Por: Magda Milena Amado/ El discurso político en boga está constituido por estrategias de lucha contra la corrupción, discurso de usanza por la renovada clase política y la tradicional, todos hoy adalides anticorrupción, todos hoy inmaculados. Lo anterior, ha forjado el llamado populismo anticorrupción, causante de la movilización mayoritaria de sectores de la sociedad inconformes o desfavorecidos con los gobiernos locales en las elecciones y en el ejercicio veedor.
Nuestra ciudad clamaba una transformación política, una orientación de transparencia, legalidad y democratización de la administración pública, siendo la estrategia del populismo anticorrupción necesaria para obtener el despertar de la sociedad, evidenciándose en los resultados de las dos últimas elecciones.
Populismo imperioso, para lograr gestión y resultados en las decisiones e inversiones de la administración pública gracias a su apremiante visibilidad, pero este populismo, debe tener límites, de lo contrario su accionar se convierte en fuente de violación de derechos, demagogia política, mediática, odios, decisiones erróneas e improvisadas.
Dicho Populismo en Bucaramanga, trajo consigo en primer lugar una renovación en la corporación pública oportuna y bien recibida por los ciudadanos, empero también desmedida, en segundo lugar, el aumento de rencor político de la mayoría de clase política tradicional que no tuvo la capacidad de aceptar la pérdida de poder con sabiduría.
Y acá es donde inicia el decaimiento de todos los actores políticos que pierden su rumbo de la defensa del interés general sobre el particular, los unos por ser populares, por considerar que son totalmente impolutos, los otros por su deseo de destruir y obstaculizar el ejercicio de la función pública por venganza. Este accionar de populistas y rencorosos se expresa en orgullo, terquedad, intolerancia, zancadillas, irrespeto, todos defendiendo su concepción de moral y ética, visibilizándose como supuestos quijotes probos de la ciudad.
Los unos por ser populares, toman decisiones mediáticas y desacertadas sin evaluar consecuencias, los segundos realizan veeduría de rencor y venganza que cae en persecución sin sentido. Los dos sectores dedicados a una guerra de algarabías, polarización y espectáculo, dejando de lado la verdadera finalidad de su rol en el Municipio.
Todos con discursos monotemáticos anticorrupción, olvidando que este es un eje transversal de política pública, que existen otros no menos importantes como la salud, la niñez, la seguridad, que requieren atención integral para satisfacción del interés general y no simple discurso.
Las corporaciones públicas y la política no son un rin de boxeo, ni una competencia, ni un reality, son un espacio democrático para defender la ciudad en una voz y lograr su desarrollo conjuntamente. Los concejales son seres humanos, ninguno es santificado, ni son más papistas que el papa, su deber es ejercer control político y administrar nuestra ciudad con respeto a las normas éticas, constitucionales legales de un servidor público; sus acciones no deben enmarcarse en intereses personales de protagonismo o venganza, lo cual desencadena descomposición social y política.
Este artículo es una invitación a regresar a la esencia de un concejal, la búsqueda del desarrollo municipal, si al debate, pero con argumento, convicción y respeto; decía Winston Churchill, “Nunca llegaras a tu destino si te paras a tirar piedras a cada perro que ladra” Sí al debate con respeto y valorando el aporte que cada partido y cada concejal puede brindar al desarrollo social, económico y ambiental de la ciudad.
Bucaramanga es de todos, para todos, y es y debe ser siempre el objetivo esencial y unánime de la corporación pública. Es hora de anular intereses mezquinos, individuales, egos y ejercer el servicio público con prudencia y eficacia administrativa.
Nota: Próxima columna. La elección de contralor en Bucaramanga y Floridablanca: ¿Acertijo político o jurídico?
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