Por: Óscar Prada/ Iniciar y terminar un tópico sin herir ni tocar las fibras individuales es más complicado que el desarrollo del mismo; por ello solicito al lector que inicie su respectiva lectura desde un punto de vista pedagógico, y aleje sus posibles pasiones viscerales y automáticas para centrarse en el sustento que conforma esta columna, terminando en un aparte de introspección y conclusiones abiertas.
Les quiero comunicar la triste noticia: El Estado tiene una gran afección en la fascia que reviste sus carnes, en este mismo instante la fascitis necrosante se evidencia en las pequeñas extremidades de nuestro sistema judicial horadadas por la fascitis o el fascismo, ¿ustedes que creen?, no solo está en el parecido gramatical; ya veremos las razones que lo sustentan.
Para desarrollar el anterior tópico postulado, se requiere de principio una serie de aclaraciones en cuanto al significado de los términos empleados. Llámese Fascitis necrosante a aquella trágica enfermedad infecciosa de rápido avance que carcome tejidos y órganos que encuentra a su paso, más comúnmente denominada por el lenguaje coloquial como la “enfermedad devoradora de carne”, causada por bacterias oportunistas que se entronizan mediante heridas mal tratadas o sin posterior cuidado.
Llámese fascismo al técnicamente instaurado por Benito Mussolini, y florecido en el periodo de entreguerras (denominado aquel periodo de tensa calma entre el final de la primera guerra mundial y la antesala a la segunda Guerra Mundial), caracterizado por el totalitarismo enmarcado por la supresión de las libertades individuales, censura de los medios de comunicación, desconocimiento y aniquilación de la oposición, concentración del poder implícita en una ideología encarnada en un mentor que funge como elemento primordial e inescindible del patriotismo como debe ser. Es curiosa la tendencia al alza de democracias y movimientos políticos en América latina y Europa que enarbolan elementos esenciales del fascismo sin considerarse como tal; a dichos fenómenos los denominaremos democracias con fascitis.
Si preguntan a expertos doctrinantes en el tema del fascismo, ellos afirmarán que técnicamente en la actualidad de la política mundial no existe un régimen fascista; sin embargo, estudiosos del tema aseguran que en la actualidad existen fenómenos democráticos, que en nombre de la soberanía popular se estriban sobre cimientos represivos, racistas, y xenófobos con tintes autoritarios y pasionales. Analizando dichas particularidades, estas no son exclusivas de movimientos políticos de derecha como tradicionalmente se les adjudica a las democracias con fascitis; por el contrario, se adentran en la competencia los movimientos de izquierda reforzando los adagios populares que dictan: “los polos opuestos se atraen”, y “los extremos son malos”.
Había pasado por alto mencionar que el eje gravitacional de la política fascista, la cual adoptan las democracias con fascitis, es el tomar un chivo expiatorio a manera de comodín del todo vale que se refuerza con el surgimiento de la retórica pasional sin raciocinio; aquí tocare con mi dedo critico la llaga necrosada de la analogía de la política colombiana de la “segunda Venezuela”, “el catrochavismo”, y ahora “el petromadurismo”. Aclaro que el hecho de fijar la mirada en estos neologismos políticos, mis ideales políticos no están con la oposición de turno (que por cierto su exponente principal se suma a un nuevo caso de positividad para Covid-19).
Los fenómenos y casos como Venezuela y Cuba, donde se caracterizan por un detrimento de las libertades individuales, de prensa y legitimidad por el uso de la fuerza y poderío militar, son blancos perfectos para la justificación de los partidos de derecha que proyectan y hacen transferencia directa de sus propios defectos que proyectan en el vecino “comunista” (en el entendido de no defender los regímenes nombrados); sin embargo la justificación de los gobiernos de derecha, los cuales fundan su maniobrabilidad en el ejercicio del gobierno mediante la necrosis orgánica de sus aparatos Estatales en pro de la democracia, que descansa en los pedestales de la legitimación económica y primacía de los conglomerados empresariales de la nación; en la supresión de los derechos de las minorías y la satanización de la oposición; son las llagas que comprueban que la contrariedad que pregonan en sus adversarios configura de forma fehaciente aquella “pequeña” perversión sucia y vergonzante que les pertenecen a sus propias carnes carcomidas, las cuales cubren soterradamente en las sabanas de la demonización y escrutinio de su par contrario que paradójicamente muestra su piel ulcerada a toda luz sin ningún pudor.
Hablando de manera particular, el artículo 13 de nuestra sufriente Carta Magna dicta lo siguiente:
“Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas en favor de grupos discriminados o marginados. El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que, por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan”.
Sin embargo, vemos el efecto teflón del escurridizo poder ejecutivo de Colombia, y en este aparte me referiré a diversos personajes trascendentales de la política colombiana en pro de no enfatizar en un individuo, lo cual enunciare en fragmentos que dictan así: El proceso 8000, el caso de Odebrecht-gobierno 2010-2018, y el caso más reciente del presidente que regreso al senado y renuncia al mismo para someterse a la justicia ordinaria. Los anteriores; tres personas distintas, pero con un ideal verdadero, no determinarse en igualdad ante la ley e infringir sus propias heridas al Estado de Derecho, sin posterior tratamiento dándole paso a la justificación totalitarista del todo vale por el bien de la nación, la cual necrosa los tejidos y órganos del Estado.
Lo anterior es el despertar de un sentimiento nacional, unas voces a favor y en contra, acerca del caso del expresidente en la fiscalía, del todo lo vale, y de su airosa victoria tacita ante la justicia; la cual analizo y respeto en el entendido del sustento de su poder, capitalizado en aquella época donde fue elegido por gran mayoría para un fin en específico; recuperar la soberanía Estatal a través de la fuerza y supremacía en el campo de batalla; empero Wiston Churchill custodió a Reino Unido como primer ministro en el camino oscuro de la Segunda Guerra Mundial; contrariamente a pesar de sacar el país adelante durante el conflicto bélico, el pueblo no lo eligió para gobernar en la postguerra. En ocasiones el otoño del patriarca sucede sin que se percate de su acontecer, a causa de su obnubilada sensación de poder como quizás le sucede al mejor, al más amado y controversial presidente de nuestra historia reciente.
La necrosis de las democracias con fascistis, son de rápido avance, su afanada invasión por parte de las bacterias caudillistas, carcomen sin compasión, los órganos que cumplen funciones determinantes en el equilibrio del poder, y que son de suma importancia en la homeostasis Estatal; por ello cabe considerar que el poder que emanan los caudillos proviene de la ingesta de carne de las fascias estatales, la cual su consumo es posible gracias al pueblo como inmunosupresor por excelencia. Si bien lo alarmante no es el caudal que el expresidente amasa; sino el que acontezca el síntoma principal de las Estados con fascitis; que en pocas palabras es aquel sentido irascible de justificación del pueblo cegado que resguarda celoso el culto a sus deidades políticas, como si el ocaso nacional coincidiera con la muerte de su salvador, que fungiendo como mártir perfecto del sacrificio de su vida propia en defensa del pueblo, fuera la ofrenda perfecta para la expiación de sus “pequeñas culpas”.
Ante la omisión del vulgo, el gobernante encarna sus dignidades y endilga su propia valía y la iguala con el sentir de las mayorías sin ninguna restricción… no porque el Estado carezca de límites; sino todo lo contrario, el pensamiento inmunosupresor del común permite que siga su dogmática ingesta incontrolable de órganos, haciéndose cada vez más indispensable su presencia a manera de reemplazarlos en el shock séptico de la hecatombe, mediante sustentos sin razones configurándose como verdaderos actos de fe.
El panorama es desalentador sin duda; resulta claro que el avance es innegable, y la única manera de curar esta terrible enfermedad infecciosa es suprimir la inmunosupresión del cuerpo Estatal, comenzando por el suministro de los antibióticos de la crítica individual liberada de cualquier toxina de pasión sin fundamento, y procediendo con limpieza y asepsia, a desbridar los tejidos necróticos que corroen el Estado de manera objetiva y racional, alejando del actuar de las manos intervinientes la suciedad de las pasiones irascibles, la suciedad de las justificaciones dogmáticas, y de los egos desenfrenados; los cuales son actuares que materializan el medio perfecto para que cualquier bacteria oportunista consiga cenar a partir de nuestras carnes.
Es conveniente tomar como referencia la primera parte del cuerpo que conforma el desarrollo de este tema, y es el toque de las fibras personales y la conclusión del tópico abordado. Lo prometido es deuda, la justificación que carece de circunscripción de principios constitucionales, para enaltecer y revestir de poder sustentado en instintos pasionales a un particular, es retornar al principio de la ley del más fuerte, que fue una de las maneras más primitivas y poco civilizadas del ejercicio del poder en los albores de la organización de la jerarquía social. Es decir, justificar el poder de una persona, desconociendo la independencia de las instituciones, reforzándolo con concepciones pasionales que se alejan de un sentido lógico, destruyen la corporalidad Estatal y es sumamente peligroso tal como ocurrió con Italia y Alemania con Mussolini y Hitler, respectivamente. En conclusión, por bien intencionada que sea la propia concepción pasional, es perjudicial que el aparato estatal se mueva en pro de una persona con carisma, caracterizándola como parte imprescindible del Estado, al punto de emularla como un órgano, que más bien se asemeja a un absceso de fascismo o mejor de fascitis necrosante.
*Ingeniero Civil y Estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12