Por: Diego Ruiz Thorrens/ En este espacio siempre he reiterado que el odio vende. Parece no existir cosa más rentable, políticamente hablando, que una emoción que germina solo para aniquilar lo que a su paso va encontrando. El odio, acompañado de la desinformación, impulsado desde uno o varios sectores políticos que conocen bien a su público, a su vacío, aparente inocuo y siempre fiel público, robustece con capital humano su poder, poder que se recicla (no reinventa) muchas veces en cuerpo ajeno, dándoles la oportunidad de afirmar que “mantienen” los ideales de aquellos y aquellas que les antecedieron.
Mientras que en Santander, específicamente, Bucaramanga y su área metropolitana, cientos de miles de niños viven en condiciones precarias e inhumanas, un reciclado discurso político de odio emerge en un momento clave para el gobierno nacional y los sectores que buscan mayores acciones por el respeto, la inclusión y cohesión social de todas las personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas.
Este discurso, que floreció en 2016 y se consolidó como movimiento gracias a la ex – diputada y candidata a la gobernación de Santander, Ángela Patricia Hernández, brota en cuerpo (o cuerpos) ajeno, impactando un escenario clave como es la Asamblea de Santander, teniendo un claro y perverso propósito: distraer al público de los reales problemas que aquejan a la niñez en nuestra región, orientar la mirada a situaciones que, desde lo emocional, sacuden las entrañas de la sociedad pero que en un plano práctico no tienen asidero o son reales.
Para el caso, hablo de una actual diputada que se define como “pro – vida”, “pro – familia” y “defensora” de la niñez, su “lucha” o bandera va contra todo aquello que, en sus propias palabras, son “la señal del peligro sobre la patria potestad de los padres sobre sus hijos desde la infancia frente a su orientación sexual y de género”.
Es decir, en nuestra región, gracias a esta reencauchada retórica de odio, siempre ajena a la realidad, se está gestando un movimiento que busca “advertirles” a los padres de los “riesgos” y “peligros” que potencialmente podrían verse sus hijos por culpa de una ley que quiere quitarles la oportunidad de educarlos, como familia. Esta idea, casi mancondiana y que sobrepasa por lo irrisorio cualquier patraña ya conocida, únicamente tiene asidero en las mentes estrechas de aquellos que no quieren ver el cuadro completo de la realidad que viven muchos niños en Santander y que buscan apuntar su mirar en un punto minúsculo del gran cuadro.
Mientras esto sucede, acontecen varias situaciones que, al parecer, nadie quiere prestarles atención. Quizás, porque políticamente hablando, no enriquecen su caudal político o la buena imagen: en los colegios e instituciones educativas de la ciudad de Bucaramanga, los casos por bullying van en ascenso comparado con el mismo periodo de 2023; también, han aumentado los casos de violencia física y sexual contra niños, niñas y adolescente al interior de sus hogares, como lo reportaron varios medios de comunicación durante los meses de febrero y marzo.
Sin olvidar mencionar el aumento de la violencia cometida por menores en el área metropolitana, niños y niñas que son al tiempo víctimas y perpetradores, menores, muchos de ellos, que viven duras condiciones sociales y conocen de primera mano lo devastador que puede llegar ser la violencia intrafamiliar.
Este último escenario, que no es más que la réplica de la violencia que muchos menores han vivido al interior de los hogares, es la de menor interés para estos sectores “pro – niñez”, quienes prefieren, mil veces, castigar al infractor una vez alcancen la mayoría de edad, que impulsar acciones de prevención del crimen mientras éstos siguen siendo menores, promoviendo acciones para una mejor educación, integración social y oportunidades sociales tan pronto sean adultos.
Pero como arriba mencioné, es más rentable promover el odio inventando escenarios apocalípticos donde supuestamente a los padres se les arrebatará de tajo su responsabilidad hacia con sus hijos, que buscar la promoción de acciones donde lo primario, lo primordial, sea la protección real de los menores, previniendo la violencia que les rodea, violencia que está registrada, que la tenemos identificada, y en que poco o nada asumimos responsabilidad como sociedad.
Adenda: ¿dónde quedó el disgusto, la indignación y la movilización social por el cierre de la Casa Búho de Bucaramanga? A principios de 2024, uno de los principales medios de comunicación de la región denunció que el cierre de la Casa Búho de Bucaramanga afectaría a los menores hijos de madres cabezas de familia que viven con escasos recursos. Pero ahora que este bellísimo proyecto cerró sus puertas (ya van más de dos meses), ¿Por qué nadie dice nada? ¿Dónde están los escuderos de la niñez?
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*Estudiante de Maestría en DDHH y gestión del posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Seccional Santander
X: @DiegoR_Thorrens