Por: Andrés Julián Herrera Porras/ Eran cerca de las ocho de la mañana, estaba terminando de desayunar, me asomé a la ventana y vi una discusión de dos recicladores de oficio, al menos eso me parecían, él, de unos 35 años le hablaba con fuerza —aunque yo, por la distancia y el ruido externo, no podía identificar lo que hablaba — se notaba enojado y manoteaba con mucha energía haca ella.
Ella, de unos 37 años —quizá era de la misma edad de él, pero la calle parece reflejarse más en los rostros femeninos, tal vez por eso son más escasos, porque vivir o trabajar en la calle las hace más vulnerables de lo que ya son en medio de una sociedad como la nuestra— también se veía alterada, incluso me atreví a pensar que, a diferencia de él, ella podía estar bajo algún efecto alucinógeno. Discutían como una pareja que decidió ser socia y amante, que suman a los celos las deudas o que se endeudan mientras celan.
Vi como discutían y la gente pasaba por el lado, de hecho, otra pareja paso tomada de la mano con total indiferencia ante lo que estaba sucediendo. Ellos, la primera pareja, no tienen una cara para la sociedad, son solo figuras fantasmales que nadie quiere ver ni determinar, sus problemas no son nuestros, son de ellos, son de nadie.
Unas horas después, desde la misma ventana, observe como un habitante de calle era sacado a empujones de un local por parte de un par de policías. Los “agentes del bien” no dudaron en amenazarlo con un Taser amarillo, a él, que se notaba desorientado no solo por la situación, sino tal vez por el lugar donde estaba. En ese momento pensé, que si yo me sintiera perdido en un lugar y viera a lo lejos un policía podría caminar hacia el agente en búsqueda de un refugio, de alguien que quizá —por su deber — podría orientarme; sin embargo, ¿qué puede sentir un habitante de calle al ver un policía? Si una persona que vive en la calle esta desorientado ¿a quién puede acudir sin temor a ser echado? ¿quién podrá permitirse ver más allá de los harapos al ser humano que requiere ayuda? ¿cómo reconocer el rostro de ese ser?
Luego de sacarlo del local, este hombre desorientado se fue caminando lentamente, por la mitad de la calle, y detrás, a un par de metros y visiblemente amenazadores, lo siguieron los dos policías. Yo, decidí bajar y caminar tras ellos con mi celular a la mano por si se presentaba algún exceso por parte de los uniformados. Dos cuadras después, la policía se fue y el habitante siguió su camino, ya iba de regreso a mi casa cuando vi que paso otra moto con otros dos policías, vi que pasaron de nuevo al lado de aquel hombre, aunque esta vez no lo azuzaron el mensaje es claro: no lo quieren en su cuadrante.
Recordé que uno de mis escritores favoritos (J.M. Coetzee) pone en boca de un personaje una disertación muy profunda sobre él porque los animales no tienen cara y como ante esa ausencia su alma se hace invisible para nosotros, puntualmente dice el texto “—Hablando con propiedad, los animales no tienen cara porque carecen de la delicada musculatura que rodea los ojos y la boca de los seres humanos, esa bendición que permite que el alma se manifieste. De modo que el alma de ellos queda invisible.” Quizá, la mugre, el sudor y la falta de estrato haga que el alma de aquellos nadies de Galeano se invisibilice frente a nosotros.
Estas escenas pasan a diario en las calles de nuestras ciudades. Está vez, me correspondió ver dos en la misma mañana. Dos momentos diferentes donde observé con toda claridad como tres personas no eran reconocidas como parte de la sociedad, quizá, ni siquiera como parte del género humano, como “iguales en dignidad y derechos”, mucho menos, receptores de un “trato fraternal”.
Apuntaciones
- Es una aberración que una sociedad que se autodenomine “civilizada” tenga aumentos de la población de habitante de calle en un 17%. Está es la realidad de la capital del país, del país de los nadies.
- El lunes comienza la COP 16. Ojalá sea un lugar para reflexionar y tomar compromisos serios de cara a los cambios que el planeta necesita y no se reduzca a una vitrina política de discursos elaborados.
- El Cardenal Luis José Rueda sigue haciendo historia, ahora como parte de la comisión redactora del Sínodo de la sinodalidad. Es una muestra de humildad y servicio, ojalá la Iglesia Católica siga en búsqueda de verdaderos pastores.
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*Abogado. Lic. Filosofía y Letras. Estudiante de Teología. Profesor de la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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