Por: Pablo Arteaga/ De Colombia, dicen los que la visitan, que es un paraíso en toda la extensión de la palabra, que esta está llena de maravillas incomparables, de mujeres hermosas, gente amable, alegre y cálida, de una riqueza en flora y fauna exorbitante mucha de ella inexplorada, extensas zonas frutales, con el café más suave del mundo, con unos paisajes inimaginables con grandes ríos, hermosas cascadas, extensos lagos, desiertos, páramos y nevados, con cuatro climas durante los 365 días del año.
Sin embargo, vemos un pueblo triste, inconforme, golpeado por situaciones tales como la creciente inseguridad, los brotes de grupos armados en diferentes zonas, la reorganización de miembros del grupo armado de las Farc tras un Acuerdo de Paz fallido, la reaparición del ELN en algunas zonas donde se presumía extinta, el asesinato de líderes sociales, el aumento del índice de informalidad, el aumento del desempleo, un sistema de salud precario, ineficiente y quebrado, un sistema de educativo inadecuado y obsoleto, un sistema de justicia corrupto y debilitado, una estructura férrea inexistente, un sistema de producción agrícola que ha ido desapareciendo tras los intereses que unas pocas familias dueñas de los monopolios de importadores que han llevado a la quiebra a los agricultores y unos gobiernos que mandato tras mandato han desangrado y vendido las empresas del Estado a multinacionales extranjeras.
Estas situaciones han contribuido a que muchos sectores del país se pronuncien y usen el mecanismo de protestas pacificas que lastimosamente en su gran mayoría son aprovechadas por desadaptados, oportunistas y delincuentes para generar grandes disturbios que finalmente terminan afectando a los ciudadanos del común, mientras los causantes indirectos de esta situación -nuestros gobernantes y representante en el congreso- sonríen y toman whisky a las rocas en los clubes donde solo ellos pueden entrar.
Y hablo de causantes indirectos porque somos nosotros como pueblo los que a través del voto los elegimos.
Los ciudadanos hemos generado un lamento común de doble moral en donde rechazamos los actos de corrupción, pero en época de elecciones se termina apoyando con el voto a los actores de estos hechos que gobierno tras gobierno desangran las arcas de nuestro país, por ende, de nuestros territorios y entregándoselos al mejor postor.
La solución de toda esta problemática no es difícil de hallar, creo que de todos los problemas que se puedan presentar en el territorio, tal vez esta es la más simple de identificar, pero la más difícil de solucionar en la medida que hemos sido contaminados por ese cáncer que se consume a nuestro país llamado corrupción.
Llegando al punto de disfrazar este flagelo con la mal llamada malicia indígena, la cual podría tratar de divagar acerca de la génesis de la frase pero que realmente dentro de una definición más clara no va más allá del “cómo” se consolida la estrategia de hacerle trampa al otro.
El pasado 21 de noviembre se realizó una gran macha en contra de las decisiones tomadas por el gobierno del Presidente Iván Duque al cual se sumaron otros sectores por inconformidades que terminan siendo rezagos producto de gobiernos anteriores. Herencia que ahondan la problemática económica y social de nuestro país.
Estos hechos reflejan el sentimiento de los ciudadanos que protestan con efervescencia y valentía. He ahí donde me asaltan varias inquietudes que me llevan a la siguiente reflexión ¿Será que todas las personas que salieron a marchar son colombianos defraudados y asaltados es su buena fe? ¿Todas las personas que salieron a marchar han salido a votar cumpliendo con el deber constitucional que como ciudadanos tenemos? ¿Cuántos de los marchantes alguna vez en su vida han recibido alguna dádiva a cambio de su voto? O ¿simplemente somos un pobre pueblo rico sin memoria?
Cambiar la manera de pensar o actuar de un pueblo no es fácil, pero podríamos empezar por cosas sencillas, por ejemplo, enseñándole a los niños a respetar la fila, a decir “buenos días”, “buenas tardes”, “permiso”, “gracias”… el infinito don de saludar y sonreír, la importancia del respeto del tiempo de los demás siendo puntuales, de los valores éticos y morales en nuestra vida los cuales facilitan la sana convivencia, alejándolos de un entorno de malas costumbres las cuales van asociadas de la mal llamada “malicia indígena” que lo único que nos ha generado es llegar al punto donde nos encontramos hoy como sociedad.
Amigos colombianos la situación económica, política y social que hoy vivimos en nuestro país no lo cambian las marchas, ni los paños de agua tibia que usan los gobiernos para intentan aplacar a una turba enfurecida y mucho menos los pactos firmados por los mismos bribones de la política que entregan nuestro patrimonio al mejor postor.
Los únicos que podemos darle un giro real al destino de nuestro pueblo somos nosotros como ciudadanos usando esa maravillosa herramienta de participación ciudadana que nos entrega la constitución política llamado voto.
Y enseñándole a nuestros hijos la importancia de los principios del respeto la ética y la moral, solo así dejaremos de ser un pobre pueblo rico sin memoria.
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