Por: Jhon F Mieles Rueda/ Queremos que sean felices, alcancen sus sueños y se conviertan en buenas personas. Pero la pregunta correcta es: ¿cómo podemos garantizar que esto suceda?
En realidad, la respuesta está más cerca de lo que crees: dedicarles tiempo de calidad y velar por que tengan un entorno saludable. Estas dos cosas son como el agua y el sol para una planta. Sin ellos no es posible el crecimiento.
En un mundo donde todo avanza tan rápido, donde siempre vamos contrarreloj, puede ser fácil olvidar lo importante que es detenerse por un momento y simplemente estar ahí para nuestros hijos. Pero no es sólo una cuestión de cantidad, es una cuestión de calidad.
No se trata de estar todo el día pegados a ellos, sino de los momentos que realmente compartimos, de las conversaciones profundas y sinceras, de las risas y las aventuras juntos. Es en esos momentos donde se forjan los lazos más fuertes, donde se construyen los recuerdos que ellos llevarán consigo toda la vida.
Dedicar tiempo de calidad a nuestros hijos no solo significa jugar con ellos o ayudarlos con sus tareas, sino también escucharlos, entender sus miedos y alegrías, y guiarlos en su camino.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te sentaste con tu hijo a hablar sobre sus sueños? ¿Sobre lo que le preocupa? ¿Cuándo lo llevaste al parque? ¿A volar cometas? Esas acciones, por pequeñas que parezcan, son las que les muestran que nos importan, que sus pensamientos y sentimientos valen. Y cuando un niño se siente valorado, su autoestima crece, y con ella, su capacidad de enfrentar el mundo con confianza.
Pero, además de nuestro tiempo, nuestros hijos también necesitan un ambiente sano en el que crecer. Y aquí no estamos hablando solo de un entorno físico donde no haya contaminación, aunque eso también es crucial. Un hogar limpio y ordenado, donde haya espacio para jugar y aprender, es esencial.
Pero, más allá de eso, hablamos de un ambiente emocionalmente seguro y estable. Un lugar donde se sientan amados incondicionalmente, donde puedan cometer errores sin miedo a ser juzgados, donde se fomente el respeto y la empatía.
Un ambiente sano también significa límites claros y consistentes. No se trata de ser estrictos por el mero hecho de serlo, sino de enseñarles a nuestros hijos la importancia de la responsabilidad, el respeto por los demás y el autocontrol.
Si bien ante la ley los niños y niñas no tienen deberes, los límites les dan seguridad y les ayudan a entender cómo funciona el mundo. Les enseñan que hay consecuencias para sus acciones, pero también les muestran que siempre estaremos allí para apoyarlos y guiarlos.
Ahora, sé que en ocasiones puede parecer que estamos luchando una batalla cuesta arriba. Vivimos en una era donde la tecnología y las redes sociales juegan un papel dominante en nuestras vidas y, por ende, en la de nuestros hijos.
Es fácil dejar que una pantalla ocupe nuestro lugar, pero esa no es la solución como algunos que lo hacen. Es necesario encontrar un equilibrio. No se trata de demonizar la tecnología, sino de enseñarle a nuestros hijos a usarla con responsabilidad y moderación. Después de todo, las herramientas digitales pueden ser una puerta a un mundo de aprendizaje y oportunidades, siempre y cuando no sustituyan las interacciones humanas.
Al final del día, lo que realmente importa es que nuestros hijos sepan que estamos allí para ellos. Que sientan que tienen un refugio en casa, un lugar donde siempre serán bienvenidos y amados tal como son.
Porque cuando les brindamos ese tipo de ambiente, estamos plantando las semillas de un futuro lleno de posibilidades. Les estamos enseñando a ser personas íntegras, capaces de amar y de ser amados, de enfrentar los desafíos de la vida con valentía y de construir relaciones significativas.
Y es que, como padres, tenemos una enorme responsabilidad. Nuestros hijos son nuestro legado, el reflejo de lo que hemos hecho bien o mal en nuestras vidas. Son quienes llevarán nuestras enseñanzas al futuro, quienes moldearán el mundo de mañana. Por eso, es vital que les demos las herramientas necesarias para que puedan hacerlo de la mejor manera posible y preservar la especie humana por mucho más tiempo.
Así que la próxima vez que estés tentado a decir «luego» o «ahora no», piensa en lo que realmente estás posponiendo. Cada momento cuenta, cada palabra, cada abrazo. Porque al final del día, no son los juguetes caros o las vacaciones de lujo lo que recordarán nuestros hijos, sino esos momentos simples y sinceros que compartimos con ellos. Esos son los que se quedarán grabados en su corazón, los que les darán la fuerza para enfrentar el mundo y la certeza de que, pase lo que pase, siempre podrán contar con nosotros.
Nuestros hijos son nuestro legado, y al dedicarles tiempo de calidad y brindarles un ambiente sano, estamos invirtiendo en el futuro. Un futuro donde ellos, con amor y seguridad, podrán alcanzar todo su potencial y, a su vez, pasar ese mismo legado a la siguiente generación. Así es como construimos un mundo mejor, uno donde el amor, el respeto y la comprensión sean los cimientos sobre los que se edifique todo lo demás.
En resumen, si queremos un futuro prometedor, todo empieza hoy, en nuestro hogar, con nuestros hijos. Porque ellos son nuestro legado, y como todos sabemos, lo que hagamos por ellos ahora será lo que cosechemos mañana.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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