Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P./ Hay un lugar en nuestro territorio en el que, se puede ver el azul del mar mientras se cruza con el del cielo que pinta algunas nubes blancas, la playa es clara y el cuadro completo parece el paraíso; como escribió Héctor Abad al inicio y al final de Angosta “Podría ser el paraíso, pero se ha convertido en un infierno”. En este caso particular, en un infierno de hambre y ausencia estatal, un infierno donde se puede producir riqueza, pero toda se escapa, en eso hemos convertido nuestra bella Guajira.
La Guajira es uno de los departamentos que ha sido condenado a la inopia en razón de la miopía tradicional que, en todos los gobiernos, no deja ver más allá de la Plaza de Bolívar y es una condena que también sufren Choco, Vaupés, Amazonas y muchos otros.
En este paraíso convertido en infierno habitan cerca de un millón de personas, según estadísticas del Dane, el 61.8% de la población era pobre en 2019, una cifra que seguramente tuvo que aumentar de forma dramática por la pandemia, tal como sucedió en todo el país.
Además de la pobreza, existe una constante apuesta de muchos por aprovecharse de la ignorancia de algunas personas en el territorio. Un ejemplo claro es la falta de estudios serios acerca del impacto social que generan los parques eólicos en la región, parques que para ser construidos requieren del ejercicio de la consulta previa, consulta que al parecer no se ha realizado de forma correcta, pues es apenas lógico que, para realizarse bien, necesite del estudio antes mencionado.
Un departamento lleno de agua y sediento suena contradictorio, pero es otra de las problemáticas de La Guajira donde se privilegia el agua que se represa del río Ranchería para cultivos como la palma y el arroz, en vez de saciar la sed de muchos de sus habitantes.
Dentro de esa bella población, que es culpable y al tiempo víctima de su condena, existen algunos jóvenes que se han atrevido a levantar la voz y a exigir el primer valor, en el que se supone, está fundada la República de Colombia: ¡la dignidad humana! Se trata de un grupo de jóvenes que se cansó de ser pisoteado y que en medio del conocido paro nacional, se atrevió a exigir ser escuchado, no solo para solucionar sus problemas, sino los de todo el departamento.
En busca de aquellas soluciones, estos jóvenes lograron establecer algunas reuniones con diferentes líderes y representantes del gobierno, en lo que denominaron Pacto por la juventud. Allí generaron un pliego de peticiones con la esperanza de encontrar respuestas eficaces por parte del Estado a cada una de las mismas; sin embargo, no fue posible negociar ni pedir a una pared, porque así se comportó el gobierno nacional, frío y sin compasión, como un muro indolente e inhumano.
El pasado primero de julio, aún en el marco del paro nacional, y cansados de la desigualdad, del abandono del Estado y la falta de garantías de cumplimiento del Pacto por la juventud, ese grupo de jóvenes líderes guajiros decidió iniciar una huelga de hambre. Colombia es un país tan extraño que algunos se ven obligados a declararse en huelga de hambre para que otros puedan comer.
Esta primera huelga, porque luego se repetiría, duró hasta el 20 de julio, terminó porque la salud de algunos líderes se empezó a ver gravemente afectada, mientras su voz seguía siendo un grito en el desierto. Incluso, las garantías estatales para la huelga no se presentaron sino hasta la pérdida del conocimiento de una de las huelguistas. Parece que en Colombia no conocemos ni siquiera el protocolo de Malta, tenemos un Estado incapaz de garantizar el derecho a la protesta social.
A pesar de todo, al menos lograron una reunión con algunos funcionarios, entre ellos Carlos Bahena, quien se desempeña como viceministro para la participación e igualdad de derechos. En dicha reunión, se acordaron algunas mesas de diálogo; sin embargo, al observar que las mesas eran una burla pues no acudían funcionarios con poder decisorio, los huelguistas decidieron volver a la lucha ahora respaldados por otras organizaciones comunales.
Fue así como el 20 de septiembre iniciaron la segunda huelga de hambre. Esta vez, se desplazaron hasta la Plaza de Bolívar intentando superar las barreras de la miopía selectiva del gobierno. Para esta oportunidad, la fuerza les daría hasta el 21 de octubre y traería más oyentes a su voz; entre otros, monseñor Luis José Rueda Aparicio (arzobispo de Bogotá y primado de Colombia) quien mencionó el 18 de octubre, en plena homilía transmitida por RCN: “Ellos vienen de La Guajira (…) donde hay una situación de injusticia estructural muy delicada”. También, pudieron intervenir en el Congreso de la República, donde dirigieron un discurso al pueblo colombiano, a dos o tres congresistas quienes les prestaron atención y una cantidad de lugares vacíos que deberían estar ocupados por padres de la patria que, seguramente, tendrían otras cosas más interesantes por hacer aquel día.
Después de esos treinta y un largos días, regresaron a sus pagos, aún sin soluciones concretas a sus peticiones, pero con la firme convicción de seguir en pie de lucha. De lo poco que lograron fue, programar una audiencia de control político en la región, que se llevará a cabo el próximo 27 de noviembre, por parte de la Comisión Cuarta del Senado, la cual se encarga de asuntos económicos. Se espera que, en esa reunión se les de voz a los líderes sociales de la región y se permita denunciar los abusos que, durante años, han recibido por parte de diferentes sectores y la marginación misma de la que hemos sido cómplices los demás colombianos y colombianas a través del silencio.
Ojalá cada uno de nosotros se preocupe un poco más por esta y otras tantas realidades de la periferia nacional. Es tiempo de observar que, en nuestro país, en pleno siglo XXI, tener acceso a los servicios públicos básicos como el agua y el alcantarillado sigue siendo un privilegio y que en lugar de estar repitiendo discursos xenófobos como el que afirma que, “esos indios venden todo lo que les dan”, observemos cómo, buena parte de esas ayudas llegan como productos de consumo de otras regiones y que allí, en La Guajira, tienen una forma distinta de vivir y alimentarse, que en lugar de seguir colonizándolos alimentariamente, es necesario garantizar que esas familias puedan subsistir de acuerdo a lo que es común en su entorno, generando a su vez un medio sostenible.
No quiero terminar sin compartirles que, a finales de noviembre o comienzos de diciembre, se llevará a cabo una gran marcha por la dignidad del pueblo guajiro, está marcha iniciaría tentativamente en Palomino y terminaría en Maicao; la intención es seguir visibilizando las problemáticas del departamento y convocando a la ciudadanía a hacer oír su voz.
Quedo con el compromiso de escribir luego sobre el desarrollo de toda esta situación, deseándole a los huelguistas con los que he podido cruzar palabras y abrazos toda mi solidaridad para esta causa que es de todos, la causa por la dignidad.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino
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