Por: Holger Díaz Hernández/ “La mayoría de las redes de cooperación humana se han construido por y para la opresión y la explotación”: Yuval Noah Harari, escritor israelí.
Nos sentimos orgullosos de ser uno de los países más felices del mundo, pero esto dista mucho de la realidad que vivimos.
Los problemas estructurales que tenemos como nación son casi todos: pobreza, desigualdad social, desempleo, corrupción, violación de los derechos humanos, guerrillas, narcotráfico y una violencia sistemática que se enseñorea sobretodo entre los más desfavorecidos desde las ya lejanas épocas de la conquista.
Pero lo que estamos viviendo en los últimos meses no tiene comparación, la encuestas muestran que la mayoría de los posibles candidatos a las próximas elecciones tienen una imagen negativa mucho más alta que la positiva, tanto los de izquierda o de la derecha compiten por cuál se gana ese honor, la percepción ciudadana sobre nuestras instituciones públicas y privadas tiene clara tendencia a la baja, la confianza en el gobierno y en el futuro de la economía decrece y mientras tanto se establecen nuevos récords de casos de Covid-19, ya superan los 30.000 y cada día van en aumento, durante la última semana el número de muertes bordean las 700, pasamos de los 100.000 fallecidos y sólo en este mes de junio nos acercamos a las 20.000, sin que eso al parecer impresione o le importe a la mayoría.
A todo lo anterior se suma el paro nacional que ya lleva casi dos meses y donde como nunca se había visto en nuestra historia, el vandalismo supera con creces a la protesta social legítima.
La violencia al interior de las marchas ha sido el modus operandi de los diferentes intereses que se han construido en torno a esta forma de manifestar la rabia e impotencia de miles de colombianos que sienten que este gobierno y esta clase dirigente no los representan.
Las centrales sindicales se tomaron una vocería que nadie les dio ni nadie les pidió que hicieran, un grupo de sexagenarios que no tienen un discurso diferente al de sus propios intereses y Fecode que cada día demuestra a través de sus dirigentes que su único objetivo es el de lograr el poder político y económico, como quedó evidenciado en un video inobjetable que afortunadamente sirvió para que el comité del paro se quedara sin argumentos y los obligara a suspender las tomas de las ciudades capitales de este país.
Pero no nos podemos llamar a engaño, esto no ha cesado, están sólo en una fase de reorganización porque los objetivos de los patrocinadores de las marchas no se han cumplido cabalmente.
Recordemos que acá pululan muchos intereses: los del narcotráfico por tumbar el decreto sobre fumigación con glifosato, por lo tanto buena parte de la financiación de las primeras líneas y de la movilización de la minga indígena proviene de esta fuente, las guerrillas y los grupos de disidentes que están aprovechando este ‘papayazo’ para continuar infiltrando las universidades públicas, los políticos de la izquierda liderados por la Colombia Humana para ganar réditos de cara a la próxima elección presidencial y otros de la derecha qué están empezando a posar como de “mente abierta”, cuando desde hace décadas sabemos que en cada elección cambian de bando de acuerdo a la luz que más alumbre.
Y en la mitad los jóvenes que han servido de carne de cañón de todos. Ya sean de la policía o de los estudiantes, han puesto los cientos de heridos, decenas de desaparecidos y un número impreciso de muertos que deja como saldo el paro.
A estos se suman los vándalos que son utilizados como mercenarios y en cada localidad o en cada ciudad son reclutados y pagados con el único fin de destruir la infraestructura de las mismas y enfrentar a las fuerzas del orden produciendo el mayor daño posible.
No es el mejor momento para nuestro país, la incertidumbre ante un futuro incierto y la pérdida de valores nos tienen ante una gran encrucijada.
Y como siempre “en la pelea de los burros el que pierde es el arriero” y aquí el único arriero es el pueblo.
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*Médico cirujano y Magister en Administración.