Por: Javier Orlando Acevedo Beltrán/ Anoche mientras algunos llegaban de las marchas que se realizaron en la ciudad bonita en la que miles de santandereanos recorrieron pacíficamente las calles de la ciudad acudiendo al llamado general en el cual se invitaba a un paro nacional; justo cuando me disponía a ir hacia mi casa en el barrio San Francisco, oí y observé lo que nunca había escuchado, miles de cacerolas, ollas, peroles o (cómo lo deseen llamar) sonando en las calles y en las alturas de los apartamentos, era un sonido realmente ensordecedor, era asombroso y colectivo.
Entonces escuché un término que jamás en mi vida había escuchado, “el cacerolazo”, me pregunté ¿de dónde salió esta expresión social y que significa?
El cacerolazo inició sobre 1830 en Francia como un gesto de rechazo a las políticas del régimen de Luis Felipe I, las personas salieron de los perfumes y el romanticismo a hacer sonar sus artesanales utensilios de cocina para dejar en claro que no estaban de acuerdo con lo que el mandatario hacía.
De igual forma y más de un siglo después, sobre 1970 y 1980 las cacerolas se hicieron sentir por primera vez en Suramérica, más exactamente en Chile donde, ante la dictadura de Pinochet, el pueblo cansado se expresó con ruido en todo el país.
Dicen algunos que estuvieron activos en esa época allá que nunca olvidarán lo qué pasó ese día; como tampoco nunca se olvidará lo que sucedió en la ciudad de los parques el 21 de noviembre del 2019 donde niños, jóvenes y abuelos, ya fuese en la calle o en las casas, hicieron sonar sus peroles como modo de protesta a las inconformidades que tienen con el gobierno del presidente Duque.
El cacerolazo nos hace entender que, deja más en la huella de un país el sonido de las cacerolas que el sonido de las balas. Así también debemos entender que la protesta es respetable y necesaria pero no se debe dejar enlodar por el vandalismo de algunos que solo quieren destruir sobre lo construido, en todo caso, parece ser que ante las inconformidades cambiaremos el Mute Santandereano por el “cacerolazo santandereano”.