Por: Irving Herney Pinzón/ La difícil, pero a la vez desafiante situación que vivimos como país a raíz del Covid-19 nos plantea múltiples desafíos, entre los que sobresalen: el cumplir con las cuarentenas, los toques de queda y los confinamientos responsables, medidas todas aplaudidas y necesariamente contextualizadas, en cuanto que son medios de respuesta ante los avances del coronavirus y poder así evitar la propagación de su contagio.
La implementación del teletrabajo y del estudio en casa, la espinosa situación económica y qué decir de la rumorada reforma tributaria que según algunas fuentes piensa gravar el resto de la canasta familiar y reducir el monto para declarar y pagar ha generado una carga constante de estrés, temor, ira, entre otras tantas emociones que pueden terminar afectando nuestras relaciones interpersonales.
Pese a lo difícil de la pandemia, las medidas apuntan a proteger nuestra salud y la de todos, sin embargo, para un segmento de nuestra población este encierro y la problemática social y económica puede ser doblemente complejo y significa también un riesgo.
La violencia contra la mujer no conoce de cuarentenas, ni confinamientos. Las mujeres que son víctimas de todo tipo de violencia podrían verse más expuestas a ésta porque permanecerán mayor tiempo con las parejas que las agreden, muchas veces en espacios reducidos y con la presencia de niños y niñas que podrían ser testigos y víctimas de ella y ante la mirada cómplice de las deudas, las cuentas por pagar, los pocos ingresos que hace que la crisis se acreciente, claro está sin justificar cualquier tipo de agresión.
La experiencia internacional señala que el aislamiento y la crisis integral en la que estamos sumergidos pueden generar estrés, síntomas de depresión, ira y ansiedad, efectos que pueden asociarse con un incremento en los casos de violencia doméstica. Como evidencia tenemos el caso de China, en donde se han reportado el doble de casos de violencia desde el inicio de la cuarentena. Situación que hace un llamado urgente hacer tratada, no solo desde un sector, sino desde el mismo hogar, la escuela, los medios de comunicación que terminan pecando por omisión al potencializar situaciones de objetivación de la mujer y permitiendo diversas formas de agresión.
La pandemia de la violencia hacia las mujeres jamás ha sido tratada con la diligencia con la que es tratado un virus mortal como el Covid-19, aun cuando existen datos de las consecuencias fatales de este fenómeno y su incremento; sin duda hay mucho que hacer en materia de género, y a pesar del gran número de investigaciones y del hincapié que se hace en su importancia, estamos lejos de afrontar debidamente esta problemática que existe, se ha arraigado y se ha camuflado en nuestro ambiente; mucho menos, de aceptar las consecuencias sociales, económicas y políticas que tras años han sufrido las mujeres víctimas de dicha violencia debido a los distintos aprendizajes sociales propios de nuestra cultura, donde la educación familiar está marcada por una notable tendencia hacia el machismo o el feminismo, considerados como dos tendencias radicales que terminan haciendo daño.
Es insólito y a la vez tristemente admirable lo que está sucediendo con la violencia doméstica en esta pandemia. Es doloroso ver cómo las estadísticas demuestran que el estado de emergencia en el que está el país ha incrementado el número de maltratos en los hogares, especialmente la agresión física hacia las mujeres. Es aterrador que sus propias casas sean el lugar más inseguro para tantas.
Es desgarrador que algunas mujeres en cuarentena, intentando cuidarse del Covid-19, hayan sido asesinadas por el virus de la violencia. No nos equivoquemos, ellas sí perdieron la vida gracias a una pandemia, una que lleva acechándonos por siglos, que se propaga tan rápido como el fuego, y que ha cobrado más vidas que el cáncer. ¿Es curioso no? Mientras más tiempo estemos encerrados para proteger la vida, más feminicidios y más mujeres vulnerables pueden existir. Porque el aislamiento, sin lugar a dudas, genera incertidumbre, pero para muchas ha logrado convertirse en la certeza de ser una presa más fácil y un blanco más claro de por lo general su cónyuge, o viceversa porque en la actualidad no resulta admirable la violencia contra el varón.
Es por esto que esta columna es un llamado, primero que todo, a quienes se encuentran en una situación de vulnerabilidad en sus hogares, para que sin miedo acudan a las entidades policiales o fiscales a denunciar lo que están viviendo o lo que han podido presenciar; y segundo, un llamado a las autoridades para recordarles que proteger a las víctimas de la violencia doméstica es igual o aún más importante que hacer que todos los ciudadanos cumplan con las medidas de aislamiento tomadas por el Gobierno: confinamientos, toques de queda, entre otros, sin querer decir que no son importantes. Ahora más que nunca la labor de salvar a los que estén expuestos ante el virus de la violencia intrafamiliar debe estar entre nuestras prioridades.
La pandemia ha hecho aún más visibles las profundas diferencias sociales que existen en la región, pero sobre todo la irrefutable realidad de que vivimos en una nación, en la que muchos han optado por la violencia. Nos hace falta cultura, nos hace falta educar distinto, nos hace falta empatía, nos hace falta respeto. Porque ahora que vivimos los pormenores de un virus, es aún más notoria la pobreza: tanto económica como académica y social.
En esto la prevención es clave, muchas mujeres podrían ser víctimas de violencia doméstica por primera vez y tenemos que concientizar que existen distintos tipos de agresión, que no solo se necesita de golpes físicos, para entender que hay violencia, existen diferentes formas y ninguna de ellas es aceptable ni justificable.
Es importante reiterar la importancia de reforzar la corresponsabilidad en el cuidado de niños y adultos en estos momentos de tensión; así enseñamos que todas las personas merecen el mismo respeto y evitamos perpetuar una sociedad donde unos se sienten con derechos sobre otros, incluso con el de quitarles la vida.
*Magister en Educación, Docente Investigador Filosofía y Ciencias Sociales y Candidato a Doctor en Educación.
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