Por: Diego Ruiz Thorrens/ (Ahora entiendo cuando ellas dicen “quiero ver el mundo arder, que no quede nada”. También desearía ver el mundo arder).
La palabra “feminicidio” es un término que al parecer pocos entendieran. “Asesinato de una mujer por el hecho de serlo”. Matar, asesinar una mujer por sólo ser mujer. ¿Muy difícil de entender?
Probemos con esta definición, más completa: “El feminicidio se refiere al asesinato de una mujer por el hecho de serlo, el final de un continuum de violencia y la manifestación más brutal de una sociedad patriarcal. Este fenómeno ha sido clasificado según la relación entre víctima y victimario en cuatro categorías: i) Feminicidio de pareja íntima, ii) Feminicidio de familiares, iii) Feminicidio por otros conocidos y iv) Feminicidio de extraños, todos estos atravesados por las diferentes opresiones que viven las mujeres día a día. El feminicidio hace parte de las múltiples y complejas violencias contra las mujeres, y no puede entenderse sólo como un asesinato individual, sino como la expresión máxima de esa violencia, en la que el sometimiento a los cuerpos de las mujeres y extinción de sus vidas tiene por objetivo mantener la discriminación y la subordinación de todas.” (ONUMujeres Colombia. Feminicidio).
¿Ahora sí nos queda claro?
La desaparición, asesinato y posterior hallazgo del cuerpo de María Angélica Polanco en el municipio de Barrancabermeja se suma a la lista de feminicidios que persiguen a las mujeres del departamento de Santander y de todo el país. Investigaciones que (casi) en su totalidad se encuentran impunes. La tragedia pareciera superar la barrera de la realidad, llegando a ser desmedidamente dolorosa, aberrante.
Para toda la sociedad y especialmente para las organizaciones que luchan(mos) en contra de la violencia que sufren las mujeres este nuevo feminicidio deja una estela de impotencia, de infinita rabia y mucho dolor. También, de preocupación.
El asesinato de María Angélica plantea muchísimas preguntas que necesitan urgente respuesta: ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad? ¿Cuándo reconoceremos de una vez por todas que somos una sociedad completamente enferma? ¿Por qué no hemos aprendido de las dolorosas pérdidas, las vidas que han sido apagadas, en el pasado? ¿Qué falta, qué necesitamos para que esta sociedad garantice la seguridad y el bienestar de todas las mujeres cuyas vidas corren peligro?
No hemos aprendido nada de nuestra violenta historia. Pareciera que, con cada feminicidio, con cada asesinato de una mujer, una adolescente e incluso de una menor, se fortaleciera la cultura patriarcal y machista cuando debería ser todo lo contrario.
El asesinato (feminicidio) de María Angélica Polanco nos recuerda otras vidas que fueron apagadas casi con la misma y brutal sevicia. También exponen la fragilidad, el fraccionamiento y hasta la mediocridad investigativa de un aparato judicial controlado mayoritariamente por hombres, personas que deshumanizan a la víctima convirtiéndolas en un número, una cifra más.
La muerte de María Angélica debe recordarnos, obligarnos a nunca olvidar los nombres de las mujeres asesinadas en manos de sus novios, de sus parejas, sus esposos. A continuación, algunas de ellas:
El 24 de septiembre de 2019 el nombre de Leidy Johana Trespalacios ocupó los principales titulares de los medios de comunicación del Magdalena Medio. La joven mujer fue asesinada de un disparo por su expareja en Barrancabermeja, un hombre que había sido denunciado por su excompañera sentimental semanas antes del asesinato (el 30 de agosto de 2019) ante la Fiscalía. El hombre tenía una orden de alejamiento, pero esto no fue suficiente para salvar la vida de la joven madre que dejó huérfanos a sus dos hijos menores.
El 24 de noviembre de 2016 los medios de comunicación nacional cubrieron otro escabroso y espeluznante caso de feminicidio: el asesinato de Yosebet Durán Guzmán, quien había sido reportada como desaparecida días anteriores del hallazgo del cuerpo.
Los medios de comunicación registraron que “la Joven fue asesinada y enterrada en el patio de una casa en Barrancabermeja”. Cuando la familia de la joven profesional de la salud reportó su desaparición, estos mismos hicieron una descripción de la más dolorosa y horrible de las escenas: “Las autoridades (que) realizaron la inspección hallaron el cadáver de la mujer enterrado en el patio de la vivienda envuelto en una bolsa negra con cinta.
La joven profesional, que laboraba en un centro de salud en Barrancabermeja, recibió varios golpes en la cabeza lo que produjo su muerte de forma inmediata. En el carro de la víctima, abandonado en un centro comercial, se hallaron rastros de sangre.”
Tanto las autoridades como medios de comunicación recogieron testimonios de personas y familiares cercanas a la víctima. En el crimen cometido contra la humanidad de Yosebet, por primera vez se mencionó que el mismo no había sido un “crimen pasional” (horrendo y errado término con el que múltiples veces la policía judicial y los medios de comunicación se refieren al asesinato de una mujer a manos de su pareja), sino que se había presentado debido a que “la relación sentimental estaba en crisis por problemas de celos.” No es la pasión la que mata, sino el odio más visceral en contra de la mujer.
Otro aspecto que también debería preocuparnos esta relacionado con la forma en que fue realizado el hallazgo del cuerpo de Angélica Polanco: el cadáver no estuvo exento de la morbosidad y la enferma actitud de decenas de personas que compartieron imágenes de la misma antes de ser retirada por las autoridades. Estamos tan podridos como sociedad que ni el cadáver de la víctima pareciera merecernos respeto.
El feminicidio de María Angélica y de todas y cada una de las mujeres cuyas vidas fueron arrebatadas violentamente expresan cómo nuestra sociedad muere lentamente día a día. También, es una expresión contundente de la discriminación y la violencia que muchas veces ejerce el Estado, la sociedad y la familia al no protegerlas ni escuchar sus voces.
Debemos trabajar para que esta violencia no sea vista como algo ajeno, aislado en nuestra sociedad. Es hora que trabajemos en contra de tanta violencia contra las niñas, adolescentes y mujeres, impidiendo que en los casos de asesinato por feminicidio los mismos caigan ante la impunidad, el vacío jurídico, la “negociación” de la pena y el silencio de las investigaciones.
Me duele confesar que después de muchísimo tiempo comprendí, sentí en la piel y en el corazón, el dolor que arroja la frase que incesantemente repiten muchísimas mujeres de los movimientos feministas, mujeres que luchan por la equidad y la igualdad en derechos, por la reducción de la violencia y que incansablemente luchan contra esta violencia: cuando tocan a una, tocan a todas.
*Director de la Corporación Conpázes – Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del Posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública ESAP – Regional Santander.
Twitter: @Diego10T