Por: Rubby Flechas/ “Allí tenemos a la gente más peligrosa, aquella que busca todo tipo de argumentaciones, para que su ira parezca Santa Cólera y no arrebato intemperante. Y aquellos que toman por estos caminos son los que pueden concretar los desastres más tremendos.”[1]
¿De qué nos hablan los pecados capitales? Más allá del dogma religioso, han sido normas de convivencia que prevalecieron por el tiempo y son parte de nuestra historia. Se convirtieron en las actitudes menos deseables y más bajas del hombre por ser un riesgo para actuar de manera incorrecta. ¿Estaremos cuidándonos como sociedad de no caer en ellos?
He querido continuar esta serie con una expresión que he visto crecer en los últimos días en nuestro país, y que parece ser un sentimiento colectivo que al parecer se comparte en ambos ‘bandos’. La ira.
Cuando nos encontramos ante una imposibilidad de lograr una meta o la satisfacción de una necesidad y percibimos una amenaza, respondemos con un impulso de ataque. Esa respuesta emocional es la ira.
De acuerdo a Savater, esta reacción se relaciona con los fracasos, frustraciones y conflictos de cada persona. Por otra parte, se ha identificado que estas reacciones ocurren o bien en contextos de relaciones significativas, que requieren un significado comunicacional o que está ligada a un rol social y que cumple una función en el sistema social[2]. En general es un estado emocional inherente al ser humano. Y si es parte de nuestra naturaleza, ¿Por qué se convirtió en pecado?
Es posible que sea por el desenlace que decidimos que tenga. Podemos empezar con una ira positiva a causa de una injusticia y convertirla poco a poco en una ira destructiva y arrogante. O, por el contrario, podemos ser embestidos por una ira destructora y convertirla en una expresión creativa e inspiradora.
Sin embargo, lo que nos ha mostrado la era de las redes sociales es la tendencia a una ira express. Las razones no suelen ser fruto de la reflexión a la vez que los niveles de paciencia son cada vez más bajos. Nos indignamos frente a un titular o a una imagen que pocas veces indagamos antes de dar un juicio de valor. Recibimos tanta información en tan poco tiempo que no tenemos tiempo de procesarla.
En vez de eso replicamos frases, argumentos y juicios basados en repetir los mensajes más recurrentes que nos llegan. Y llegamos a algo que Savater denominó ira razonada, lo cual es un contrasentido, ya que las emociones – como la ira – no pasan por el filtro del razonamiento. Sin embargo, cuando intentamos justificar la ira, justificamos cualquier acción que se realice como consecuencia de esta, porque es la única salida.
En este nivel, la ira hace que se produzca un afán de castigo, y de hacerlo hasta prácticamente la destrucción del otro. Se trata de algo desproporcionado, porque la ofensa no se mide por el volumen del daño que produce, sino por la importancia personal que se le da a la situación. [3]
Y esta lógica sin sentido logra crear realidades profundamente dañinas, como en el caso de líderes o movimientos que, para ganar el respaldo de sus seguidores en un proceso de oposición, crean una imagen del contradictor como un enemigo, como una figura diabólica que solo merece odio y castigo. Pasa en la religión, en la política y en procesos nacionalistas – por ejemplo, el nazismo -.
No hay forma más fácil de controlar las masas que manipulando su indignación y sus emociones, y vivimos en constante peligro de discursos de señores que aseguran haber identificado el mal en todo aquel que piense diferente a él. Y estos señores están en todas partes, hay cada uno en cada orilla con todo tipo de discursos. Cada uno quiere que nos odiemos más y más con el otro, porque así mantienen el poder sobre nosotros.
Esos argumentos posicionan a quien señala como el hacedor del bien, y demoniza al otro, por su puesto ubicándolo como el dueño del mal. Así se logra un discurso fundamentalista propicio para iniciar una cruzada para erradicar el mal. “Para que una persona normal quiera cometer cualquier atrocidad, basta que crea tener razones para ello”[4].
Lo curioso es que los conceptos del bien y del mal fueron creados por los humanos, así que la única forma de erradicarlos es desapareciendo al ser humano del universo. La historia nos ha mostrado cómo lo malo se convierte el bueno, y lo bueno en malo. La brujería resultó ser ciencia, la erupción de volcanes dejó de ser castigo divino, hacer ofrendas humanas a los dioses ya es cosa del pasado, entre tantos otros.
Pero aún tenemos una salida; luchar porque lo que consideramos malo no suceda. Lo opuesto al bien no es el mal, lo opuesto al bien es lo mejor.[5]
Combatir algo malo bajo ninguna circunstancia puede hacerse por vías que causan igualmente un mal. O en el caso de la pobreza; hay que definir si se está en contra de la riqueza, o en contra del reparto inequitativo y de la pobreza.
Nadie puede asegurar que acabar con los ricos hará que los pobres dejen de serlo. Castigar o acabar al rico no mejorará la realidad de los pobres. En cambio, enfocar esfuerzos por mejorar la distribución tratando de incluir en el sistema a aquellos que están excluidos. Debemos lograr analizar las causas en vez de enterrarnos en el lodo de las consecuencias.
Creo en la ira como un motor indispensable para poner en movimiento situaciones estancadas que deben cambiar, pero como cualquier otra herramienta, necesita de un piloto despierto, vigilante, que tenga las luces encendidas y el cinturón puesto. El motor no puede andar solo, llevándose por delante lo que se atraviese.
Así llegamos al opuesto del pecado de la ira, que me gustaría verlo más como el siguiente nivel ante una injusticia que nos haga enfurecer; la paciencia. Pero no esa paciencia que lleva a la inacción, apatía y resignación. Hablo de la capacidad de tener la inteligencia y la sutileza para saber cuándo actuar. La espera paciente del momento adecuado es algo activo, que tiene como objetivo pensar en términos de eficacia.[6]
Hay que buscar las formas y el espacio adecuado para rebelarse contra el sometimiento. Pero jamás acostumbrarse a él.
…
*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
Twitter: @rubbyflechas
Instagram: @rubbyflechas
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
[1] Fernando Savater. (2005) Los siete pecados capitales.
[2] Revista electrónica de motivación y acción. Aproximaciones a la emoción de ira: de la conceptualización a la intervención psicológica.
[3] Fernando Savater. (2005) Los siete pecados capitales.
[4] Sánchez Ferlosio
[5] Omar Abboud
[6] Daniel Goldman