A Claudia nunca le gustó maquillarse, ni ponerse ropa entallada. Durante diez años pudo dejar de hacerlo, pero la crisis derivada de la pandemia de Covid-19 la obligó a regresar a las calles con la prostitución como única fuente de ingresos.
“Ha sido muy difícil la situación, ya no es lo mismo que hace 10 años. En primera por la edad que tengo, porque hay más jóvenes. El cliente busca, pues más jovencitas”, lamenta Claudia, de 41 años.
En contraste, Frida lleva 18 años continuos en esta actividad. Ella dice que le gusta “transformarse”, que ha tomado cursos de maquillaje y que cada día elige cuidadosamente el atuendo más atractivo para los que llama clientes.
Enfrentarse al riesgo de contagio en las calles
Aunque desde diferentes perspectivas, estas mexicanas comparten una misma y amarga realidad. Hoy más que nunca se ha vuelto complicado tener “ratos” con clientes, como ellas les llaman, para llevar el sustento a sus hogares y dar de comer a sus hijos.
La pandemia que dejó el espacio público casi vacío, también redujo sus opciones y aumentó el peligro. Además de los riesgos inherentes al tráfico humano, ahora no tienen otra opción que enfrentar la posibilidad de contagio del coronavirus.
No es fácil. Las mujeres en situación de prostitución son un grupo de la población que no recibe apoyo de ningún tipo por parte del Gobierno. Lo que hacen no es considerado como un trabajo, aunque para algunas de ellas es uno tan digno como cualquier otro.
Elvira Madrid, presidenta de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, asociación que se dedica a brindar apoyo a quienes se dedican a lo que llaman sexoservicio, ha tenido que redoblar esfuerzos.
“Antes de la pandemia detectamos en el diagnóstico a 7.700 compañeras ejerciendo el trabajo sexual. Ya como en agosto que volvimos a hacer el diagnóstico vimos que eran 15.200. ¿Por qué?, porque a la mayoría las habían expulsado de sus trabajos”, comenta.
“Inclusive de las mismas que a lo mejor se retiraron junto conmigo en aquel entonces han vuelto a regresar por lo mismo, por la misma situación de la pandemia. Que su pareja, o el negocio que pusieron se vino abajo, entonces pues sí la estamos padeciendo muchísimo”, añade Claudia.
“Obviamente por la pandemia todo se ha visto muy afectado, en el cierre de hoteles. Ya no hay trabajo, escaseó. También por la ayuda que dijo el Gobierno que nos iba a dar y nunca llegó, ni en ni en tarjetas ni en despensas. Te lo pongo así, si yo trabajaba de las 8 a las 12 pues me iba a mi casa. Y ahora llego a las 8 y me voy a las 6 de la mañana y eso a ver si trabajo”, secunda Frida.
La Brigada Callejera, un puntal para las mujeres
Para fortuna de estas mujeres, la Brigada Callejera ha sido un pilar que les ha permitido salir a flote. En su pequeño espacio, en pleno Centro Histórico de Ciudad de México, les brindan atención ginecológica, exámenes como el papanicolau, pruebas de detección de VIH y otras infecciones de transmisión sexual, pero también orientación psicológica, cursos de computación, talleres de derechos humanos y de alfabetización.
De no ser por el apoyo que reciben de la Brigada, estarían desamparadas, pues en los programas de bienestar y asistencia social simplemente no figuran.
“Hay apoyos para madres solteras, para comerciantes, para esto y para lo otro, pero para la trabajadora sexual nomás no”, reprocha Claudia.
“Nosotras como trabajadoras sexuales no tenemos ningún apoyo de nadie, ni de un Gobierno ni nada. Ni nos pueden decir ‘es que son las últimas’. No, ni las últimas ayudas ni las primeras. No existimos, somos personas que nos ven, nos discriminan por nuestro trabajo”, se queja Frida con indignación.
Pero a pesar de todo, de la falta de apoyos, del riesgo de contagio de coronavirus y otras enfermedades, Claudia, Frida y otras miles en la capital de México salen a diario a pararse en una esquina de la urbe a ver si logran ganarse la vida.