Por: César Mauricio Olaya Corzo/ En esta tercera entrega de esa memoria de la Bucaramanga de ayer y de antier, un capítulo que yo lo calificaría de capital, si se tiene en cuenta que fue en este acontecimiento, la llamada Guerra de los mil días, que se puede hablar de un quiebre para la disparada prosperidad conquistada en los años que pasaron entre la congregación de indios, la creación de la parroquia, los ascensos a la categoría de villa y obviamente, la coronación de su progreso al ser nombrada como capital provincial del Estado Soberano de Santander, todo ello enmarcado en un ambiente de desarrollo, pujanza económica, bienestar general y claro, las obvias situaciones de conflictos internos propios de esta misma pujanza, como el narrado la entrega pasada de la Culebra Pico de Oro.

En un ambiente propenso al desarrollo y con una economía en alza, la puja política entre el nacionalismo cuya bandera se iza desde el gobierno nacional, que para entonces engalana sus logros abrazando la nueva Constitución Nacional llevada a buen curso por el ya ex presidente Rafael Núñez y una oposición radicalista, que no aceptaba la concepción de un gobierno centralizado y al contrario, propendía por una organización de Estados federales, del que precisamente la región del Gran Santander había obtenido notorio protagonismo (incluido el primer y único presidente de Estado que ha tenido el departamento con Aquileo Parra Parra).

Este desconocimiento a regiones qué como Santander, venían liderando un notorio desarrollo económico y un liderazgo político sustantivo, sumado a situaciones de afectación a mercados tradicionales como el café, que literalmente se venía a pique, arrastrando a cientos de familias a la quiebra, se convertiría en el caldo de cultivo perfecto para alimentar un espíritu de guerra, que pronto se desataría en el cruento conflicto conocido de manera general como la Guerra de los mil días.
Las cifras eran determinantes, siendo el chelín la moneda taxativa de la época, una carga de café exportado le reportaba al cultivador un promedio que rondaba los 100 chelines. Con la caída del precio del grano, en el mejor de los casos se vendía en 60 chelines, hecho que obviamente habría de traducirse en una crisis generalizada qué, sumada a la cizaña política que le apuntaba a culpar a las directrices centrales del gobierno, fue determinante para encender la chispa del inconformismo y Santander pasaría a ser el escenario perfecto que daría lugar a la llamada Guerra de los mil días.
Palonegro un legado de calaveras
Una guerra que se libraría en decenas de batallas y escenario, pero que se cerraría en los quince días con sus noches que corrieron entre el 11 y el 25 de mayo de 1901, en la tristemente célebre Batalla de Palonegro, en un escenario que enfrentó a los ejércitos revoltosos de las tropas liberales dirigidas por el general Rafael Uribe Uribe, contra las muy organizadas tropas gobiernistas bajo el mando de los generales Próspero Pinzón, Henrique Arboleda y Ramón González Valencia entre otros.

Las cifras de esta batalla, pueden servir de parámetro para dimensionar lo que representó en términos de un conflicto que dejaría un sembrado de muerte y sangre, que, aunque hoy nos aterre, no estamos lejos de que en péndulo cíclico de la historia se volviera a repetir, entre la Colombia que hoy se sigue matando por la defensa de unos falsos lideres y una política partidista que solo beneficia a los que lanzan las cartas.
De acuerdo a lo expuesto por el historiador Emilio Arenas en su libro El juego de palo negro, las fuerzas gobiernistas integradas por la Segunda División a cargo del general Manuel M. Castro, contaba con 1,486 hombres con sus respectivos fusiles y 163.000 cartuchos. Tres batallones al mando del general Clímaco Ortiz, sumaban 537 hombres y 100 mil cartuchos. Completaban las fuerzas centralistas el batallón de artillería que bajo el mando del general Próspero Pinzón contaba con 280 hombres, 75 mil cartuchos y tres baterías de cañón.

Por su parte, las fuerzas revolucionarias estaban integradas por 1.500 hombres bajo el mando del general Rafael Uribe Uribe, 2.500 de Benjamín Herrera, 950 a cargo del General
Eugenio Sarmiento y 860 de Luis Ulloa, que en suma podrían aproximarse a los 7.000 hombres, solo que con un factor en contra y era la escasa munición para sus armas, lo que los obligó finalmente a un enfrentamiento con el limitado alcance de sus bayonetas y otras armas menores.
El 12 de mayo sería una fecha de oscuros y muy negativos resultados para las tropas liberales, cuando debieron enfrentar los refuerzos de 1.600 hombres, con cerca de 240 mil cartuchos y la letal activación de 2 cañones Bange con 200 explosivos, que harían trizas toda resistencia rebelde.
El cronista José Joaquín García en su obra Crónicas de Bucaramanga, nos lleva por un viaje por la historia de nuestra ciudad, deteniendo su pluma en el último año del siglo XIX, donde el fragor de la guerra lo obliga a atender requerimientos urgentes del gobierno en su rol de secretario de Instrucción Pública y que en aras de gozar de una radiografía muy próxima de lo que era la ciudad de la época, me permitiré transcribir el cierre magistral de estas páginas, donde resume la cifras de la ciudad de comienzos del siglo XX.
Un conteo informal de Palonegro daría cuenta que sobre la amplia zona que sirvió de campo de batalla, quedaron más de 6 mil cuerpos, la tercera parte de ellos integrantes de las fuerzas revolucionarias, cuyos sobrevivientes se desplegarían en desordenada retirada, quedando solo para la memoria la intensión de mantener una estructura de gobierno federalista y por supuesto, derivando todo ello en la más honda crisis económica, social y política para lo que fuera la pujante región del gran Santander.
Una radiografía de principios de siglo

A modo de epílogo de este capítulo de la historia de nuestra Bucaramanga, dejo en manos del cronista José Joaquín García realizar lo que podría tomarse como una radiografía de la Bucaramanga de un siglo que como lo hemos dicho, nació bajo el fragor de la guerra y la más grande debacle económica posible, que sin embargo, como lo dejan ver los escritos de García, no fueron óbice para que la ciudad siguiera conservando ese ambiente de ciudad bonita y próspera, aunque como diría la voz popular, con el luto en el alma.
“…El casco de la población contiene mil novecientas cincuenta y seis habitaciones, de las cuales mil seiscientas dos son de teja, trescientas cinco de paja y cuarenta y nueve en construcción; solamente catorce de las primeras son de piso alto. Existen, además, doscientas noventa y una tiendas: cincuenta y tres de mercancías, ciento ochenta y ocho de licores y granos y el resto de locales desocupados. Tiene treinta y tres almacenes, nueve boticas, dos librerías, cuatro templos católicos -tres en servicio y uno en construcción, -una casa consistorial, dos hospitales, un asilo de indigentes, dos carnicerías, dos cementerios, una casa de mercado, un teatro y dos parques.

Se encuentran en la localidad ciento dos talleres de artes distintas, á saber: veintidós carpinterías, ocho herrerías, cuatro hojalaterías, trece zapaterías, doce guarnicionerías, veintidós sastrerías, cuatro platerías, dos oficinas de dibujo, una fotografía, ocho peluquerías, cuatro imprentas y dos sombrererías de diferentes clases (sin contar un gran número de estas últimas, en donde se construyen los antiguos y comunes jipijapas), y diez y seis fábricas de otros artículos.
Funcionan nueve Escuelas primarias de Instrucción pública, tres Establecimientos secundarios y profesionales, una sociedad científica y trece corporaciones religiosas.
Es Bucaramanga la actual residencia de los altos poderes del Gobierno civil; de una parte, del ejército nacional y de los Cónsules de Alemania, Francia y los Estados Unidos. Hay radicados en ella dos sacerdotes, quince médicos, veinticinco abogados, trece institutores graduados, veintitrés institutoras, cinco ingenieros y muchos comerciantes y hacendados, importadores y exportadores, entre los cuales varios cuentan para sus operaciones, con fuertes capitales.
La industria de sus habitantes produce sombreros, jabón, velas, alpargatas, chocolate, cerveza, panela, lazos, cuerdas de acero, ladrillo, teja, cigarros, cigarrillos y una multitud de riquísimos dulces.
El comercio, las artes y la agricultura constituyen las principales ocupaciones de los moradores, y los que no se hallan entregados a uno de esos ramos, desempeñan, por lo general, algún cargo público.

El cultivo de la literatura y de las bellas letras no ha ganado, por desgracia, entre los habitantes, todo el adelanto que es de desearse; pero los muy señalados que trabajan en ese sentido, lo hacen con fe y perseverancia, al favor de lo cual, es posible que no muy tarde logren despertar aspiraciones nobles en el campo de los estudios.
Cruzada como está la ciudad por el alambre telefónico, las principales habitaciones se hallan unidas por una instantánea comunicación y ésta se extiende, por medio del telégrafo a los demás centros importantes del país.
Es Bucaramanga una de las pocas ciudades de la República que cuentan con alumbrado eléctrico, y sus grandes y brillantes focos permiten recorrer de noche, con completa comodidad, sus principales calles, y anuncian civilización y progreso al solitario viajero que a ella se aproxima.
Dos cosas faltan para completar las comodidades y el adelanto de la ciudad: una fuente de agua potable que surta en abundancia a los habitantes, y una vía férrea al Magdalena”.
Nota al margen: La totalidad de las fotografías que acompañan esta nota son de la autoría de Quintillio Gavassa Minelli, tomadas del libro Fotografía Italia, realizada por el periodista Edmundo Gavassa Villamizar.
Las fotografías fueron editadas e intervenidas con un proceso de colirimetría digital por el autor de esta nota.
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*Comunicador Social y fotógrafo.