Por: Luis Carlos Heredia Ordoñez/ Su discurso no es política: es una mezcla tóxica de resentimiento y ambición personal, disfrazada de «cambio estructural». Mientras el país se ahoga en incertidumbre, él se regodea en el escenario, lanzando consignas vacías que suenan bien en X pero huelen a desastre en el mundo real.
Los inversionistas, esos seres a los que Petro desprecia pero que Colombia necesita como el oxígeno, no piden milagros. Piden claridad.
Y lo único claro en este gobierno es su talento para sembrar caos. ¿Libre mercado o estatismo? ¿Apertura o aislamiento? Petro responde con un discurso que cambia más rápido que el clima en Bogotá.
El resultado: Colombia ya no es un destino, es una advertencia en los manuales de riesgo país.
Petro se vende como el mesías ecológico, pero su cruzada contra el petróleo y la minería tiene más de suicidio económico que de revolución ambiental. Sí, la descarbonización es urgente, pero pretender lograrla cerrando pozos y espantando inversionistas es como apagar un incendio con gasolina.
Mientras Noruega usa sus ingresos petroleros para financiar energías limpias, Petro prefiere el romanticismo pobre: «dejemos el crudo bajo tierra», dice, mientras el peso se desploma y el desempleo se dispara.
¿Saben qué es realmente «verde» en este gobierno? Los dólares que huyen a Perú y Chile, países que sí entienden que la transición energética requiere plata, no palabrería.
Las mineras y petroleras no son santas, pero son el 50% de las exportaciones y el sustento de regiones enteras. Petro, en su torre de marfil, parece creer que los empleos se fabrican con discursos. Los trabajadores de Meta, Santander y Casanare saben que no es así.
Aquí está el truco de magia más patético: Petro pasa días vilipendiando a las «élites extractivistas» y noches rogándoles que no se vayan. Es como un novio tóxico que grita «¡vete!» pero llora cuando la puerta se cierra.
¿Ejemplos? Critica a Ecopetrol por «depender del petróleo», pero depende de sus dividendos para financiar sus programas sociales.
Ataca a la gran minería, pero firma permisos para destruirla pequeña minería que hacen colombianos muchas veces en situación de vulnerabilidad. ¿Es incoherencia? No: es cinismo puro.
Los empresarios no son idiotas. Saben que este gobierno los necesita, pero los desprecia. Y cuando la confianza se quiebra, el capital se va.
Las inversiones extranjeras cayeron un 34% en 2023, y no es por el clima: es por el miedo a un presidente que hoy te llama «socio estratégico» y mañana te tilda de saqueador neocolonial
Mientras Petro juega al revolucionario o el líder mundial en foros internacionales, Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, mira con desconfianza. Con Biden, la relación ya era tensa; con el regreso de Trump, será un infierno. Trump no perdona: si Petro sigue escupiendo al «capitalismo salvaje», no dudará en cerrar mercados a los aguacates y el café colombiano. ¿La excusa? «Proteger los empleos norteamericanos». Y nosotros, ¿qué? Nos quedamos sin compradores, con un presidente que confunde la soberanía con el aislamiento.
Petro, en su obsesión por ser el «antiuribista global», olvida que la diplomacia no es un hashtag. Es interés nacional. Mientras él abraza a Maduro y critica a la OEA, los arroceros del Tolima y los floricultores de la Sabana ven cómo sus mercados se reducen. ¿Revolución? No: autosabotaje.
Las pequeñas empresas son el corazón de la economía, pero Petro las trata como daño colateral. Cuando ataca a las multinacionales, el efecto dominó es brutal: créditos más caros, menos contratos, cadenas de pago rotas.
El mensaje implícito es claro: «invertir es malo». Así, el panadero de Barranquilla y la tallerista de Medellín pagan el plato roto de una ideología que ni siquiera los incluye.
El gobierno habla de «economía popular», pero ahoga a los informales con impuestos y regulaciones absurdas e inútiles. Mientras, las pymes cierran: 12% más que en 2022. Petro, ¿sabe cuántos sueños se apagan tras cada cierre? Probablemente no. Está muy ocupado escribiendo hilos en X sobre el «imperialismo del FMI y Trump o planeado los viajes extraños a Panamá y Caracas.
Petro usa el ambientalismo como escudo para justificar su inepcia. «No al fracking», «no al carbón», «sí a la vida», clama. Pero su alternativa es un brindis al sol: ¿»economía basada en el conocimiento»? Colombia tiene un 60% de informalidad y un sistema educativo que sangra talento.
¿»Energías renovables»? Sin inversión, son un eslogan. Mientras Alemania reactiva sus plantas de carbón y China construye 50 centrales térmicas al año, Petro quiere que Colombia sea el mártir del clima. Bonito, pero inútil.
La verdad incómoda es que Petro no quiere salvar el planeta: quiere reescribir la historia a costa de los colombianos. Su legado no serán los ríos limpios, sino las fábricas cerradas. Petro gobierna como si Colombia fuera su tesis de posgrado: un experimento abstracto donde los errores se justifican con citas de Marx o Chomsky. Pero aquí no hay laboratorio: hay 50 millones de personas cuyo presente se resquebraja y cuyo futuro se hipoteca.
La economía no es un campo de batalla: es la vida misma. Cada inversión que huye, cada empleo perdido, cada campesino que vende su tierra para emigrar, son heridas en el alma del país. Petro puede permitirse el lujo de jugar al revolucionario; los colombianos no.
Si el presidente no entiende que gobernar es construir puentes, no quemarlos, que el próximo incendio que apagaremos no será en la Amazonía, sino en las calles. Y esta vez, no bastarán los helicópteros.
Al final, lo que tenemos es un presidente que, en su afán por imponer una visión del mundo, no solo pone en riesgo el desarrollo económico de Colombia, sino que también alimenta una política exterior que no favorece los intereses nacionales. Y lo más grave de todo es que, mientras Petro persigue un ideal que ni siquiera tiene claro, el país se va hundiendo poco a poco en una crisis de confianza, que es la peor de las crisis.
Colombia, con su potencial, con sus recursos, no puede permitirse este lujo. La economía necesita certeza, no discursos radicales que solo crean cortinas de humo. Y si Petro no lo entiende, la responsabilidad de su fracaso recaerá no solo sobre él, sino sobre todos los colombianos que, por falta de confianza y de claridad, verán cómo el país pierde competitividad y oportunidades de crecimiento. El tiempo para las dudas se terminó.
…
*Tecnólogo ambiental, ingeniero ambiental.
Facebook: Luis Carlos Heredia
Celular: 3154197438
Twitter: @LUISKHeredia