Por: Ruby Stella Morales Sierra/ Las paredes son telones de significados y colores. Vida, alegría, tristeza o muerte. Hablan sobre amor y lucha, denuncian lo que algunos no quieren saber, las verdades desnudas que avergüenzan y arrugan el alma. Son también el grito del pueblo.
Cuando la gente no se puede expresar, cuando se ha obligado al silencio, las paredes gritan en procura de resistirse al anonimato, gritarle a la violencia sorda, pedir que las balas se silencien.
La evolución del grafiti y uso de las paredes en Colombia tuvo un capítulo más de protagonismo este fin de semana en Cali. Más que grafiti los artistas volvieron a convertir en telones vivos las paredes más vistas de la ciudad.
Fue muy conmovedor seguir en vivo la transmisión en video de la multitud popular que retomó los telones grises de las calles para volcarse de nuevo en una alegoría de vida, trazos alegres y tonos multicolores para escribir y representar la memoria de la lucha y violencia social.
El grito social volcado en alegre tristeza. Rebeldía y toma pacífica de las calles como una expresión revolucionaria de amor, de formas de vida y de existencia. Aquí pinto yo, aquí escribo yo. Aquí estoy.
Días atrás, se supo que la iniciativa de la borrada de los dibujos de expresión popular y rabia que fueron pintados en mayo y junio en el fragor de la resistencia y las denuncias del paro nacional, habría sido convocada por un personaje con antecedentes criminales y la acogida de la idea de la senadora María Fernanda Cabal del Centro Democrático, quienes habrían armado una brigada de personas humildes a quienes les pagaban por realizar un trabajo que sencillamente la necesidad no les permitía cuestionar.
Algunas de las personas que borraron los muros dijeron haber ido convocados a través de una iglesia y por el llamado de un dios a quien le habría ofendido el grito de dolor de los protestantes. O sea, una cruzada tipo inquisición en la que la orden habría sido cubrir con fríos brochazos grises las frases de quienes piensan diferente a ellos. Volver las paredes mudas. Lúgubres.
Como si borrar una frase de un muro pretendiera borrar la historia, borraron las letras del doloroso recuerdo de los 6.402 falsos positivos, el alarmante “S.O.S nos están matando” de los primeros protestantes -de los casi 90 que habrían muerto en todo el país por las balas oficiales, los denuncias en contra del exceso de fuerza de la policía y el Esmad que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos está revisando, monitoreando y presentando sus observaciones y consideraciones. Mismas que el gobierno colombiano parece haber lanzado el mensaje de no atender.
“A mí no me pagaron, yo vine porque quise…”, coreaba la gente que acudió a la pintatón de los muros la tarde del sábado pasado. Se veían personas de todas las edades. Cabezas canas y muchos niños. Jóvenes y mujeres armados de pinceles, brochas y cuñetes de colores animosos.
Los pintores improvisados y también los artistas consagrados estaban rebosantes y plenos de ánimo para realizar la cruzada mágica de volverle a dar vida y significados a algunas paredes de la capital de Valle. Detalles primorosos, figuras humanas bellas, trazos alegres, flores, colores. Frases vivas y alentadoras. Tristeza cubierta de alegría entonada por los pitos de los carros como señal de aprobación de los caleños que pasaban y animaban con alegría.
Cali, en el paro nacional ha sido protagonista como una de las ciudades de mayor impacto social y económico. Quedó cercada por la represión a protestantes pacíficos desde el mismo 28 de abril, pero también fue víctima de la más violenta escalada de vandalismo y daños en bienes públicos y privados, cierre de negocios y pérdidas, pero también en continua represión de la fuerza pública y del escuadrón antimotines.
Hasta la Minga Indígena colombiana debió salir espantada de Cali y retornar a sus territorios, víctima del rechazo, la discriminación y la violencia de unas clases sociales cuestionadas y violentas.
En Cali se dio el surgimiento de las primeras líneas de manifestantes, del monumento a la resistencia. De docenas de jóvenes que se quedaron sin hogar y sin retorno. De las madres que perdieron a sus hijos y las que esperan que lleguen los desaparecidos, como sucede en Bogotá, Medellín, Popayán, Bucaramanga, Pereira…
La explosión social se ha vivido como el volcán social que estaba oculto en el día a día de los fines de semana de baile y salsa. De partidos de fútbol. De programas y concursos de televisión. De la cotidianidad angustiosa de la pandemia y de un día tras otro sin suficientes alimentos en la mesa, de muchos meses de encierro, de deudas y del luto de familiares y amigos que han venido cayendo entre los más de cien mil muertos por Covid-19 y millones de infectados.
Toda esta historia de sufrimiento y dolor es la que en frases y dibujos expresa la juventud excluida de Cali y de Colombia, que escribe una nueva historia de lucha, sufrimiento y resistencia en lo corrido del paro nacional.
En Bucaramanga, los murales pintados en la Puerta del Sol por varios colectivos de estudiantes, mujeres, jóvenes y comunidad vinculada a procesos sociales y ambientales también fueron ocultados bajo el barniz gris del silencio y el vacío. También originaron choques y refriegas y hasta un lesionado.
¿Será que terminarán por criminalizar la expresión y el grito popular de los telones callejeros?
La pinta popular espanta y la gente repinta. Es una delirante escalada de la revolución del color.
Nota aparte: El tenebroso misterio de los 28 exmilitares colombianos envueltos en el asesinato del presidente de Haiti, Jovenel Möise, es otro golpe a la dignidad de un pueblo que no deja de sorprenderse ante tanta tragedia y vergüenza. Las mayorías no nos doblegamos ante el caos y el desespero. Sobreviviremos.
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*Periodista
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