Por: Javier Quintero Rodríguez/ Pero, ¿cómo se atreven? exclaman furibundos Diana Osorio y su esposo Daniel Quintero desde la silla del avión donde no pudieron usar su cuenta de X con la paz acostumbrada. Un grupo de medellinenses parte de ese 80% decepcionado con la administración de los últimos cuatro años, aprovecharon la proximidad para “cantarles la tabla”. Entre tanto, desde Disneylandia la señora Verónica, la Prima Donna de la nación, hacía un giro de ciento ochenta grados y corría a la velocidad que le permitieron sus pomposos tenis.
“Cúbranse, es un ataque uribista” mientras una mujer le pedía explicaciones relacionadas con su injerencia en el gobierno de su esposo, quien de inmediato sentenciaba: “una persecución sistemática; la fiscalía debe procesar ese delito”, secundado por miles de cuentas de redes a sueldo.
En realidad, han sido ciudadanos del común que, en actos espontáneos que se documentaron en video, han abordado a estos y otros personajes de la política nacional para hacerles comentarios y reclamos. Estos actos son, por un lado, inevitables y por el otro necesarios.
Lo primero porque son producto de la indignación, la franqueza y la oportunidad del momento. Y lo segundo, porque los personajes que manejan los destinos y presupuestos de nuestro país, ciudades y regiones, deberían estar advertidos de que, así como son vitoreados en la plaza pública en el hervor de las campañas políticas, también están expuestos a que, a posteriori, los ciudadanos les demanden públicamente y con vehemencia por sus actos u omisiones. Esa debe ser la tolerancia del gobernante y el control social que no se puede perder.
Antes de continuar, aclaremos que no todo reclamo es válido y que algunas condiciones son indispensables para no desvirtuar la protesta. Primero, se deben hacer con decencia y decoro, evitando cualquier tipo de violencia, así como trampas, marrullas o insultos. Así mismo, se deben moderar en presencia de menores de edad.
Y, por último, es transcendental que tengamos la mayor cantidad de argumentos y evidencias de los reclamos que se hagan para no caer en manipulaciones y falsedades. Sin estas condiciones, los victimarios posarán de víctimas y se revertirá el efecto buscado, o estaríamos haciendo una protesta injusta.
Es comprensible simpatizar y solidarizarse con el receptor de la protesta, pero al contrario de velar por la tranquilidad de un Daniel Quintero en un avión, lo que realmente debe indignarnos es que estemos normalizando que el político tramposo, o el contratista amigo, como por arte de magia terminen haciendo alarde de fortunas inéditas, con casas de millones de dólares, automóviles de altísimo lujo, viajes y joyas, en un comportamiento similar al de los traficantes de narcóticos.
Está claro que más cómodo es hacerse el de la vista gorda y permitir que continúen sus vidas como si no hubieran hecho daño alguno a la sociedad, como si sus actos no impidieran que la salud llegara donde no la hay, que la educación permanezca rezagada, o que las calles sigan destruidas y peligrosas. El mimetizaje de estos personajes sin vergüenza solo es posible si somos tolerantes con sus comportamientos, lo que nos hace indirectamente cómplices. El que la hace, debería tener claro que si no la paga con la justicia, él o ella, la pagarán con la sociedad.
Para que esto ocurra, debemos alentar a esos ciudadanos de valor que se enfrentan a los personajes cuestionados quienes usualmente intimidan con su compañía y con las retaliaciones que logran abusando del Estado y del mismo poder de comunicación en masa. Necesitamos una sociedad exigente, que no pase por alto la trampa y la ilegalidad.
Una ciudadanía que permanezca inquieta, que demande explicaciones, que no trague entero y vaya a las fuentes de información fidedignas, que se atreva y que, si es necesario, arrincone e inquiete a quienes han lesionado los intereses de todos. Que sientan la presión de la sociedad pues, a falta de una justicia rápida y eficiente, este control social es la única herramienta restante para que los bandidos lo piensen dos veces antes de cometer la falta.
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*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror