Por: Jhon F Mieles Rueda/ Aquí se produce más del 40% del cacao colombiano, se convierte en el epicentro de una oportunidad que puede cambiar la vida de miles de familias campesinas. Sin embargo, como todo en la vida, esta situación tiene dos caras, y el entusiasmo debe ir acompañado de prudencia.
En Santander, el cacao es mucho más que un producto agrícola. En municipios como El Carmen, San Vicente de Chucurí, Rionegro y Landázuri el cacao es el producto insignia por excelencia. Ver que el fruto de tanto esfuerzo se valora como merece no solo significa mejores ingresos, sino también esperanza para muchas familias que dependen de este cultivo.
Con este incremento en los precios, los cacaocultores pueden respirar un poco más tranquilos. Las ganancias adicionales están ayudando a cubrir gastos básicos, pagar deudas, mejorar las condiciones de vida en el hogar, invertir en educación para los hijos y, en algunos casos, los productores más juiciosos están renovando sus cultivos y herramientas.
Además, esta bonanza pone al cacao colombiano en la mira de mercados internacionales que buscan productos de calidad. El cacao de Santander, reconocido por su sabor y aroma excepcionales, tiene ahora una gran oportunidad de consolidarse como uno de los mejores del mundo. Esto no solo beneficia a los productores, sino que también abre nuevas posibilidades para la economía regional.
Sin embargo, pesar del optimismo, no podemos ignorar que este aumento en los precios tiene su origen en una coyuntura temporal. En África Occidental, las fuertes lluvias y sequías afectaron los cultivos de cacao en Costa de Marfil y Ghana, los mayores productores del mundo. Pero estas condiciones no son permanentes. En cuanto estos países recuperen su producción, los precios internacionales podrían bajar, como ha ocurrido antes.
Para los cacaocultores nacionales, este escenario significa que no deben confiarse. Expansiones rápidas de las áreas sembradas o inversiones impulsivas podrían ser peligrosas si los precios vuelven a caer. Además, el aumento de cultivos sin un manejo adecuado podría incrementar los riesgos fitosanitarios. Enfermedades como la moniliasis y la mazorca negra, que ya afectan algunas regiones, podrían convertirse en una amenaza mayor.
Por otro lado, existe el riesgo de que los intermediarios y especuladores intenten aprovechar la bonanza para obtener ganancias desproporcionadas, dejando a los productores con una tajada mucho menor del pastel. Es fundamental que desde entidades como el Ministerio de Agricultura se intente garantizar que los beneficios lleguen realmente a quienes se esfuerzan día a día.
Para que esta bonanza deje una huella positiva y duradera, es crucial que productores, asociaciones y gobiernos trabajen juntos. En Santander, donde el cacao es el motor de vida de muchas familias, es momento de pensar en el largo plazo y no dejarnos llevar solo por la euforia del presente.
Primero, los cacaocultores deben priorizar la sostenibilidad de sus cultivos. Esto significa cuidar los suelos, prevenir enfermedades y diversificar sus plantaciones con otros productos como plátano, cítricos o árboles maderables. De esta manera, no solo se reduce el riesgo económico, sino que también se protege el medio ambiente y se asegura la viabilidad del cacao a largo plazo.
Segundo, las asociaciones y cooperativas pueden marcar la diferencia. Cuando los productores se unen, tienen más fuerza para negociar precios justos, acceder a mercados de exportación y recibir capacitación técnica. En Santander, ya existen iniciativas que promueven el cacao fino y de aroma, pero aún hay mucho por hacer en términos de certificación, infraestructura y promoción.
Tercero, el apoyo del gobierno es clave. Más allá de aprovechar los ingresos que esta bonanza genera, se necesitan políticas que protejan a los productores de la volatilidad del mercado. Fondos de estabilización de precios, incentivos para adoptar tecnologías sostenibles y programas de investigación agrícola pueden ser herramientas valiosas para garantizar un futuro estable.
En conclusión, esta bonanza cacaotera es un regalo casi divino, pero también un desafío. Para los cacaocultores de Santander y de Colombia, es una oportunidad de mejorar su calidad de vida y soñar con un futuro más próspero.
Sin embargo, como bien saben los que trabajan la tierra, nada es seguro. Así como el cacao necesita cuidado constante, el éxito de esta bonanza dependerá de las decisiones que se tomen ahora.
Por eso, aunque hoy celebramos este momento de abundancia para el cacao colombiano, debemos mantener los pies en la tierra y las manos en el surco. Porque al final, lo que realmente hará grande a esta bonanza será nuestra capacidad de convertirla en un legado que perdure y que luego no nos veamos tan afectados cuando lleguen las ‘vacas flacas’.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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