Por: Jesús Heraldo Rueda Suárez/ En septiembre de 2015 una imagen recorrió el mundo encarnando la barbarie de la crisis humanitaria que desencadenan las guerras y los desesperos de los migrantes que huyen despavoridos, fue la de la fotógrafa turca Nilufer Demir quien encontró en la playa de Bodrúm, (Turquía), el cuerpo sin vida de un niño, Alain Kurdila, quien yacía boca abajo arrojado por el mar, muy pocos o casi nadie se acuerda hoy en día de Alain, porque el desarraigo y la miseria de los migrantes han sido naturalizados.
Decía el emperador, filósofo Marco Aurelio “quien vive en armonía consigo mismo, vive en armonía con el mundo”, esta es una gran verdad, de ahí debemos partir, por ello creo que el secreto para abordar este asunto tan angustioso debe partir de entender la existencia del otro, la necesidad vital que tenemos del otro; entender el significado liberador de la diferencia con el otro y aceptar esa diferencia, acabar con tanta retórica y abordar este flagelo de manera honesta, concreta y con soluciones claras reales, para así lograr la dignificación del otro.
En Colombia, las cifras de desplazamiento son aterradoras, somos ajenos a las cifras de miseria que durante décadas y bajo los diferentes gobiernos han existido y existen, es más políticos dicen que invertir en determinadas regiones es botar el dinero para no usar las frases peyorativas usadas por ellos, lo hemos aceptado y consentido, de una manera tan aberrante que ya está integrado a nuestro paisaje y a nuestro sentir.
Durante años hemos sido y aun somos campeones de la inequidad, y la indiferencia, ocupamos el quinto lugar con la mayor tasa de desempleo, 13 de cada 100 colombianos no lo tienen, son cuatro puntos por encima del promedio de porcentaje de desempleo estimado para América Latina, adicionalmente, somos el segundo país más desigual de la región y el séptimo más desigual del mundo, Un informe reciente de la Defensoría del Pueblo dice que en Colombia: “en el 2023 fueron 54.665 personas las que debieron abandonar sus hogares como víctimas de este flagelo, en 17 departamentos”, esto nos convierte en uno de los países más indiferentes del planeta por el desplazamiento forzado, es más ni los miramos; actuamos como si no existieran, somos selectivos, incluso nos molestan, esta apatía es uno de los indicadores más contundentes de que, en este país, carecemos de pensamiento crítico o de cualquiera otro ejercicio de pensamiento con sentido humano y solidario.
Somos un país sesgado por el fanatismo, con carencia de análisis, sumada a la falta de solidaridad y tolerancia, comportamientos que se han convertido en la impronta de nuestro ser, un país fragmentado donde cada bando, todos los bandos, tienen un único interés y es que todos pensemos igual, y ese igual debe ser el de ellos, porque cada bando considera que su pensar es el correcto, sin lugar a discusión, es el lado en el que se ha ubicado el fanático con convicción, es decir su lado, solo y exclusivamente su lado, la ausencia de pensamiento enceguece, incapacita para mirar, para escuchar, nada importa, el anti-pensamiento nos engaña diciéndonos que esa es la mejor manera de asumir que todo nos importa.
Estas guerras de tierra arrasada, concebidas desde la lógica de hacer desaparecer al enemigo, de no dejar piedra sobre piedra; a la manera de lo que el Estado Judío de Benjamín Netanyahu, con el apoyo de los Estados Unidos y sus aliados, protagoniza hoy en Palestina, es la barbarie en su más nítida expresión, vemos como el mundo mira con indiferencia lo que ocurre con este genocidio de Israel contra el pueblo palestino donde niños, mujeres y ancianos viven entre más de 300 toneladas de Basura, sufriendo hambre, enfermedades, desde que comenzó la guerra, más de 38.000 personas han perdido la vida y más de 90.000, resultaron heridas por los ataques de Israel, cifras que día a día crecen, de estas un 70 % de las víctimas son mujeres y niños.
En los impulsadores de esas guerras, no existe el concepto del honor, no hay honor, ni hay ética, ni hay moral en estas guerras, las cuales están inspiradas en los intereses del capital, concebidas para el exterminio, calculadas para borrar del mapa a sus víctimas, son guerras de empresarios y magnates; políticos y banqueros, paras quienes existen solo negocios, clientes y consumidores y para quienes lo demás es basura.
En Colombia, gente de diversas vertientes políticas fanáticas y sus fanáticos no ven a los desplazados, ni les interesan; todos los gobiernos incluido el que está hoy en el poder minimizan e ignoran el crecimiento de las cifras del desplazamiento, y lo hacen porque ninguno ha querido mirar hacia la violencia que lo genera; una violencia que transita camuflada entre el montón de las conversaciones que “buscan la paz” dándole nombres rimbombantes, lo que propicia, la pavorosa apatía que nos acompaña; en esa especie de indolencia bruta que ya nos caracteriza, donde la violencia expuesta, ejercida, socializada, ya no repugna, sino que divierte la violencia se ha convertido en cultura.
Aunque la violencia ha existido desde siempre, podría decirse que todas las formas de violencia que se manifiestan en el mundo de hoy, tienen una especie de carta de ciudadanía: los genocidios, las masacres, el terrorismo, la violencia delincuencial, los maltratos a los grupos más vulnerables, los abusos, el bulling, los feminicidios, los balazos e insultos a los vecinos, los disparos a los indigentes, las peleas callejeras, las llamadas palo terapias, son conductas ampliamente aceptadas, y naturalizadas, y operan como una especie de pandemia aceptada, incluso hacen carrera afirmaciones tales como que nuestra especie “es violenta por naturaleza”, si nos trasladamos a la ética de la Roma de esos tiempos, mentir no estaba prohibido porque fuera una ofensa a los dioses.
¡No!, la mentira estaba prohibida porque probaba que el mentiroso no tenía el valor de decir la verdad y asumir las consecuencias.
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*Profesional en Mercadeo
Twitter: @heraldoru
La violencia en nuestro país es la raíz de los conflictos en el orden social, determinando automáticamente la consecución de la paz, sin embargo, una verdadera paz solo es posible con la construcción de otro orden social real y no ilusorio. Gracias …excelente columna.