Por: Javier Antonio Rojas Quitian/ Aquel martes 01 de enero del año 2021, iniciamos el que llamamos el año de la esperanza, aunque el número de casos de Covid-19 se incrementaba peligrosamente, ya el mundo hablaba de la vacuna, de la reactivación económica, de volver a la normalidad y eso nos ilusionaba y nos emocionaba.
Para ese entonces aún se escuchaban muchas afirmaciones señalando al covid cómo algo inexistente, como un negocio de las EPS y de los estados, una historia inventada por las súper potencias económicas para asustarnos, entrarnos en pánico y luego vendernos la vacuna y fungir como nuestros salvadores.
Las festividades del 24 y 31 de diciembre del 2020 y del puente de Reyes Magos del 2021, pronto mostraron su tenebroso impacto, pusieron al límite nuestro frágil y decaído sistema de salud y los muertos y pacientes en UCIs se contaban por miles, estábamos en lo que llamaron el segundo pico de la pandemia.
El que parecía el año de la reactivación y la esperanza, no tardo en mostrarnos que lo más duro estaba por venir, que el mundo se estaba vacunando, pero el virus también se modernizaba y con nuevas variedades, se volvía más peligroso, más fácil de propagarse, más letal.
A finales de febrero, a paso lento y en medio de un show mediático promovido por gobernantes y medios de comunicación, se inició el proceso de vacunación en Colombia, empezando por los adultos mayores de 80 años y profesionales de la salud de la primera línea de atención a pacientes covid, desafortunadamente el porcentaje de contagios ha venido creciendo más rápido que el porcentaje de vacunados.
Con la paulatina llegada de las vacunas y la tímida reactivación económica planteada por el Estado, los colombianos intentamos volver a la normalidad, perdimos el poco miedo o respeto que mostrábamos por el virus, bajamos la guardia con las medidas de autocuidado y nos enfocamos en rehacer nuestras finanzas, nuestros proyectos, retomamos las actividades que nos producían placer, viajes, deportes, salidas y reuniones, sin dimensionar el peligro al que aún estábamos expuestos.
Tras la crisis social ocasionada por más de un año de pandemia y de los desaciertos frecuentes del gobierno nacional en materia política, social y económica que lo mostraron incapaz e ineficiente para superar la crisis, estalló una justa protesta social que ha agudizado la situación y que luego de muchas marchas y confrontaciones, sirvió de caldo de cultivo junto a la reactivación comercial y el descuido ciudadano para que la cifra de contagios por covid 19 se disparará exponencialmente.
Lo que en las últimas semanas han vivido miles de familias en nuestro país es una tragedia, centenares de personas fallecen a diario, muchas sin lograr acceder a una atención oportuna e idónea, fallecen porque no hay donde ni quien salve sus vidas, sometiendo a las familias a la más cruel, desgarradora e inhumana experiencia en la que entregan sus seres queridos a los centros médicos y luego sin despedirse, sin verle por última vez, reciben un cofre con sus cenizas, sobre las cuales deben intentar buscar consuelo y esperanza.
Quienes aguardamos en nuestras casas o quienes debemos salir a buscar el sustento en las calles, compartimos la esperanza de que esto pronto termine, que el virus nunca toque a la puerta de nuestro hogar o de que se vaya de prisa, sin llevarse a ningún ser querido, sin robarse la esperanza y la alegría de las familias.
Aún no es claro, cuánto durará esta pandemia, cuantos picos tendremos que superar, lo que sí es claro, es que el virus es real, no se conoce su origen, pero está entre nosotros y no es una historia de ficción, hoy todas las familias colombianas hemos perdido un pariente, un amigo, un conocido por causa de ese enemigo silencioso, que no vemos, pero que se roba hasta el último aliento de sus víctimas.
En los medios de comunicación todos los días nos muestran los avances en vacunación y las acciones adoptadas para volver a la normalidad, hoy algo que también está totalmente claro, es que la normalidad, tal y como la conocíamos nunca regresará y no lo hará porque cuando Colombia supere esta pandemia habrá miles de familias incompletas, nos muestran los fallecidos como un número, una estadística, pero detrás de cada persona fallecida hay una tragedia, hay familiares y amigos que lloran y sienten la ausencia de sus seres amados que nunca regresarán.
Escribo estas líneas como homenaje a mis parientes y amigos que han ofrendado su vida para que aprendamos a valorar la nuestra y en homenaje a aquellos que hoy en sus hogares o en las habitaciones y unidades de cuidados intensivos de los centros médicos luchan por aferrarse a la vida y por conservar el aliento dentro de su cuerpo, ¡por favor no se rindan!
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*Exalcalde de Sucre (Santander), Administrador de Empresas, Especialista en Gestión Pública y Magister en Políticas Públicas y Desarrollo.
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).