Por: Gloria Lucía Álvarez Pinzón/ A raíz de lo que está ocurriendo en el vecino país con las elecciones presidenciales, he decidido hacer una pausa en mi acostumbrado análisis de aquellos asuntos conflictivos o de interés nacional relacionados con el medio ambiente, para concentrarme esta semana en reflexionar sobre la democracia.
Etimológicamente la palabra democracia deviene del griego “demos” y Kratos” que significan el poder de las personas, es decir el poder del pueblo.
Se afirma que, el primer modelo de democracia fue establecido en la ciudad de Atenas cinco siglos antes de la era de Cristo, aunque es altamente posible que hayan existido ejemplos de democracia más antiguos en otras partes del mundo. El modelo griego organizó una democracia directa, en la que el pueblo se ocupaba por sí mismo de tomar las decisiones que les incumbían a todos.
La democracia, ya no es directa sino representativa, pues hoy el pueblo elige a unos gobernantes que se encargan, a su vez, de tomar decisiones en nombre de todos. Estando en permanente evolución y habiéndose creado durante su desarrollo una infinidad de matices, la democracia como institución política ha subsistido por más de 25 siglos y hoy se impone como la forma más aceptada de gobierno, porque los seres humanos no hemos logrado inventar una mejor de relacionarnos entre sí, para lograr vivir en fraternidad.
Con el transcurso del tiempo se han organizado muchos esquemas de democracia; están las parlamentarias o las presidenciales, las federales o las unitarias, y pueden existir, incluso monarquías, estructuradas también bajo principios democráticos.
Esta institución es tan propia de cada país y puede ser tan variada, que no es posible afirmar que existe un único modelo democrático; por ello, puede resultar más sencillo su entendimiento cuando hacemos el ejercicio inverso e identificamos que lo que definitivamente no puede hacer parte de este concepto.
Si la democracia es el poder del pueblo, dentro de dicha noción no cabe la autocracia, que es una forma de gobierno donde solo prima la voluntad de una persona; tampoco la dictadura, que consiste en imponer por la fuerza o la violencia una forma de poder que se concentra en una sola persona o en un grupo de personas y que subyuga a los demás, reprimiendo sus derechos y libertades; como tampoco puede serlo la oligarquía, que es una forma de gobierno que concentra el poder político en un grupo minoritario de personas, olvidándose por completo de los demás.
Por tal razón, imponerse en el poder por la fuerza o “a las malas”, desconociendo la voluntad mayoritaria de un pueblo, ultrajando a los ciudadanos y violentando su derecho a la libertad de expresión, a la denuncia, a la manifestación y al disenso, entre otros muchos derechos, no puede ser considerada, de ninguna manera, una forma de gobierno democrático ni una manera legítima de llegar al poder o de perpetuarse en él.
Una democracia, para que lo sea de verdad, debe estar basada en dos principios esenciales que son, de un lado, la igualdad, que es la posibilidad de que todos tengamos las mismas oportunidades de influir en las decisiones de poder y el respeto a los intereses y a la voluntad de todos aquellos que conforman la comunidad; y de otro, la autonomía individual, que es la libertad que deben tener los individuos de controlar sus propias vidas, dentro de un concepto de razonabilidad.
Por ello, para que se pueda hablar de democracia hoy en día, debe imperar el respeto bajo los límites del bien común, de los derechos y las libertades que han sido reconocidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada en París, por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 al término de la segunda guerra mundial, y la garantía de contar con una justicia autónoma, que sea la encargada de ponderar los intereses y generar equilibrio para poder vivir en armonía y generar prosperidad.
La democracia colombiana está basada en importantes principios básicos sentados en la Constitución, que nos reconoce como un Estado social de derecho, unitario, democrático, participativo, pluralista y soberano, basado en principios de servicio, prosperidad, participación, convivencia y justicia.
Los cimientos de nuestra actual forma de organización política, son indudablemente los principios democráticos, que destacan esos valores en nuestra sociedad; derechos, libertades, igualdad y justicia; son estos especiales valores los que nos permiten desarrollarnos como individuos libres y contar con instituciones autónomas como el ejecutivo, el legislativo, el poder judicial y el electoral, entre otros, dotados de mecanismos para ejercer mutuo control, generar equilibro y equidad entre todos.
Durante décadas ha venido haciendo carrera la imposición de límites, cada vez mayores, a los derechos y las libertades ciudadanas, en la búsqueda de un supuesto interés general; también se han engrandecido los poderes del Gobierno vendiendo la idea de que son ellos quienes deben dar solución a las necesidades básicas e individuales, y brindar como dádivas, alimentación, vivienda, educación, salud, esparcimiento y bienestar, entre otros.
Quienes tienen ya metida esa idea en su cabeza, culpan al Gobierno de todo lo que ocurre en el territorio y descargan en él, la responsabilidad de darle solución a cualquier cosa que pueda suceder, incluso al interior de los hogares o en las relaciones de pareja.
Qué idea más equivocada esa y qué riesgo estamos generando con ello para nuestra sociedad y para el futuro de los que están por nacer. Quienes pregonan esa idea buscan una vida cómoda sin compromiso, ni esfuerzo y sin asumir obligaciones como individuos, familia o sociedad.
Recuerden que la responsabilidad es directamente proporcional a la libertad. Quien no asume obligaciones y deja su futuro en manos de los que gobiernan, renuncia a sus derechos y a su libertad.
Si queremos seguir siendo libres, porque hoy lo somos, debemos dejar de quejarnos; de culpabilizar a los gobernantes de nuestras incapacidades; de esperar que de lo público surjan las soluciones y los recursos para nuestra subsistencia; dejar de lado la pereza y el confort; quitarnos de encima el paradigma de la riqueza y la pobreza, salvo en el plano espiritual; y asumir cada uno sus propios retos, responsabilidades, problemas y deficiencias, y los su familia, y colaborar también la solución de los problemas que surgen en comunidad.
Si la mayoría nos volvemos autónomos y responsables, vamos a encontrarle solución a casi todos los problemas de la sociedad; y dejaremos de promover la llegada de gobernantes caudillistas, mesiánicos y populistas, que pongan en riesgo o se lleve al traste nuestra valiosa democracia, que hoy nuestro pueblo vecino añora y clama, después de 25 años de opresión.
Una cosa más, no debemos olvidar que los principios nunca fallan, lo que fallamos somos nosotros, las personas, cuando tomamos decisiones incorrectas, cuando perdemos la autoestima, cuando le dejamos espacio a la pereza física o mental, cuando no tenemos sueños ni proyectos de vida propios, cuando nos dejamos llenar de miedo o cuando se impone en nosotros, el odio, la euforia o el fervor rabioso de las masas.
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*Abogada, docente e investigadora en Derecho Ambiental.
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