Por: Adrián Hernández/ Por los años de 1997 se conoció un caso publicado por Harvard Bussines School sobre Norman Spencer quien fue fundador de Arrowhead, una empresa dedicada al análisis cuantitativo de acciones tecnológicas y que en 22 años llegó a unos 25 mil millones de dólares en activos y un prestigio en Wall Street. Consultado y asediado todos los días por múltiples personalidades cae en el desgano y la apatía hasta el punto de llegar a ser rechazado por su esposa y sus hijos quienes finalmente lo consideran un excelente dador de recursos, pero no un padre.
Al revisar la línea de vida de Norman, se encuentra que su padre era un maestro de escuela que cayó en el alcoholismo y murió cuando el niño Norman tenía cinco años, su hermana se fue cuando tenía 14 y nunca más volvió a saber de ella y su señora madre se dedicó a oficios varios con tal de ayudarle a estudiar. Humillado y víctima de discriminación por su situación económica, finalmente encuentra a la hija de un prestigioso empresario de Texas con quien se casa y empieza a gestar lo que ya conocemos.
De los patrones comportamentales se destacan en Norman de una parte, un hombre pendiente porque a su familia no le faltará nada, generoso con sus empleados además de cercano a ellos, altruista y comprometido con causas sociales, deportista. De otra parte, una persona compulsiva por el trabajo, no acompañaba ni a sus hijos ni a su esposa a eventos familiares, prefería pasar más tiempo fuera de su casa y últimamente se le había dado por tomar alcohol. Sentado en un sillón, cerró los ojos y se dijo sonriendo: “deberíamos ser tan pero tan felices, sin embargo, nos estamos hundiendo, me estoy hundiendo”.
En el mundo de los negocios y de las empresas son bien conocidos los casos de personas superexitosas que han llevado sus emprendimientos al tope siendo considerados como personas fuera de lo común. No obstante, a pesar de ser aclamados, admirados e incluso imitados por muchos por sus habilidades gerenciales, su vida personal es un completo desastre en la que la infelicidad, sentimientos de vacío y soledad son el factor común. También hay casos en la vida común.
¿Qué pasa con el ser humano? ¿Por qué cuando creemos hallarlo todo de repente el deseo brinca y se ubica en otro lugar? ¿Podemos dejarlo todo a problemas psicológicos o hay algo más profundo que nos lleva a esa constante búsqueda, sed de infinito? En fin, son interrogantes que nos vienen todos los días y en la medida que nuestra conciencia crece se profundizan más las preguntas. Lo paradójico es que como se ha dicho, en la mediada que tenemos las respuestas, las preguntas cambian.
Como lo he venido mencionando desde hace algún tiempo en mis columnas, hay una dimensión que estando desde siempre en el ser humano en los últimos treinta años ha venido ganando fuerza sobre todo desde que la ciencia la ha volteado a ver. Se trata de la dimensión espiritual y concretamente desde lo que hoy se ha ido posicionando como Inteligencia Espiritual, que dista, aunque se complementan, de la popular y conocida Inteligencia Emocional. Al respecto el médico endocrinólogo Deepak Chopra, sostiene: “cuando la inteligencia emocional se funde con la inteligencia espiritual se transforma la inteligencia humana”.
La inteligencia espiritual hoy por hoy se nutre de distintas disciplinas como la filosofía, la teología, las neurociencias, la psicología positiva entre otras y en varios países ha sido contemplada en la educación y el mundo empresarial como campo de aplicación, tal como lo plantea el filósofo y teólogo Francesc Torralba.
Dado su centralidad en lo profundo del ser su foco principal es lo trascendente y particularmente aborda aquellas preguntas gruesas de la existencia humana como para qué nací, cuál es mi misión en esta vida, cuál es mi propósito entre otros , de tal forma que habiendo llevado a la persona a estos serios cuestionamientos le permite encontrar el sentido del vivir y al mismo tiempo la alegría por el vivir, ya que cada día le permite enamorarse de la vida y por tanto encontrar la plenitud del amor.
En estos días que tuve la oportunidad de hablar con una persona, me expresaba cómo a sus 35 años de edad llegó a considerar que su profesión por la que había luchado tanto, se le estaba convirtiendo en una pesadilla a tal punto de sentir que odiaba lo que estaba haciendo. Textualmente me expresaba: “mi vida llegó a perder el sentido, me levantaba e iba a trabajar hasta jornadas de 12 horas, de tal forma que regresaba a mi casa a dormir, dejando de lado a mi hijo y a mi esposo. Hasta que llegó el punto que no aguanté más y renuncié”.
En este mismo diálogo cuando tuve la oportunidad de manifestarle lo que es la Inteligencia Espiritual y lo que he podido avanzar con mis programas, se quedó mirándome y me dijo: “me estoy encontrando con mi espiritualidad, desde niña me la habían quitado y yo pensaba que cumplir con mis prácticas religiosas era lo mismo, ahora me doy cuenta que son diferentes, pero se pueden complementar”.
Y es así, la Inteligencia Espiritual es derivada de la teoría de las inteligencias múltiples del psicólogo Howard Gardner concretamente en la octava de ellas que la deja enunciada como inteligencia existencial. No obstante, tanto la física y filósofa Danah Zohar y el psiquiatra Ian Marshall como pioneros del tema al igual que un sin número de investigadores que se han dedicado a su estudio en los últimos treinta años lo han manifestado, ésta va mucho más allá de la existencia.
Tal vez quien más haya podido articular adecuadamente lo que se puede entender como Inteligencia Espiritual es el psicólogo Robert Emmons quien entre otras cosas sostiene que ésta reúne un número de capacidades y habilidades que llevan no solo al encuentro de lo trascendente sino además al disfrute de las tareas diarias y en el campo de las organizaciones a la cohesión de equipo y vivencia de valores éticos y morales lo que conlleva a mejorar los mismos ingresos de estas.
Norman Spencer, nuestro protagonista es una persona que sin duda es muy inteligente pero espiritualmente le falta conexión entre su cabeza, su corazón y sus manos; es decir le falta el desarrollo de las habilidades y capacidades propias de la Inteligencia Espiritual que en resumidas cuentas es la coherencia entre el pensar, sentir y el hacer. De esta forma valoraría a su familia y junto con todos sus haberes sería realmente feliz y no se estaría hundiendo como lo está sintiendo.
En próximas entregas estaré profundizando sobre el tema. Por ahora y para cerrar dejaría una acción.
Partiendo de la pregunta cuánto hace que no te detienes a contemplar un amanecer o un anochecer, date la libertad de hacerlo. ¡Qué tal si convocas a tus seres amados para hacerlo y luego comentan la experiencia ojalá en la mesa junto con una muy buena comida!
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*Filósofo y Teólogo. Psicólogo Universidad Nacional. Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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