Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Partiendo de la visión empresarial de mundo, la autosuficiencia tiene su concepción en la necesidad de concebir seres humanos capaces de sobrevenir a las adversidades que nacen y subyacen alrededor del mundo económico del nuevo milenio. El sujeto incompleto y frágil no tiene las competencias necesarias para sobrevivir a los nuevos retos que requieren el mercado mundial y la economía global. Actores que se erigían, y que ahora goza de completa predilección, como el futuro del mundo.
La necesidad de una nueva forma de concebir el mundo y las impresiones que devienen de este se vuelve critica en aras de apuntar a un fructífero crecimiento del mercado y de las economías mundiales que requieren de mentes calculadoras y hábiles en la lógica mercado-empresarial que se construía y que para el siglo XXI sería la ideología que tendría el punto más alto en la alienación de las masas.
La empresialización, se tomó los hogares, las costumbres, los hábitos, las creencias, etc. Como resultado, permitió su propio crecimiento arbóreo en las estructuras culturales de los sujetos del siglo XXI, su manera de concebir el mundo se arraigó en la visión de mundo del globo terrestre y articuló una red de sentidos que hoy día es fácilmente percibirle. Es posible hablar de una ética de la autosuficiencia; en la medida en que este dador de sentido ha evolucionado, en tanto que concepto, en un extra-ser presente en todas las dimensiones humanas. Este estilo de vida en el que se parte del principio de autosuficiencia es lo que hoy día son daños extensivos de esta empresialización.
Vivir y co-existir se reducen a un mero desdén por el otro por la mera razón de ser una entidad ajena a mis sentidos y a mi conciencia; se concibe un egoísmo sui generis donde se parte de la existencia de un “yo” absoluto que habita y tiene todo el derecho a extenderse cuanto quiera por el mundo.
La ética de la autosuficiencia, se entiende como una estructura de sentido univoco, es decir, como una totalizadora de sentido que se atornilla en todo proceso de un sujeto a fin de delimitar de forma clara su conducta con los otros. El principio de autosuficiencia, la base aplicada de la ética del mismo nombre, dota de un doble movimiento la existencia de este extra-ser: primero, como teoría y, luego, como puesta en práctica.
Esta ética, es una eliminadora del otro, desfigura al sujeto a fin de volverlo un solo cosmos en sí mismo, una sola entidad autosuficiente, una isla en sí mismo. No requiere de otros, no importan los otros, no existe una idea de “lo otro”; el mundo existe en la mediad en que yo lo construyo en un solipsismo absoluto y total. Toda debilidad es una muestra de incompetencia, toda fragmentación o titubeo es un impedimento en el cumplimiento de la idea del sujeto como empresa de sí mismo.
La humanidad, ha adoptado de forma placentera esta manera de concebir el mundo. Lo anterior, debido a lo placentero de no tener que angustiarme por el otro y su existencia, lo sencillo del absoluto distanciamiento y vuelve una carta común a la cual recurrir para poder entender concebir mi mundo, mi vida, mi existencia. El otro es una fantasía, no llega a ser ni siquiera una ficción; se pierde entre mi mismidad, no existe en la medida en que no lo veo, no existe categoría fuera de mí que sea pensable.
La otredad, es una imposibilidad. La autosuficiencia hace que el sujeto expulse de sí al prójimo, se exilia al otro a la tierra de la incompetencia y del servilismo hacia un yo que existe en tanto que cosmos que debe ser llenado por astros y cuerpos sin importancia que le sean útiles; no es posible un co-existir o un habitar compartido, en la medida en que existe un único existir: el propio.
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