A primera vista, el auge de la producción de gas de esquisto en EE. UU. parece la solución perfecta para Europa, que se tambalea por la crisis energética creada al separarse del gas ruso. Pero los analistas dicen que no es la panacea.
La producción estadounidense de gas de esquisto no ha perdido fuelle, mientras que la revolución del esquisto en Estados Unidos se desvanece en lo que respecta al petróleo.
En la cuenca del Pérmico, al oeste de Texas -una de las zonas de producción de petróleo y gas más importantes del mundo-, los precios del gas llegaron a ser negativos en octubre porque la producción era tan alta que los productores tuvieron que pagar a gente para que se la quitara de las manos.
Y en comparación con el petróleo, «hay potencial para un mayor crecimiento», afirmó Kenneth B. Medlock III, director del Centro de Estudios Energéticos del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad Rice de Houston.
Parece la situación perfecta para los aliados de EE. UU. al otro lado del Atlántico, mientras la crisis energética sacude el Viejo Continente. De hecho, las importaciones de la Unión Europea de gas natural licuado (GNL) procedente de EE. UU. ya se han disparado desde que Rusia invadió Ucrania y Europa cortó su dependencia del gas ruso: aumentaron más de un 148% en los ocho primeros meses tras la invasión en comparación con el mismo periodo del año anterior. La mayor parte de este gas procede de perforaciones de esquisto.
«Toda la razón por la que las exportaciones estadounidenses de GNL son posibles es la revolución del esquisto», subraya Eli Rubin, analista de energía de la consultora EBW Analytics Group en Washington DC. «Si no fuera por eso, EE. UU. estaría importando GNL de forma bastante generalizada, compitiendo con los países europeos por el suministro de gas natural».
El problema es la capacidad de exportación
Sin embargo, los analistas advierten de que, aunque el GNL procedente del esquisto estadounidense puede ayudar a Europa en medio de su crisis energética, no rescatará por sí solo al Viejo Continente.
«No creo que Europa reciba nunca tanto gas como GNL de EE. UU. como el que recibía de Rusia a través de gasoductos», afirma Samantha Gross, directora de la Iniciativa sobre Seguridad Energética y Clima de la Brookings Institution de Washington D. C. «Europa recibió mucho gas de Rusia; es una cantidad tremenda de gas para sustituir».
«Hay un problema en cuanto a la cantidad de gas que Estados Unidos puede hacer llegar a Europa, al menos a corto plazo», dijo Rubin. «El problema es la capacidad de exportación, no la cantidad de gas que produce EE. UU.», coincidió Gross.
La exportación de gas natural es un proceso complicado y costoso, que requiere licuación, transporte a las terminales de exportación, barcos para trasladar el gas al país que lo compra y, una vez allí, un proceso de regasificación. La falta de capacidad en cualquiera de estos puntos limita la oferta, que va por detrás del auge de la demanda.
El ejemplo de la cuenca del Pérmico el pasado otoño lo ilustra: había abundante demanda de todo ese gas, pero, como dijo Rubin, «aún no existen los gasoductos para llevar todo el gas del oeste de Texas al este de Texas para poder exportarlo».
«EE. UU. tardará entre tres y cinco años en aumentar realmente la infraestructura para la exportación de GNL», prosiguió Rubin. «En cuanto a las perspectivas a corto plazo, tenemos este cuello de botella en términos de capacidad de exportación».
Importar gas no licuado a través de un gasoducto es mucho más barato y sencillo para Europa, ya que no necesita licuación, transporte por tierra y barco, ni regasificación. «Una de las razones por las que el gas ruso era tan barato para Europa era que llegaba a través de un gasoducto», observó Rubin.
Ningún salvador
De ahí el interés de Europa por potenciar el suministro de gas desde el exterior, sobre todo allí donde ya existe infraestructura de gasoductos.
La Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viajó a Bakú en julio para firmar un acuerdo que duplica las importaciones de gas del bloque desde el autoritario Azerbaiyán, utilizando una red de gasoductos hasta Italia denominada Corredor Meridional del Gas.
El mismo mes, el entonces primer ministro italiano, Mario Draghi, viajó a Argelia para firmar una serie de acuerdos para aumentar las importaciones de gas, incluso mientras se fraguaba una crisis política en Roma. Una vez más, un gasoducto simplifica y abarata la importación del gas en comparación con el GNL, como el gasoducto TransMed de Argelia a Italia, creado en 1983.
Más cerca, Noruega, rica en gas, ha acelerado el suministro de gas al resto de Europa gracias al gasoducto de Langeled. Y en lo que respecta al GNL, Qatar también ha pasado a formar parte de la lucha de Europa por encontrar nuevas fuentes de gas.
Pero estos cuatro países tienen límites como proveedores de gas a Europa. «Es probable que el aumento de las exportaciones de gas natural por gasoducto desde Azerbaiyán y Argelia sea pequeño en comparación con el aumento de la capacidad mundial de GNL», señaló Stephen Fries, profesor no residente del Peterson Institute for Economics de Washington DC y profesor asociado del Institute for New Economic Thinking de la Universidad de Oxford. «El gasoducto de Azerbaiyán a Europa ya funciona al máximo de su capacidad. La capacidad de Argelia para producir más gas natural es incierta».
En la actualidad, Qatar exporta más del 70% de su GNL a países asiáticos, con contratos a largo plazo. En cuanto a Noruega, los yacimientos de gas del Mar del Norte «no están agotados, pero ya no son lo que eran», señaló Gross.
A largo plazo, la transición ecológica para abandonar los combustibles fósiles debería significar que los países europeos ya no querrán comprar grandes cantidades de gas, con la promesa de la UE de llegar a ser neta cero para 2050, aunque si eso será lo suficientemente pronto para ayudar a prevenir los efectos catastróficos del cambio climático es otra cuestión totalmente distinta.
Pero este cambio de paradigma a largo plazo complica la apuesta de Europa por una solución a corto plazo a su crisis energética. «El mayor reto para Europa que compra gas es que no está claro que lo vaya a querer durante el tiempo suficiente», afirma Gross. «Se trata de contratos multimillonarios, y 10 o 15 años de uso del gas no es un periodo de amortización suficientemente largo».