La relación con nuestros padres siempre se transforma, a ellos les debemos la vida y somos, de alguna forma, una prolongación de su existencia.
Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ Es curioso cuando tomamos conciencia de la relación con nuestros padres, ya que siempre se transforma; no digo que se solidifique o deteriore, simplemente se transforma. Estaba sentado con mi mamá, tomando un café, y tras recordar a alguno de mis primos pequeños, como de la nada, evoqué un recuerdo que siempre he tenido presente y que creo, es el primero que tengo de infancia, nunca se lo había compartido y decidí hacerlo.
Debía ser solo un pequeño de unos tres años y estaba en casa de mis abuelos en algún diciembre, seguramente en tiempos de las misas de aguinaldo o mejor conocidas como “misas de gallo”, que se celebran siempre de madrugada y a las que desde niño asistí. Sin embargo, tal vez por la edad, ese día no me levantaron para ir y cuando desperté no había nadie en casa; me sentí solo.
La casa de mis abuelos está muy cerca a la que fuese la casa de mis bisabuelos, ese día que me sentí solo decidí ir allá a ver si había alguien que me acompañara. No había nadie, solo los perros de las dos casas me rodeaban, entre ellos Rambo. Me sentí abandonado y protegido, abandonado por mi familia y protegido por los perros. Obviamente no fue un abandono, pero tal vez la sensación fue lo que hizo que el recuerdo se fijará en mi memoria hasta hoy.
Mi mamá me miró con una sonrisa mientras tomaba su café con pitillo, ahora lo toma así para evitar que se le manchen los dientes, le conté que era curioso que tenía muchos recuerdos de cuando era pequeño y que me agradaba volver a ellos. Quizá hoy soy consciente de que esos recuerdos marcaron mi personalidad y lo que soy.
Le conté a mi mamá del momento en el que vivíamos en el Conjunto Andalucía en Floridablanca, recordaba el ventanal enorme de la sala y que me quedaba hasta tarde viendo televisión con mi papá; tengo presente que veíamos “los tres chiflados” y “el siguiente programa”. Recordaba que a ella no le gustaban esos programas y que incluso no le agradaba que yo viera esa sátira política a esa edad. Mi papá no tenía idea lo que estaba formando, o de pronto sí, igual me estaba formando, o deformando, estaba deconstruyendo mi forma de ver el mundo.
La relación con mi mamá ha tenido muchas etapas, ella es una santandereana de pura cepa, aunque haya nacido en Bogotá. En la primera infancia fue una mujer protectora que se dejaba acompañar de mi abuela y mi bisabuela para cuidarme; luego, fue la mamá que mandaba y a la que le temía porque el alcahueta era mi papá; en la adolescencia, se convirtió en un gran respaldo que daba mucha libertad, pero que exigía resultados. Hoy en día, es una gran amiga con la que cuento, que se desahoga conmigo y con la que me desahogo, con la que veo películas y “echo chisme” mientras tomo café.
Seguimos charlando y le dije que me parecía curioso que yo recordaba perfectamente a mi nona Eva, mi bisabuela, recuerdo su rostro, su estatura, su mirada, la recuerdo a ella. Mi nona murió cuando yo tenía cuatro años y mi mamá estaba embarazada. Mi mamá sonrió y me dijo que ella recordaba a su abuela materna que había muerto cuando ella era muy niña y que había sido quien la había recibido cuando mi abuela la parió en la casa en Bogotá. Asimismo, me contó que ella venía casi muerta y que fue la bisabuela que no conocí quien le salvó la vida, quien nos salvó la vida.
Como ya mencioné, la relación con nuestros padres siempre se transforma, a ellos les debemos la vida y somos, de alguna forma, una prolongación de su existencia. Las relaciones humanas implican diferencias, es allí donde podemos observar que pelear con los padres, o con quien haga las veces, debe ser una de las experiencias humanas más comunes a todas las personas.
Dentro de la relación de tantos años con mi mamá, he tenido discusiones de mil tipos y por mil razones, seguramente aún faltan muchas por darse. Recuerdo que una vez me dijo que, si salía a un evento que tenía en la parroquia, siendo parte del grupo juvenil y ya con unos dieciséis años, no me iba a abrir la puerta al volver porque era muy tarde. Ante tal injusticia, actúe y me fui, al volver me abrió la puerta y al siguiente día se alegró de que me hubiese ido bien, como toda buena madre, solo pasó la página.
Otro tema interesante, en lo que refiere a la relación con mi mamá es el tema de la comida. Siempre me ha gustado su sazón y fue ella quien me enseñó a cocinar desde que era muy niño. Siempre tengo presente que lo más importante de lo que aprendí ha sido el arroz, ella es muy quisquillosa y suele evitar el arroz diferente al que hace ella misma o al que hacemos mi hermana y yo, obviamente con la receta e indicaciones que ella nos legó.
En medio de ese café también le pregunté a mi mamá cómo me habían enseñado a comer, recuerdo que desde niño siempre he comido sin necesidad de que me rueguen y sin hacer mucho reguero. Sonriendo, ella me dijo que yo prácticamente había aprendido solo, que su única preocupación era tenerme la sopa fría porque no me gustaba esperar y podía llenarme de ira ante la espera de que soplaran la sopa para enfriarla. Yo solté la risa, aún sonrío mientras escribo, y le dije que aún hoy detesto tener que esperar de más para comer
Hoy sé que me gusta el arroz de mi mamá y tomar café, que la capacidad crítica en torno a la política también es un mal de familia, que aún no me gusta esperar por comida sin razón objetiva, que las mascotas no te abandonan y que la familia, aunque parezca que sí, tampoco lo hace, que las abuelas dan vida y también las salvan. En fin, a pesar del cliché, recordar es vivir y definitivamente, hay que buscar la forma de que cada día valga la pena ser recordado.
Apuntaciones
– El presidente Gustavo Petro sigue usando su Twitter como fortín político. Es un hombre inteligente, ojalá tenga la sensatez para comprender que cuando se gobierna no se debe responder por Twitter a cada uno de los trinos que la oposición escribe en su contra, sino que se debe responder con acciones efectivas.
– “El Estado es responsable por el exterminio del partido político Unión Patriótica”. Este es el resumen de la sentencia emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en contra de Colombia. Como bien lo titula la columna de Helena Urán en la Revista Cambio, se trata de “una vergüenza más para Colombia y un triunfo para la justicia.”
– Sigo esperanzado en que se avance en los diálogos con el ELN, necesitamos seguir trabajando por la paz.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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