Por: Iván Aguilar Zambrano/ Las escenas vividas en los últimos días en la Universidad Industrial de Santander deben llevarnos a hacer unas profundas reflexiones sobre qué es lo que está sucediendo al interior de las instituciones de educación superior como la UIS.
Para nadie es un secreto que al interior de la universidad pública existen unos “estudiantes” que se dedican a reclutar, adoctrinar y agitar a los demás compañeros. La excusa de la revolución, ha dado para que algunos de ellos hayan tomado por profesión ser estudiantes, sí, de carrera en carrera, hasta por más de 10 años en la universidad, con el único objeto de mantener viva la llama del “socialismo o muerte”.
Pero ojalá se tratara únicamente del fervor que despiertan las ideas revolucionarias, desafortunadamente el tema ha ido mucho más allá, en repetidas ocasiones ha quedado al descubierto como el activismo ha derivado en vínculos con grupos subversivos, casos lamentables como el del estudiante de Licenciatura en Educación Física de la Universidad de Antioquia, Julián Orrego, quien murió el año pasado al estar manipulando una papa bomba en medio de una protestas en esta universidad, Orrego pertenecía al movimiento Jaime Bateman Cayón, el cual hace presencia desde los años 80 en esta universidad.
Frente a esto, valdría la pena que las universidades estatales le pongan coto a la situación, la universidad no puede ser caldo de cultivo de la ilegalidad, el terrorismo y vandalismo son delitos y como tal deben ser abordados. De igual forma es conveniente que se revisen los parámetros relacionados con el tiempo durante el cual se puede ostentar la calidad de estudiante, que se indague las causas reales por las cuales no han concluido su pregrado o han tomado mucho más tiempo del usual para culminar sus estudios.
Así mismo hay que hacer lo posible para que la comunidad universitaria sea quien blinde la protesta. Lo que sucedido esta semana en la UIS es el mejor ejemplo de cómo un reclamo más que válido, termina deslegitimado, pues mientras se exigía justicia ante los posibles casos de abuso sexual al interior de la institución, vándalos encapuchados causaban destrozos en la universidad, se tomaron y prendieron fuego al edificio desde donde despacha el rector de la institución.
La universidad además de ser un templo del conocimiento, debe ser un lugar para la construcción, un espacio para el diálogo, un escenario para el sano debate, un ejemplo para los demás estamentos de la sociedad, por eso la importancia de insistir en la formación política sin sesgos ideológicos, de manera que cada estudiante en su querer escoja y defina que postura política quiere asumir; todo esto le haría bien a nuestra democracia.
Finalmente, insistir en que se tomen medidas, es necesario que estudiantes, profesores, funcionarios y directivos se detengan a dimensionar el daño que estos sujetos y sus actos le hacen a la universidad, de cómo lesionan la autonomía universitaria, razón por la cual no hay que ahorrar esfuerzos para señalarlos, reprocharlos y denunciarlos, de manera que pronto llegue el día, de una universidad sin capuchos.
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