Por: Libardo Riaño Castro/ La actual coyuntura política y social que atraviesa nuestro país, no puede cegarnos y dejarnos con un halo de indiferencia frente a la situación que nos está dejando el actual paro nacional indefinido.
Ya son varias, las semanas en las que las protestas dejaron de ser pacíficas, para convertirse en asonadas vandálicas que han ocasionado caos y desorden por doquier, sembrando el terror en las calles, y por ende la zozobra, que ya empieza a pasar cuenta de cobro a la economía, que apenas venia despertándose del letargo ocasionado por la pandemia y el confinamiento al que fuimos sometidos el año pasado.
Pero este paro, no tiene solo una causa, sino es por el contrario una sumatoria multicausal de varios factores que estaban allí latentes antes de llegar la pandemia, y que tarde o temprano tenían que salir a flote, pese a las reiteradas soluciones políticas que los gobiernos de turno, han intentado implantar como soluciones más bien mediáticas que con algún grado de profundidad, que logre solucione de raíz los grandes problemas sociales que han acompañado a los colombianos a lo largo de su historia.
Por citar, algunas de estas múltiples causas he aquí algunos ejemplos: En primer lugar el aumento de la pobreza en el país que ya sobrepasa el 42%, cifra que va en aumento por la afectación a la economía informal de la cual gran parte de la población del país, basa su sustento, pues no tienen acceso a un trabajo formal que les genere una estabilidad adquisitiva, además el cierre de empresas ha ocasionado múltiples despidos que desde luego, repercuten en el aumento del desempleo; por otro lado, la situación precaria en la que están sumidos los pequeños y medianos comerciantes por las reiteradas cuarentenas, y pico y cedula sostenidos semana a semana, que terminan por minimizar sus recursos para sostener arriendos y pago de empleados e insumos, ante la caída abismal de las ventas; y que decir de la situación de los jóvenes colombianos, que tienen poca oferta educativa de las universidades estatales, la falta de cupos, los escasos recursos para su sostenimiento, y el sostenimiento de las universidades públicas; a este panorama nada alentador, se le suma la situación de los campesinos del país, cada vez más hundidos por la falta de atención del gobierno para sacar sus productos y sostenerlos con una rentabilidad que les permita seguir produciendo y evitar así, su desplazamiento a las ciudades, a aumentar los cinturones de miseria en las periferias citadinas.
Aquí no termina la larga y quejumbrosa lista de males históricos del país, pues hay que adicionar a esta ecuación apocalíptica, la desigualdad social, el asesinato de líderes sociales, la corrupción, la brecha social y cultural latente, y como el premio mayor a todos estos males, sumémosle la migración de los ciudadanos venezolanos, que advienen al país, sin futuro, sin oportunidades, y en muchos casos, a enlistarse en las filas de la delincuencia común y organizada que opera en el país.
Sin duda, la afectación social es muy amplia y vierte en casusas que justifican el derecho a la protesta y a la reclamación por la reivindicación de los derechos sociales a los que el Estado Social de Derecho colombiano tiene el sumo deber de proveer y sostener para los ciudadanos, soberanos de nuestra patria.
Desde luego la protesta como herramienta de reclamación es válida, pero en ningún caso justifica los actos de violencia, daños al patrimonio público y privado por los medios de facto.
En el escenario descrito anteriormente, cabe una afirmación que es categórica y que está amparada por la historia de desaciertos de los gobiernos de los últimos treinta años de la era republicana colombiana, y es la falta de gobernabilidad del Estado Colombiano, más que de los presidentes de turno, porque ningún gobierno, de ninguna vertiente política o ideológica, ha logrado superar los grandes problemas históricos colombianos, que ahora de nuevo salen a la palestra publica por cuenta del Covid, que simplemente desnudo de nuevo al gobierno, pero más aun, al sistema que durante tanto tiempo, más que gobernar, ha sostenido un “estatus quo” en Colombia, que ya no puede seguir siendo sostenido, o que estas nuevas generaciones, no pretenden perpetuar.
Lo cierto es que el discurso anti sistémico proferido por el senador Gustavo Petro, es a mi modo de ver, oportunista, eleccionista y populista, en estos meses previos a las elecciones venideras, ya que para nada sostiene un mensaje reconciliador, sino más bien profundiza el sectarismo y la polarización en la que vivimos en el país, por cuenta de los sectores políticos y la desinformación que reina en las redes sociales, que dividen a los colombianos entre la forma como se debe orientar al país.
Es verdad que existe una crisis de liderazgo en el país, pues ningún protagonista político, tiene la credibilidad como un estadista que tenga la varita mágica para lograr la transformación que Colombia necesita desde la presidencia.
La solución, no se vislumbra prontamente en el horizonte cercano, pero se debe empezar a construirla como nación, sumando fuerzas, visiones, colores, banderas e ideologías, desde una perspectiva de dialogo y concertación, eliminando los odios, las barreras regionalistas, pero ante todo, entendiendo que Colombia, no es el país únicamente de mi familia y de mi entorno cercano, sino es el país del vecino, del tendero, del taxista, del carpintero, del abogado, del estudiante, de la ama de casa, del policía, de la señora que vende tintos, de todos y cada uno de los colombianos, que nacimos, crecimos y vivimos en este bello y maravilloso país, porque en lo que todos sin duda coincidimos, es que todos queremos vivir en paz, y en un país en donde el orden y el progreso sea para todos por igual.
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*Docente, Comunicador Social, Educomunicador.
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