Por: Rubby Flechas/ En 2009 fui a mi primera marcha. La plazoleta del Che en la UIS estaba llena de estudiantes, y durante varios días muchos estudiantes sentimos de cerca la tensión, la emoción y la preocupación por los temas que se discutían en los pasillos de la universidad.
Fue muy interesante identificar dos grupos que resaltaban y contrastaban entre sí. Unos iban a lo profundo de la dialéctica, otros iban a lo profundo del corazón y ninguno estaba por encima del otro.
Transité durante días entre ellos y me pareció maravilloso como podemos unirnos en una causa común aunque tengamos motivaciones diferentes. A todos nos parecía que algo no estaba bien, todos considerábamos la protesta legítima.
Los diversos actores, los pulsos políticos, los intereses personales, las demandas colectivas y el contexto son fundamentales para comprender las múltiples dimensiones de una acción colectiva. Siempre hay razones legítimas, siempre hay discusiones que debemos enfrentar como sociedad. Ojalá los líderes sociales fueran protegidos, respetados y escuchados, ojalá tuviéramos libertad de expresar nuestro inconformismo sin recibir amenazas, ojalá tuviéramos más garantías para luchar por los derechos humanos y no morir en el intento, ojalá las manifestaciones se conocieran por las causas de muchos y no los desmanes de pocos. Ojalá siempre fuera el momento indicado.
Desde entonces había apoyado todas las movilizaciones sociales. Hasta hace un par de días cuando empezó a preocuparme una pregunta: ¿Es el momento adecuado para promover una protesta?
Podríamos decir que como todo en la vida, no hay un momento perfecto. Pero está claro que hay momentos más apropiados que otros. Por ejemplo, suena bastante desafortunado que en medio de una crisis sanitaria sin precedentes en nuestra generación y justo en el momento donde se reportan las cifras de fallecimientos más altas en el país, con una ocupación hospitalaria cercana al 100% en las principales ciudades, se convoque a marchas, plantones o encuentros presenciales.
Las formas de protesta tienen como límite la creatividad. Que este sea el momento adecuado para darle paso a la innovación sin afectar la salud colectiva, porque si bien las causas de la protesta son legítimas no pueden empeorar la crisis sanitaria que nos afecta a todos.
Acá hay una responsabilidad social superior a cualquier cosa, la vida de los demás está en juego. Para nadie es un secreto que la razón por la cual familias enteras hoy despiden a sus seres queridos es un aumento en los contagios a causa de un aumento en las interacciones sociales. ¿Cómo podemos justificar aglomeraciones que tendrán evidentes consecuencias fatales?
Ya varios alcaldes y entidades han pedido prorrogar las movilizaciones al menos dos semanas mientras pasa el pico de la pandemia, sin embargo, los promotores no han cedido. ¿Estamos tan desconectados con la vida, o en qué nivel hemos perdido la empatía y la compasión como para no considerar las consecuencias? Tanto quienes pretenden protestar como quienes no van a hacerlo pueden necesitar una unidad de cuidados intensivos, y el triaje ético no tendrá en cuenta quién es quién, sino quién tiene más opciones de sobrevivir[1]. ¿Debemos forzar el destino para que llegado el caso, un médico tenga que decidir quién vive y quién muere, cuando está en nuestra manos aportar para no aumentar esa probabilidad?
¿Los líderes de la protesta asumirán su responsabilidad por promover aglomeraciones y cederán su fila para recibir oxígeno, o le explicarán a las familias de un enfermo que las causas de la protesta justificaban ese futuro muy probable donde alguien podrá estar entre la vida y la muerte como consecuencia de una causa noble pero visiblemente inoportuna?
Si en 2019 nos hubieran dicho esto, pensaríamos que es fatalista, que es una exageración y que es imposible que suceda. Desafortunadamente, es un futuro más que probable porque ya estamos viviéndolo.
Bogotá tuvo ayer una ocupación UCI superior al 90%, Santander del 79%, Antioquia del 96%, y subiendo. También se anunció que hay escasez de oxígeno en Antioquia – y no sabemos cuándo nuestra ciudad se quedará también sin oxígeno – , y desde la semana pasada empezamos a escuchar que los médicos han tenido que recurrir al triaje ético.
Nadie puede garantizar que se acatarán las medidas de bioseguridad adecuadas tanto para el contexto de pandemia, como en la particularidad de estar en alerta roja hospitalaria. Nadie asumirá el costo sanitario de al menos un contagio. Por el contrario, si hay contagios masivos y se presiona aún más el sistema hospitalario, se culpará al gobierno por permitir protestas y no poder atender a todos los enfermos a la vez. Todos perdemos.
Aún más, es profundamente contradictorio que una de las razones de FECODE[2] para marchar sea el rechazo a la imposición de la alternancia en el tercer pico de la pandemia. Si consideran que no hay condiciones para regresar a las aulas, ¿Cómo se justifica que realizar aglomeraciones que son potencialmente cultivos para el contagio sea la solución?
Como todas las protestas hay intereses políticos y necesidades sociales que merecen atención, pero si se lleva a cabo, será reprochable que una movilización social que exige el respeto de los derechos colectivos y la responsabilidad del gobierno, no asuma su responsabilidad con la sociedad ni muestre respeto por la vida de su comunidad en el momento más difícil que hemos vivido como civilización en este siglo.
Ojalá que no deslegitimemos las causas justas por no encontrar el momento o modo adecuado de hacernos sentir como sociedad.
*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
Twitter: @rubbyflechas
Instagram: @rubbyflechas
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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[1] Revista Semana. ¿Qué es el llamado triaje ético con el que médicos deciden a quién dar cupo de una cama UCI? (Link)
[2] Fecode. Rechazo a la imposición de la alternancia en el tercer pico de la pandemia (Link)