Por: Marco Aurelio Quiroga Velasco/ Nuestro interés es hablar de un nuevo y silencioso “actor” de la democracia en los últimos ejercicios electorales.
La elección popular de alcaldes genero la muerte lenta de los caciques políticos y se inventó los liderazgos locales o municipales que alcanzaron su mayor expresión cuando constitucionalmente sus periodos cerraron en 4 años. Los caciques migraron al Congreso de la República, se fortalecieron con una credencial nacional que les abriría las puertas de los ministerios e institutos descentralizados a esos “nuevos líderes locales” con ínfulas de la independencia política.
Esa relación nacional, ese padrinazgo les ha permitido un segundo aire en las alcaldías, como un tanque de oxígeno en la unidad de cuidados intensivos. Esa elección popular de igual manera fortaleció a los concejos municipales y a los líderes comunales. Esa triada alcalde, concejo y líderes comunales.
En los barrios cada voto era importante, cada actividad era valorada, de tal manera que el día electoral, eran los vecinos quienes acudían a la capitanía de debate y desde luego a ser testigos electorales. Era una cita irremplazable y un reconocimiento a su trabajo estar en esa lista privilegiada. Los propósitos de la contienda era ganar para ser nombrados, elegidos o contratados, es decir, tener la oportunidad de hacer una que otra “obra” con su firma contratista y recuperar el dinero invertido. Este último actor es el responsable del título de esta columna de opinión.
Era necesario, era fundamental hacer obras de ingeniería, de desarrollo vial, de educación como colegios o escuelas, de salud como hospitales o centros de salud, de higiene como los PTAR, de modernización como puentes, intercambiadores. En pocas palabras se acuña la frase “Gobernar es hacer” y los recursos empezaron a desfilar por los pasillos públicos y con ellos pues unos nuevos amos y señores: los grandes contribuyentes.
Estos fulanos pasaron de hacer fila en las sedes política o ir a los cumpleaños de los alcaldes a comprar las alcaldías; es una epidemia nacional; otra oveja negra de la elección popular de alcaldes.
La clase política se “autosuicidó” diría un expresidente vecino, primero con la elección popular y luego creando este engendro que a su vez mando al cuarto de San Alejo a los concejales y sus líderes comunales.
Lamentablemente, para la llamada democracia participativa ahora los ponderables no son sus relaciones cercanas en los lugares de activismo político, sino el precio económico de su voto. Ahora nadie patrocina equipos de futbol, ni hace bingos, ni bazares, ni rifas, ni bailes para recoger fondos. Eso es historia. Ahora no se compran votos al menudeo, ahora se compran alcaldías. No es extraño amigo lector, ver a un ciudadano haciéndole antesala al contratista de moda en su oficina, no es extraño averiguar con su secretaria el día del cumpleaños, donde estudian sus hijos, etc.
Un nuevo orden se consolida en nuestro país, el camino nos indica que hay huellas de caciques, de manos oscuras, de liderazgos disminuidos d buenas intenciones y también de grandes contribuyentes que antes peleaban hasta levantar un andén en una ciudad o una placa huella en cualquier pueblo alejado.
Amigo lector, si por estos días tiene pensado pedir trabajo en su municipio, averigüe primero si en la alcaldía manda el alcalde o un gran contribuyente; la idea es no perder su tiempo.
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*Abogado, sociólogo, profesor universitario