Por: Beatriz E. Mantilla/ Apasionados por el fútbol o no, Diego Armando Maradona fue una figura que dejó huella. Su excepcional inteligencia deportiva hizo que el pasado 25 de noviembre fuese un día de luto para los seguidores del fútbol en el mundo.
Maradona fue un personaje que despertó pasiones, insumos para grandes debates, polémicas fuertes, por su extraordinaria capacidad física y habilidades deportivas que hicieron vibrar a una hinchada voraz por observar sus jugadas y definiciones, de obtener imborrables momentos de adrenalina, y también por los excesos que desarrolló durante toda su vida. Excesos que concluyeron con un paciente descrito por su médico personal, Leopoldo Duque, como “muy difícil, un paciente del que nadie se quiere responsabilizar para su cuidado, ayuda, por sus excesos, por su fuerza, porque tenía grandes desequilibrios emocionales, problemas de alcoholismo, exceso de drogas”.
A sus 60 años, muy joven, murió el que fue considerado por muchos como “D10s del fútbol”. Desde las diferentes cosmovisiones hay quienes enfocan con zoom sus brillantes jugadas, los trofeos obtenidos, como resultado de esa disciplina que practicó desde Villa Fiorita, cerca de Buenos Aires, el quinto de la familia conformada por ocho hermanos, los hijos de Diego Maradona y Dalma Salvadora Franco. Sus patadas de barriada, jugando como muchos de nuestros hijos, hermanos, amigos, colombianos, en potreros, improvisadas canchas de tierra, rústicas, lo llevaron a la cima, pero también al abismo.
En la precariedad de esos terrenos agrestes Maradona desarrolló su destreza técnica, en el equipo infantil “Las Cebollitas”. A sus seis años firmó contrato con Argentina Juniors, equipo de la primera división del deporte emblemático en Argentina. Allí llamó la atención de reclutadores del Boca Juniors en donde también sobresalió por su destreza para dominar el balón, logrando realizar hasta tres (3) acciones en un solo movimiento, recibiendo, controlando y descargando la esfera.
Sus cualidades extraordinarias, que denotaban su inteligencia espacial y deportiva, sorprendían por generar varias alternativas, que concluían en pases inesperados y creativos en espacios reducidos y bajo alta presión, logrando desequilibrar al equipo rival y manteniendo expectantes a los hinchas con su única visión de juego, quienes acudían al sagrado ritual deportivo en que se convirtió cada uno de sus partidos.
Desconocer las glorias y alegrías que durante varias décadas protagonizó e inspiró Diego Armando Maradona, no sería justo. En mi caso, como mamá de Nico, quién durante muy temprano encontró en el fútbol una motivación para planear su agenda, gestionar su tiempo de tal forma que lograra cumplir sus compromisos académicos e ir a entrenar, el fenómeno de Maradona es un asunto que me genera atención y me hace recordar, guardadas las proporciones, por supuesto, mi experiencia de acompañamiento en su juego. Y ello también me lleva a pensar en Dalma, su mamá, imaginarla incluso en esos interminables momentos frente al lavadero fregando una y otra vez las pantalonetas claras para eliminarle las huellas del barro que quedaban tras sus primeras caídas, pero también poniendo el alma en esas patadas fuertes que antes que llegar al balón terminaban en el cuerpo de Maradona. En mi caso, tuve la experiencia de ver caer a Nico, precisamente, tras unas patadas que recibió, normal al ser un juego de contacto, en una cancha de tierra, en el barrio Lagos de Floridablanca, Santander, y que concluyó con una fractura triple en el tobillo y restricción de juego durante más de seis meses en su primera participación en el torneo de la liga.
Y es que jugar fútbol, y de la forma excepcional, en que lo hizo Maradona requiere no solo de un gran esfuerzo físico, sino también mental. Por supuesto, me quedaría corta en espacio para recorrer sus triunfos y lo que representó en el Nápoles. Sin embargo, como ser humano y como mamá de un joven amante del fútbol, no puedo cegarme por el brillo de sus jugadas y ocultar su oscuridad. No para juzgarla, no para ponerle foco inquisidor, ¡No! Pero sí se me hace sensato reflexionar como sociedad sobre los aprendizajes que este auto-gol de auto destrucción nos deja. Por ello más que proponer una guerra respecto a su figura, creo valioso intentar comprender la forma en que como sociedad podemos evitar que nuestros deportistas terminen su vida de manera abrupta y con reiterados y graves episodios de descomposición interna y excesos que van en contravía de su bienestar.
Se trata de una reflexión respetuosa y constructiva para ayudar a desmontar a los chicos modelos que se endiosan con suma “religiosidad”, incluso por quienes se dicen “no religiosos”, al punto del fanatismo por lo que consideran un “D10s del futbol” y minimizan la masculinidad violenta que también protagonizó.
Por ello, y en el marco de ese memorable 25 de noviembre, día de la No Violencia contra la mujer, se me hace perfecto reflexionar sobre el bienestar o no que se da en esas figuras que construyen el paradigma de la felicidad sobre la acumulación de recursos, el poder, la fama, la riqueza y también la obtención de mujeres como objetos de dominación y placer.
Considero clave que, como padres, seres humanos, también conversemos con nuestros jóvenes, practiquemos y enseñemos valores de autogestión, autocuidado, auto-aceptación, autoconocimiento, como la mejor jugada que podemos hacer por nuestra vida. Quien no da sentido a su vida, quien no se ama, no se cuida, no tendrá la capacidad para cuidar a sus parejas, sus hijos, asumir su paternidad con amor, pasión, responsabilidad y no como el simple acto de desembolsar recursos y eventualmente tener actos sociales con ellos.
¿Cómo enseñarles a nuestros chicos a controlar el éxito, a gestionar la euforia que se siente, pero también la frustración, los sentimientos de ira, decepción, tristeza, y que ello no se convierta en la excusa para maltratar a las mujeres y menores de su entorno?
¿Cómo, en nuestro diverso rol social, como padres, entrenadores, compañeros, periodistas, hinchada, contribuimos a que nuestros brillantes talentos, deportivos, artísticos, intelectuales, concluyan sus vidas autodestruyéndose? ¿Cómo nuestras críticas como periodistas, nuestras permisividades como mujeres, compañeras, como autoridades, se configuran en el mejor patrón para que se sigan repitiendo estos casos? ¿Cómo los periodistas dejamos de enaltecer de forma exagerada los triunfos y los censuramos y sepultamos de manera indiscriminada cuando los resultados de los partidos no resultan como se desean? ¿Cómo gestionar un periodismo más responsable, consciente y constructivo con esas figuras? ¿Cómo nuestros líderes dejan las prácticas violentas y asumen su rol desde la asertividad y la inspiración auténtica?
¿Cómo los entrenadores se obsesionan por los resultados, por las torturantes jornadas de preparación física y se descuida el equilibrio emocional, espiritual, de nuestros deportistas, la evolución y el crecimiento de lo que da sentido a sus vidas?
No se trata, desde esta perspectiva, de considerar a Maradona víctima, ni victimario, la propuesta es reflexionar sobre la forma en que como sociedad podemos hacerlo mejor, entre todos, para que no se sigan replicando masculinidades violentas, tóxicas, y por el contrario tengamos más figuras deportivas que se retiren a disfrutar en el seno de sus familias, amigos, en contextos de armonía interior y exterior, que los veamos envejecer y nos inspiren no solo admiración por el pasado de sus éxitos sino por lo que lograron hacer en la plenitud de sus vidas con ellos mismos y con los suyos, por su legado integral.
*Comunicadora Social organizacional y periodista; docente universitaria y consultora en asuntos corporativos y de Responsabilidad Social Empresarial.