Por: Aidubby Mateus/ Vivimos en un mundo donde la complejidad de los problemas sociales exige respuestas más humanas y solidarias. Aunque las leyes y normas son necesarias para organizar y regular la convivencia, muchas de ellas se vuelven innecesarias cuando las personas actúan guiadas por la empatía y la compasión.
La base para este aprendizaje empieza en el núcleo fundamental de la sociedad: la familia. Si cada individuo fuera educado desde su hogar para comprender, respetar y ayudar a los demás, los conflictos sociales disminuirían y podríamos aspirar a un mundo más justo y armónico.
La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, comprender sus emociones y experimentar sus sentimientos desde su propia perspectiva. Aunque a menudo se la considera una emoción innata, en realidad puede desarrollarse y fortalecerse a través de la educación y la experiencia. Sin empatía, la convivencia se vuelve difícil, pues cada individuo actúa desde sus propios intereses sin considerar cómo sus acciones afectan a los demás.
En el contexto social, la empatía genera sociedades más justas y solidarias. Una persona empática; escucha, respeta y busca soluciones que beneficien a todos. Esto se refleja en la política, la educación y el entorno laboral, donde la cooperación y el trabajo en equipo se convierte en el motor de los logros colectivos.
Así las cosas, si la empatía se basa en comprender, la compasión implica actuar para aliviar el sufrimiento o mejorar la situación del otro. La compasión convierte la comprensión en acción, permitiendo que las buenas intenciones se materialicen en gestos concretos que transforman la realidad.
La compasión es un motor fundamental para el cambio social. Las políticas públicas más efectivas son aquellas que se diseñan con un enfoque compasivo, es decir, considerando las necesidades humanas reales y buscando mejorar la calidad de vida de las comunidades.
De esta manera la familia se convierte en el primer espacio donde se aprende a convivir y desarrollar valores esenciales como el respeto, el amor y la solidaridad. Es en este núcleo donde se forman los cimientos del comportamiento humano, ya que las niñas y niños aprenden principalmente a través del ejemplo.
Cuando la empatía y la compasión se practican dentro de la familia, los niños crecen comprendiendo que sus acciones tienen consecuencias en los demás, y que ayudar a quien lo necesita, es un acto de amor. Por el contrario, en ambientes familiares conflictivos, los valores de solidaridad suelen estar ausentes, lo que genera adultos con dificultades para relacionarse y colaborar con los demás.
Lo anterior me recuerda una de las historias que me contaron en el internado de la Normal de Puente Nacional, en uno de los retiros en los que se reflexionaba sobre la vida y la importancia de mantener la esperanza de un mundo mejor. “
Una mañana un anciano caminaba por la playa, miró y vio a lo lejos lo que parecía una silueta danzante. Al acercarse se dio cuenta de que no era una silueta danzante, de hecho, era un niño pequeño que estaba recogiendo estrellas de mar de playa y estaba lanzándolas al agua una por una, recogía una estrella de mar y la mandaba de vuelta al agua. El anciano que ha tenido una vida dura, y ve las cosas un poco cínico, le dice, ¿chico que estás haciendo?, el niño le responde, ¿no ve lo que ocurre?, el sol está muy fuerte y ya bajó la marea, hay estrellas de mar en la playa, y si no las recojo y las lanzo al mar, van a morir, se van a quemar y morirán. El anciano le dice, hay miles de kilómetros de playa y miles de decenas de miles de estrellas de mar, no puedes hacer ninguna diferencia. El niño recogió una estrella de mar y la lanzó. Para esa estrella hizo la diferencia”.
La historia es una poderosa ilustración de que, si a esos miles de kilómetros de playa, lo comparamos con los innumerables desafíos ambientales, sociales, financieros y políticos, caeremos en cuenta que son muchos los desafíos que enfrenta nuestro planeta y la mayoría de la gente serán como el viejo, y dirá, no puedes hacer ninguna diferencia para qué intentarlo.
Por fortuna, hay algunos de nosotros y cada vez somos más, que dirán, déjennos recoger más estrellas de mar.
Es maravilloso destacar que las cosas no están tan mal como a veces creemos, la compasión ha venido para quedarse, y tal es el hecho de que en los últimos tiempos se cambió la posición sobre la esclavitud, el racismo, la democracia, los derechos de las mujeres, el trabajo infantil, los derechos del medio ambiente, los derechos de los seres sintientes, nos hemos vuelto más compasivos como especie y eso está cambiando los rumbos de las personas. De esta manera continuamos en la evolución de estos derechos, con el fin de ser abarcados por más territorios y generaciones. Mantengamos la esperanza de un mundo mejor sembrando luz y amor.
Por ello, es maravilloso soñar y contribuir en la construcción de un mundo de paz y amor, donde la compasión sea la norma. Sería maravilloso gestar un mundo en el que no exista la indiferencia, por ello, se vale soñar y empezar intentar encontrar los caminos por donde conducir nuestros pasos. Si bien es cierto que la humanidad es compleja y siempre existirán conflictos, una sociedad guiada por la empatía y la compasión sería más justa, menos violenta y con menos necesidad de leyes restrictivas. En lugar de actuar por obligación, las personas actuarían desde la convicción y la consciencia.
Cuando las familias cultivan la empatía, las sociedades florecen en comprensión, justicia y solidaridad. La mejor norma es aquella que nace del corazón y guía nuestras acciones sin necesidad de imposición.
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*Embajadora internacional de mujeres inquebrantables, exalcaldesa Gámbita (Santander), Abogada Especialista en Derecho Constitucional y Derecho de Tierras.
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