Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ En una de las primeras columnas que escribí para Corrillos, ¿Al borde del naufragio?, realicé una reflexión pequeña sobre las posibilidades que traía consigo el internet y la responsabilidad de esas opciones. La multiplicidad de fuentes y la facilidad de incurrir en engaños debido a la velocidad en que se transmite la información. Hoy quiero traer al mismo portal un ejemplo de naufragio vergonzoso.
Esta semana quienes frecuentamos Twitter —nunca “x” —, observamos con cierto asombro la acusación que hizo Esteban Mejía en contra de Carolina Sanín. Según él, Carolina había publicado un trino en favor de Israel y en contra de los niños palestinos, una publicación que, de ser cierta, dejaría muy mal parada a la heredera de la hermana de Shakespeare.
La escritora colombiana, lejos de evitar la confrontación, con la fuerza que la caracteriza, encaró a Esteban y le pidió que se retractara, incluso le pudo demostrar que el trino había sido publicado por una página de parodia. Él tuvo que retractarse, y allí terminó la discusión.
Esto no tendría mayor novedad ni interés si el señor no hubiese etiquetado a tantas personas para difundir la desinformación de la cual —quiero creer— fue víctima él mismo. Se atrevió a mencionar en su denuncia incluso a los editores de Sanín.
Vivimos en la sociedad del espectáculo que anticipó Guy Debord, estamos buscando un cierto reconocimiento constante de forma consciente o inconsciente, queremos mostrarnos de forma tal que se nos recuerde para posteridad —sin importar el costo—, lo importante hoy es que los otros nos reconozcan, que podamos influir en ellos.
Difamar a alguien que tiene más seguidores que uno —más lectores— puede ser una estrategia para lograr un cierto crecimiento del engagement de una cuenta. No sé si la actitud de Esteban fue consciente o no, sin embargo, sí creo que fue una forma tozuda de darse a conocer a costa de la fama de otra persona, de otra escritora.
Quien señala al otro, quien denuncia, se pone por encima de ese a quien señala, de ese que es denunciado. El acto de denunciar —especialmente cuando no se es víctima— parece ser un llamado a la justicia, un acto de pura nobleza que convierte al denunciante en “justiciero”. Empero, ¿qué pasa cuando la denuncia no es cierta? ¿qué pasa cuando el justiciero se equivoca en su concepto de lo justo? ¿qué pasa cuando la búsqueda de justicia no es tal? ¿qué pasa cuando “buscar justicia” no es más que una búsqueda de reconocimiento?
Dañar el buen nombre de alguien para ganar un buen nombre es una paradoja curiosa de la que está llena la red. Muchos hemos confrontado a diversos personajes públicos aprovechando la posibilidad de hacerlo por medio de la red. En Twitter pareciera que todos somos iguales, podemos señalar a quien sea desde que tenga una cuenta pública. El problema es que, así como cualquiera puede señalar, también, cualquiera puede caer en un engaño que lo lleve a la falsa denuncia.
El comportamiento del denunciante de Carolina nos muestra que se trata de una especie de afán por tener la razón y sobreponerse moralmente frente a ella. No se trataba de acusarla por un interés genuino en Palestina y sus niños, lo importante era que ella fuera señalada como “la mala” y que, a su vez, él fuese visto como “el bueno”, como el que se dio cuenta de la maldad de ella, como el opuesto de ella.
Juzgar sin querer hacer justicia es una apuesta por lo absurdo. Querer que el nombre de uno quede bien a costa de que otro nombre quede mal no es otra cosa que, querer borrar el nombre de otro(a) para registrar mi nombre en su lugar.
Todo este asunto seguramente quedará en el pasado —deseo que se den las cosas así—, el escritor y la escritora pasaran la página. A pesar de ello, su historia, la página que debe ser pasada —quizá olvidada— por ellos, debe ser leída por nosotros. El suceso, casi sin importancia, que acabo de traer a colación nos debe llevar a pensar en nuestro propio comportamiento, en las redes sociales y fuera de ellas. Es tiempo de pensar antes de juzgar en el propio concepto de “lo justo”.
Apuntaciones
- Señor alcalde Galán, de nada sirve que yo me bañe en cinco o tres minutos si las fábricas de bebidas azucaradas siguen usando 1.7 litros de agua (aproximadamente) para producir 1 litro de diabetes en botella.
- Señores mandatarios locales, si no prevemos lo que es apenas lógico nunca habrá cambios reales en nuestros municipios. Llevamos varios meses de sequías y sabemos (por el calentamiento global) que se viene temporada de lluvias. Sin embargo, estoy seguro de que a casi ningún municipio —a ninguno grande al menos— se le ocurrió realizar un plan de prevención y mantenimiento para evitar inundaciones. Ya veremos las calles hechas ríos como cada año, los deslizamientos y tantas otras afectaciones que pudieron ser evitadas.
- Empezó la FILBO, ojalá podamos acercarnos a la lectura. Aquí les dejo el enlace a la última edición de glosas, quizá pueda inspirarles a leer.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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