Por: Andrés Julián Herrera Porras/ Solo quien ha logrado subir una pequeña cuesta en bicicleta o quien ha conseguido cualquier tipo de mejora personal en el deporte que practica entenderá cuando hablo de la satisfacción que genera la meta. Algunos dirán que es igual a un logro profesional o académico, pero no: se trata de un asunto radicalmente diferente.
Cuando uno se plantea metas profesionales, laborales o incluso académicas, estas tienden a estar mediadas por cierto reconocimiento social y/o externo. Cuando sacas una buena nota, hay alguien que te califica con ella; cuando logras un ascenso o cumples una meta de ventas en una empresa, también hay otro —un empleador— que interviene para premiarte. En cambio, cuando se hace deporte por el simple hecho de practicarlo —fuera de cualquier tipo de competencia—, el único que se felicita, al menos inicialmente, es uno mismo.
Estos días de enero, mientras retomo la bici con cierta regularidad, he reflexionado sobre lo importante que es el autorreconocimiento de esos pequeños logros que vamos alcanzando. He observado, con algo de asombro, las bondades que el fortalecimiento personal y la alegría de cumplirnos en cada pedalazo pueden traer en términos de salud mental.
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, entre enero y noviembre de 2024 se registraron 2.719 suicidios. No quiero que se entienda este texto como un señalamiento moral o un reproche hacia las posibles razones de estas tragedias. De hecho, en diciembre, mi familia atravesó un dolor inmenso tras la pérdida de Javier Herrera —a su memoria dedico precisamente estas líneas—. Lo que quiero empezar a evidenciar es, como ya he escrito en otras columnas y otros han señalado, la falta de importancia que le damos a nuestra salud mental.
Cabe preguntarse por qué esta sociedad lleva a tantas personas a tomar esta decisión. Insisto, no se trata de una búsqueda desde un horizonte moralizante, sino más bien de revisar lo existencial. ¿Qué es eso que nos falta como sociedad para que cada persona decida seguir viviendo, seguir buscando aquello que Aristóteles denominaba “buen vivir” y que otros llaman “felicidad”?
Byung-Chul Han menciona, en su texto Vida contemplativa, que “la verdadera felicidad se debe a lo vano e inútil, a lo reconocidamente poco práctico, a lo improductivo, a lo propio del rodeo, a lo desmedido, a lo superfluo, a las formas y a los gestos bellos que no tienen utilidad y que no sirven para nada”. Para el filósofo alemán, es claro que la felicidad no se encuentra en el lucro ni en la búsqueda de encajar en sistemas; la felicidad se da en la pérdida de tiempo, en el ocio.
Ese es el problema. En la sociedad del negocio —la sociedad del no ocio—, es cada vez más difícil encontrar la felicidad. Urge que cada uno de nosotros, usted que me lee y quienes lo rodean, se dé la oportunidad de perder el tiempo.
No todo puede ser productividad. Obviamente, necesitamos trabajar para subsistir dignamente; sin embargo, el trabajo para la mera subsistencia no difiere en nada de la esclavitud. Al parecer, muchos pueden ganar millones y vivir como esclavos. Es imperativo que despertemos del letargo y cortemos las cadenas, que comprendamos que el tiempo de ocio —esos espacios dedicados a la lectura, al deporte o a lo que cada uno desee— son los que realmente valen la pena vivir, los que dan sentido a la vida, los que salvan vidas.
Apuntaciones
- Venezuela es una dictadura. No hay más que decir frente a eso, el régimen de Nicolas Maduro debe caer por el bien de los hermanos venezolanos. Ahora bien, el hecho de que Venezuela sea una dictadura no da pie para que tanto expresidente ande diciendo cualquier barbaridad y posando de demócrata, cuidado con caer en tantas patrañas populistas disfrazadas de liderazgo.
- No imaginan la alegría que me generó oír en todo lado una carranga. Felicitaciones a Heredero y, de todo corazón, gracias por reivindicar las raíces campesinas que tantos tenemos.
- El incendio de California no es un asunto aislado, el planeta está al borde del colapso. Ojalá los dueños de las mansiones incineradas sean los primeros en darse cuenta del absurdo de la voracidad con que el capitalismo salvaje sigue devorando la Tierra.
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*Abogado. Lic. Filosofía y Letras. Estudiante de Teología. Profesor de la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
Twitter: @UnGatoPensante
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