Por: Beatriz E. Mantilla/ “Yo soy la muerte, sé que probablemente al escuchar mi nombre se te ponen los pelos de punta y es por eso que te escribo”: Osiris Heyerdahil.
En los últimos doce meses de mi vida, como en ninguna otra época, tuve la profunda tristeza de despedir amigos, colegas, excompañeros de estudio, hermanos o padres de ellos. En el último año y con motivo de la pandemia Covid-19 sentí que la muerte camina a mi lado y junto a los míos. Recuerdo que hace unos meses tuve que darles el pésame virtual a ocho amigos, ocho, ocho familias llenas de dolor por la ausencia de un ser querido que se iba en medio de esta sindemia.
Irónicamente, siempre la percibí distante, la imaginé como un ser gris, oscuro, frío, que me esperaría al final del camino. Formada en un contexto judeo – cristiano, con el tradicional imaginario colectivo de una vida en la que se nace, crece, reproduce y avanza en el logro de sueños y ya al final de varias décadas se llegaba a ese “fatal” encuentro.
Sin embargo, hace poco acompañando a seres que amo, en esos momentos de vacío infinito por la muerte de un ser querido, me di a la tarea de explorar literatura para apoyarlos en el duelo que en principio asociamos a la muerte, a la ausencia física en este plano existencial, y en ese contexto, empecé a resignificarla como una aliada, una amiga, que nos acompaña a lo largo de la vida y a percibirla también en mí, en todo y todos, en esas relaciones que concluyen, en esas etapas de vida que ya no van más, que me han generado duelos y cambios.
Pero, ¿cómo pasé de percibirla como un riesgo, a verla como un aliado? Les confieso que recordando los rostros, diálogos, huellas de esos excompañeros, de los colegas con quienes convivimos más de 10 horas en salas de redacción, y hoy no están; volviendo a sentir su presencia, identifiqué que realmente sí la muerte está presente a cada instante, en cada lugar, en todo, en lo que se piensa, se siente, en esa transformación, en esos periodos de transición que todos vivimos, en esas formas de ser nuestras que ya no están, que se quedaron atrás, en esos que fuimos, y en especial en todas aquellas creencias, paradigmas, prejuicios que me limitan, en mis mentalidades restrictivas y la de quienes me rodean; y descubrirlo y aceptarlo, como oportuno y correcto, hace que se plantee la muerte como una liberación.
Liberación, ¡Sí! Esa que se da de sentir la liviandad de no tener que cumplir ningún libreto, plan de vida; sentir la libertad para ser y también para dejar ser a los otros; o incluso, para dejar de ser quienes creímos que éramos y volver a empezarnos. Sentir la libertad para disfrutar la existencia, la esencia de la vida, y descubrir en esas pequeñas muertes permanentes, renaceres frecuentes, que la muerte me ayuda a recordar que despertar, abrir los ojos, respirar, estar rodeada de mis hijos, Nico y Gaby, que ellos estén sanos, ¡es un verdadero privilegio! y se activa la energía, las ganas de levantarme de la cama para salir a trotar a iniciar un nuevo día con mayor consciencia y deseo de vida.
Me refiero a resignificar la muerte para convertirla en aliada, sentir que cuando me opongo, me niego, rechazo lo que pasa y fluye de manera natural, es una forma de morir a la vida, a lo que es. Que esa negación da paso al sufrimiento y que aceptando lo que es, lo que ocurre, como es, sin expectativas, da existencia a un yo verdadero, auténtico, conectado con lo natural y se deja atrás ese yo prefabricado, que responde a estereotipos sociales de lo que debería ser y que apega a personas, circunstancias, relaciones, sin fundamento que traen muerte, esa sensación que se da con el sufrimiento de la no aceptación.
En esa búsqueda, también descubrí un maravilloso texto: “Una carta de tregua escrita por la muerte”, de la cual hace parte la frase introductoria a esta columna, en donde la muerte como un personaje cotidiano habla y propone una tregua para limpiar su nombre y considerarla una guía en el mundo físico que evita que caigas en las costumbres de los muertos en vida, “como juzgarte fuertemente por pequeñeces, reprimir tus emociones, quejarte porque las cosas no salen como tú quieres, resignarte a los sistemas sociales”.
“Sé que mi presencia te incomoda, pero esta vez te pido que me escuches, porque me comunico contigo para hacer las paces. Con esto que te voy a decir mi intención no es culparte, ni atacarte, pero quiero que te des cuenta que me creaste una muy mala reputación me hiciste la menos popular, la que todos utilizan como castigo, amenaza, la que todos ignoran en conversaciones, la que humillan en las canciones, la que solo buscan los más desolados. Más allá de que esto se sienta incómodo para mí, te escribo porque esto es muy limitante para ti… “Continua la carta de la muerte.
Percibirlo así, como lo plantea el personaje de la muerte en su propuesta de tregua, realmente, resulta más tranquilizante, menos inquietante, por no decir traumático, sentirla más natural, más cercana, y no solo como un instante definitivo y tenebroso, sino como ese periodo de transición de energía, como cuando en las mañanas sales a trotar y vas a tope y sientes que ya no puedes más, que la saliva se agota, el ritmo cardiaco y la respiración se aceleran y cuando estás a punto de estallar como un big bang, esa gran explosión de energía, vuelves a renacer más liviano, más vivo y vibrante. Sentirla como esa aliada que te da la mano para la transición, para regresar a nuestra esencia espiritual, facilita agradecer por la vida de quienes tuvimos el privilegio de disfrutar y acompañar en esta oportunidad, de sentirlos bien, que siguen con nosotros, que están vivos aún, de no sufrir por su ausencia y también ayuda a elevar nuestra perspectiva de lo que pasa, ¿cómo pasa y para qué pasa?
Pensé en la muerte y también recordé esos casos recientes, y que según las publicaciones de los medios van en aumento, de jóvenes que se suicidan y consideré que, si quizá hubiesen tenido la oportunidad de hacer una tregua, un pacto, como el que se plantea… tal vez, hoy estarían con nosotros disfrutando más la vida. ¡Paz, amor y fortaleza para ellos y sus familias!
*Comunicadora Social organizacional y periodista; docente universitaria y consultora en asuntos corporativos y de Responsabilidad Social Empresarial.
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).