Por: Diego Ruiz Thorrens/ Todos, absolutamente todos, le fallamos a Yuli Maritza. Le falló la sociedad que continua validando la violencia contra las mujeres. Le falló la institucionalidad y la justicia, las autoridades que no le brindaron ni garantizaron su protección, quizá porque pensaron u observaron que “no era necesario” o no la requería. Todos le fallamos y ahora ella no está. La violencia no solo le arrebató la vida, su vida. Le arrebató, de tajo, el amor que sus familiares sentían y aun sienten por ella, el de sus amigos, seres cercanos y queridos. Y con esto, no puedo evitar preguntar, desear: ¿Será que por fin despertaremos como sociedad y nos movilizamos contra esta absurda y abominable violencia?
Sé que mi deseo quedará solo en eso: un deseo. Y es aquí donde repetiré las palabras que muchas veces, en otras ocasiones, escribí en otros artículos: ser mujer y vivir en Bucaramanga, en Barrancabermeja, en cualquier municipio de Santander o región del país, implica correr constante riesgo. Significa estar bajo el yugo del peligro.
A una mujer (sea cual sea su edad) que se encuentre en peligro, que sea víctima de persecución, de la obsesión de su agresor, se le margina, confina, se limita su libertad. Es como si ella, ellas, las víctimas, fuesen culpables de cargar con la cruz de la obsesión de su victimario. Como si ellas tuviesen algún tipo de responsabilidad por el desprecio de quién en su momento pudo ser su amigo, su compañero, su esposo, su pareja. El macho, desesperado por dejar huella en su víctima, en su “propiedad” (porque si ella decide no estar con él, pues nunca podrá estar con nadie), le asesta su mayor golpe arrebatándole lo más preciado. La vida. Y mientras tanto, ¿qué estamos haciendo como sociedad?
“Ah, es que ella quizá se lo buscó”, leí en uno de los mensajes de Facebook donde las primeras noticias sobre el crimen fueron publicadas. “Se lo buscó”. Cada vez que leía la frase no podía evitar lanzar más de un madrazo (por no decir otra parte más fuerte). Toda mi rabia e impotencia pasó a un nuevo nivel leyendo nuevos comentarios donde algunos (no pocos) se preguntaban: “y (ella) ¿por qué no pidió ayuda?”, “¿Por qué no fue a una casa refugio?”, “¿Por qué no denunció?”.
¿Por qué? Esperen un momento: ella sí pidió ayuda. Ella sí denunció. Y sí, es cierto: ella no aceptó ir a una casa Refugio porque no la necesitaba, puesto que contaba con su red de apoyo familiar, red con la cual muchas mujeres, en muchos instantes, no cuentan.
Y aquí es donde el debate sobre las cosas que hizo, no hizo o pude haber hecho pasó a un plano simplista y machista que, principalmente, se sumaron muchos ciudadanos, entre ellos, algunos de nuestros mandatarios como solo ellos lo saben hacer. Otros, como uno que otro diputado, simplemente escondieron sus cabezas para no entrar en el debate.
Algunos trataron de justificar el crimen enmarcándolo en la más violenta de las justificaciones como la que se esconde en la frase de “crimen pasional”. Uno de ellos (nuevamente) fue el primer mandatario de Bucaramanga, a quien los medios de comunicación hicieron replica de sus palabras y comentarios que solo desvelan su más cruel desconocimiento e ignorancia en un tema tan importante por discutir socialmente como es la violencia basada en género: “se le ofreció la casa refugio, pero no la aceptó y se le entregaron todas las medidas necesarias para protegerla, pero lamentablemente en estos hechos de crimen pasional pasa por encima cualquier tipo de ayuda, cuando hay la ausencia de valores, principios, espiritualidad y salud mental”.
Estas palabras, especialmente la última línea, aumentaron mi nivel de indignación y malestar. ¿Cómo alguien puede pensar que un feminicidio se debe a la “ausencia de valores, principios, espiritualidad y salud mental”? ¿Sus palabras iban dirigidas a ella? Pensar que los “onvres” que cuentan con los “valores” mencionados por el mandatario son menos propensos a convertirse en agresores es demostrar cuán ajeno y apático se puede llegar a ser ante la agresión contra la mujer.
Aquí, lo mejor que el alcalde pudo haber hecho era asesorarse adecuadamente. O callar. Opciones que, para alguien de su talante, no estaban contempladas.
Le fallamos a Yuli Maritza. Y también a decenas, centenas de mujeres que partieron abrupta y violentamente mucho antes que ella. ¿Necesitamos de un nuevo crimen, una nueva víctima, para despertar como sociedad? Espero que no, aunque mi anhelo y deseo fácilmente se irán al olvido como sucederá con este artículo.
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*Estudiante de Maestría en DDHH y gestión del posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Seccional Santander
X: @DiegoR_Thorrens