Por: Juvenal Bolívar/ Relata la biblia que Jehová le dijo a Moisés: “Sube adonde estoy, en la montaña. Voy a escribir mis leyes en tablas de piedra y te las voy a dar”. Éste subió y se quedó en la montaña 40 días y mientras estaba allí, Dios le entrego su ley… Al poco tiempo, los israelitas creyeron que Moisés los había abandonado. Por eso hicieron un becerro de oro y empezaron a adorarlo.
Entonces Jehová vio lo que estaba pasando y le dijo a Moisés: “Baja adonde el pueblo, porque están desobedeciéndome. Están adorando un dios falso”. Moisés bajó de la montaña con las dos tablas de piedra en la mano. Y mientras iba acercándose al campamento oyó a la gente cantar. Al llegar, los vio bailando y adorando el becerro. Moisés se enojó mucho, tiró las dos tablas de piedra al suelo y se rompieron. Enseguida destruyó la estatua.
La furia de Moisés fue evidente. Y no era para menos, su pueblo se había sumergido en el mar de la vergüenza. Pero esa desdichada idolatría aún se percibe, incluso en nuestros tiempos. En esa equivocación han caído algunas sectas, esas que de manera oscura creen tener la verdad sobre la vida, la muerte y el más allá.
La política también ha sido tentada en varias ocasiones. Josef Stalin (Unión Soviética), Adolf Hitler (Alemania); Mao ZeDong (China); Pol Pot (Camboya); Kim Jong Il (Corea del Norte); Francisco Franco (España); Idi Amín Dada (Uganda); Saddam Hussein (Irak) y Benito Mussolini (Italia) y para no ir muy lejos, Augusto Pinochet (Chile); Fidel Castro (Cuba) y Alberto Fujimori (Perú); en sus tiempos fueron idolatrados por sus seguidores.
Fue tan alto ese estado de alienación, de equivocación y descontrol moral de las masas, que se volvieron sordas, ciegas y mudas, convirtiéndose en cómplices de genocidas y dictadores. La historia aún condena sus grandes atrocidades.
Hace unos meses volvimos a saber de Fujimori, tras recibir un ‘indulto’ presidencial. Había sido condenado el 7 de abril de 2009 a 25 años de prisión por su responsabilidad en los delitos de asesinato con alevosía, secuestro agravado y lesiones graves, tras ser hallado culpable intelectual de las matanzas de Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992), cometidas por un escuadrón del ejército conocido como el grupo Colina, así como del secuestro de un empresario y un periodista.
Y el 20 de julio del 2009, fue condenado a otros siete años y medio de cárcel al ser hallado culpable de peculado doloso, apropiación de fondos públicos y falsedad ideológica en agravio del Estado.
Fujimori quiso perpetuarse en el poder tras vender una imagen de pacificador. Nunca otro mandatario de ese país tuvo tan alta aceptación. Aunque varios sectores sociales denunciaron la corrupción y la violación sistemática de los Derechos Humanos, hizo lo que le vino en gana porque no había una corte de justicia con suficiente valentía para detenerlo.
También cayó su asesor de seguridad, Vladimiro Montesinos, envuelto en numerosas acusaciones de corrupción y narcotráfico, la justicia de su país lo condenó como autor mediato de asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, organizar grupos paramilitares y compra de políticos opositores a Fujimori.
En Perú la suerte cambió y ese idolatrado exmandatario terminó donde debió estar desde muchos años atrás, arrinconado por la justicia. Hoy espera la muerte, rodeado por unos pocos familiares y en medio de la más grande vergüenza.
Colombia no ha sido ajena a ese flagelo de idolatría política y el propio Presidente electo Iván Duque lo dejó claro en su reciente visita al Rey de España. En un evento de total diplomacia, Duque le dijo categóricamente al Monarca que el Presidente es Álvaro Uribe y no él. Entonces quedó en evidencia lo que nos imaginábamos.
Para quienes le comen cuento a Uribe, lo que hizo Duque en Madrid no fue un acto de lambonería más como el que él y sus séquitos nos tienen acostumbrados. De hecho, coloquialmente aquí a todos los exmandatarios -aunque no lo son- se les dice «presidente».
Pero en países desarrollados, con un sistema político fuerte y alejado de reverencias banales, ese: «Saludos le manda el presidente Uribe»; que le entregó Duque al Rey Felipe VI, es la prueba contundente que quien maneja todo en su partido y ahora -por tercer periodo presidencial pero en cuerpo ajeno- es Álvaro Uribe Vélez. Y sin él, seguro Duque no hubiese llegado a ser senador. De ahí que la lambonería y la idolatría se confunden en el ‘uribismo’.
Es justo reconocer que antes del primer gobierno de Uribe, Colombia era un país sin norte. Muy similar a los tiempos de Fujimori en Perú. Pero el fin no justifica los medios. “Mano fuerte y corazón grande” fue la sentencia que desencadenó no solo el debilitamiento de los grupos terroristas que operaban en Colombia, también trajo consigo el mayor índice de violación a los derechos humanos y el aumento descarado de la corrupción.
Diezmar (no acabar) la guerrilla dejándole el campo libre a los paras para que hicieran de las suyas; con más de 10 mil falsos positivos en sus dos periodos de mandato y con una clase política atragantada de mermelada para sostenerse en el poder, nos permite pensar que tenemos un Dios viviente, que le ha permitido –incluso- hacer milagros. El más reciente, elegir a un completo desconocido como presidente de la Republica.
Algunos idiotas útiles del autoritarismo de la extrema derecha nos dirán que estamos sangrando por la herida. Otros no dicen nada porque esperan que sea Uribe quien les diga qué pensar (y qué decir), mensajes bíblicos consignados en su influyente cuenta de Twitter. En cualquiera de los dos casos se equivocan, pero no me importa.
Lo que si me importa es que -como decía mi abuela- «a cada marrano le llega su nochebuena» y que más temprano que tarde, todo ese autoritarismo que ha generado más violencia, más corrupción y más desigualdad social; llegará algún día a su fin.
Los medios de comunicación nacionales lo han informado hasta la saciedad, las organizaciones sociales pagaron con sangre su valentía de denunciar, incluso algunos tribunales nacionales intentaron llevarlo a los estrados judiciales pero extrañamente los testigos son asesinados. Hoy son la CÍA, el FBI, organizaciones internacionales de DD.HH. y los medios estadounidenses lo que acusan directamente a Uribe de haber tenido nexos con el narcotráfico. Y no pasa nada.
Aun somos optimistas. Lo hicieron las grandes potencias del mundo. Incluso Panamá y Brasil. Contamos las horas para que Venezuela y Colombia asuman su responsabilidad de enjuiciar a sus verdugos. Esos comportamientos dictatoriales, irresponsables, violentos y desafiantes no pueden seguirse dando. Hay que pararlos y desde el comienzo.
La justicia debe hacer frente a casos de irracionalidad administrativa como el del alcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández -que han dado muestras de un comportamiento indigno- y de otros que se puedan generar gracias al miedo (o complicidad) de quienes tienen que sancionar.
Un día, tal vez en 10, 15 o 20 años y 100 mil muertos más, llegará el momento para que Uribe, su asesor en seguridad, José Obdulio Gaviria; su hermano Santiago; sus hijos Tomás y Jerónimo; su exministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, su excomisionado de paz, Luis Carlos Restrepo y un centenar de exfuncionarios de sus dos gobiernos; le respondan a la justicia. Entonces la historia dirá la verdad: No eran héroes, ni Dioses.
Twitter: @JuvenalBolivar