Las historias de los menores mencionados arriba se suman a una larga lista de niños, niñas y adolescentes invisibles, víctimas de las más aberrantes violencias, potenciadas muchas veces por factores como la presión social, la violencia institucional y, por supuesto, la violencia intrafamiliar.
Por: Diego Ruiz Thorrens/ Marcela* es una menor de tan solo 7 años de edad. Es una niña de apariencia frágil, tiene una sonrisa bastante contagiosa y, una vez que comienza hablar, pareciera no existir poder humano que pueda detenerla. Cuenta su progenitora que, a la menor le encanta bailar y escuchar música. También, que una de las mayores alegrías que la niña puede tener, es (era) compartir tiempo libre con sus tías y primas (estas últimas, todas casi de misma edad) puesto que manifesta, con ellas “se siente segura”.
Mario* es un niño de 11 años de edad. Es un estudiante brillante, con buenas calificaciones, que expresa gustarle el español y las ciencias sociales. A su corta edad manifiesta con seguridad que quiere ser investigador o docente universitario y que anhela “cuando sea adulto” trabajar y ayudar económicamente a su mamá y de paso sacar adelante a sus hermanos, dos de ellos, mayores que él.
Camila* es una niña que hace pocas semanas celebró los 13 años de edad. Cuenta su padre que Camila es fanática a los deportes y que le gusta especialmente el básquetbol. Su estatura le permite disfrutar al máximo de dicho deporte, y ha demostrado ser competitiva como deportista. La menor comparte que, cuando sea mayor, su mayor anhelo es ser basquetbolista profesional, a pesar que muchas personas buscan alejarla de su sueño, diciéndole que en Colombia los deportistas (a excepción de los futbolistas) no tienen futuro.
Ninguno de los menores se conoce entre sí o tienen conocimiento de la existencia del otro. No obstante, comparten aspectos en común: todos sufren de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), depresión y presentan cambios radicales en su estado de ánimo. Camila presenta señales de “cutting” (autolesiones/cortaduras en piernas y brazos) y todos han manifestado el deseo de morir, desaparecer.
El pasado 2 de mayo se conmemoró el ‘Día Mundial contra el Acoso Escolar’ y, en el departamento de Santander, especialmente, en la ciudad de Bucaramanga, su área metropolitana y en la región del Magdalena Medio, las acciones en prevención y erradicación de la violencia por bullying tanto en colegios públicos como privados continúan brillando por su inexistencia.
A pesar de los esfuerzos institucionales (Policía de Infancia, ICBF, Fiscalía) que han buscado frenar esta horrorosa violencia, a nivel local, realmente, no existe un plan o programa institucional que atienda a menores víctimas de bullying.
El desconocimiento de las rutas de atención (por parte de docentes y otros funcionarios) es rampante y, la no aplicación (mejor dicho, la no existencia) de acciones preventivas de la violencia por bullying a partir del reconocimiento del enfoque diferencial, que permita la atención a los menores víctimas de esta horrorosa violencia en razón de su género, orientación sexual, identidad de género y otros factores que aumenten su vulnerabilidad, es prácticamente desconocido.
Las historias de los menores mencionados arriba se suman a una larga lista de niños, niñas y adolescentes invisibles, víctimas de las más aberrantes violencias, potenciadas muchas veces por factores como la presión social, la violencia institucional y, por supuesto, la violencia intrafamiliar.
En dialogo con padres de familia cuyos hijos han sido víctimas de bullying en nuestro departamento, algunos de ellos, menores que quedaron con secuelas y afectaciones emocionales y psicológicas irreparables, invitan a prestar atención a las distintas “banderas rojas”, es decir, a las señales de una posible violencia.
“La primera bandera roja que observamos fue cuando un día vimos que Marcela temía salir a la calle. Luego, cuando se aisló de sus primos y hermanitos. Muchas veces la encontramos llorando, y aun llora con mucha facilidad. Existen situaciones que la estresan, se pone nerviosa muy fácilmente y siempre se encuentra alerta, a la defensiva”. Algunos de los síntomas como el estrés, la depresión y la ansiedad también están presentes en la mayoría de menores víctimas de bullying.
Urge promover las rutas de atención orientadas a reducir y erradicar una violencia que tiene impactos profundos, muchos de ellos irreparables, que acompañan de por vida a sus víctimas. Ante todo, se requiere de mayor voluntad política e institucional para que la promoción de las rutas de atención vengan acompañadas de sensibilización de una problemática soterrada, salvando así las vidas de nuevas posibles víctimas, vidas que tristemente, únicamente, relucen cuando ya es demasiado tarde, cuando los menores han decidido tomar sus vidas o, cuando las familias, ante el dolor insoportable de la pérdida, buscan acciones para que otros menores no tengan que sufrir lo mismo.
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*Estudiante de maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP Seccional Santander.
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