmerecido, odioso, por ejemplo, el hecho de que los colombianos tengamos la “fama” de narcotraficantes en el exterior, la inmensa mayoría de nosotros no lo somos, aunque seamos el mayor productor de cocaína del mundo según La Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC), menos del 1% de la población se dedica a este negocio. En ese mismo sentido se está generalizando a quienes marchamos y protestamos pacíficamente, que somos la inmensa mayoría.
Lo que llama la atención de los contenidos que circulan por las redes, es que la coyuntura del paro, las marchas en pandemia, al margen de nuestras posturas políticas, en menos de lo que canta un gallo, todo ese espíritu de solidaridad, hermandad, humanismo, de amar al prójimo, de compasión, bondad, caridad y piedad, expresados hasta antes del 28 de abril de 2021, fue cambiado por la crueldad, el odio, la ferocidad, la violencia, sacando a flote los demonios que subyacen en cada ser humano, proponiendo incluso “darles bala” a quienes marchamos, ¿no ha bastado los 80 civiles y policías asesinados, decenas de desaparecidos, mutilados y miles de golpeados por el uso excesivo de la fuerza del estado?
Otros tantos cibernautas opinaban por las redes, que la Minga, representada por indígenas de diferentes cabildos de Colombia, quien recorrió gran parte de nuestro territorio nacional, invitaban a no dejarlos entrar a las ciudades, con una postura racista, clasista, xenófoba, anti democrática e inconstitucional, recordemos que el artículo 24 de nuestra constitución política, reza que todo colombiano tiene el derecho a circular libremente por el territorio nacional.
…
*Licenciado en música, artista, docente, compositor del himno de Bucaramanga, exconcejal de Bucaramanga.
Twitter: @johnclaro
Facebook: johnclaro
Instagram: johnclaro14
Correo: jclaro1960@gmail.com