Por: Deivy Fernando Vega Herrera/ En los colombianos se ha arraigado la idea de que los colegios públicos no son la mejor opción para sus hijos. Tanto es así que el mismo Gustavo Petro prefiere que su hija estudie en un colegio privado de élite antes que en un colegio público[1]. Este marcado desapego de la sociedad colombiana con la educación pública refleja las profundas desigualdades sociales que promueve nuestro sistema educativo en el país.
Normalmente, en la medida en que una familia tiene más ingresos y comodidades es mucho menos probable que decidan matricular sus hijos en un colegio público. Así lo ha constatado desde hace más de 10 años el investigador colombiano, Mauricio García Villegas, quien cree que esto ha constituido en Colombia un sistema de apharteid educativo: es decir, un sistema que divide las clases sociales en donde los hijos de los ricos estudian juntos y reciben educación privada de calidad mientras que los hijos de los pobres estudian juntos y reciben educación pública de calidad variada[2][3]. Este sistema facilita que los ricos sigan siendo ricos y los pobres sigan siendo pobres, lo que explica las pocas posibilidades que tienen los más pobres en el país de ascender socialmente (es decir, la baja movilidad social).
Según el PhD en Economía, Leopoldo Fergusson, la causa del problema con la educación escolar en Colombia es cultural y se explica por nuestra historia política. Para Fergursson, el factor determinante estuvo en que el crecimiento demográfico y social que tuvo Colombia a finales del siglo XIX y principios del siglo XX no fue acompañado por una respuesta integral del estado en proveer servicios públicos de calidad. Esta dinámica normalizó en la cultura colombiana la idea de que los servicios “buenos” eran ofertados por privados, lo que redujo progresivamente la exigencia de la sociedad al Estado para que mejoraran la oferta de servicios públicos. Todo este contexto desencadena lo que Fergusson llamó “la trampa de la debilidad de los bienes públicos”[4].
La hipótesis de Fergusson ilustra que la falta de interés ciudadano en exigir es la clave en la debilidad que tiene hoy la educación escolar pública frente a la privada. A muy pocos colombianos realmente les importa que mejore o no la calidad en los colegios públicos porque la mayoría prefiere que sus hijos estén en colegios privados. Incluso políticos que posan de progresistas como Gustavo Petro prefieren los colegios privados de élite para sus hijos. Esta condición crea un círculo vicioso que recrudece las brechas sociales entre ricos y pobres, ya que en principio la educación pública no se compra con dinero, sino con el derecho que se adquiere por el hecho de ser ciudadano colombiano. Esto explica por qué la educación pública llega principalmente a los menos privilegiados, lo que se evidencia con el hecho de que la mayoría de familias en estratos más bajos tienen a sus hijos en colegios públicos, mientras que la mayor parte de las familias de estratos más altos tienen a sus hijos en colegios privados3.
Gracias a esta cultura despreocupada por la educación pública, es que nos incomoda cuando se hacen protestas para exigir mejoras en ella. El ejemplo son el poco apoyo que reciben las protestas organizadas en defensa de la educación pública. Normalmente cuando se requiere exigirle al estado mayor inversión en colegios o universidades públicas, son pocos los que se movilizan por esta causa. El poco interés general en el tema facilita la «trampa de radicalización»[5], en la cual los más radicales de colectivos como Fecode o la CUT son quienes llevan las banderas de las protestas, lo que facilita su desacredito. El problema radica en que, cuando una protesta es respaldada principalmente por los más radicales, esta está condenada al fracaso, dado que el éxito de una protesta depende directamente del apoyo general de la sociedad. Y cuando hablamos de manifestaciones en favor de la educación pública, el apoyo de la gente que no está vinculada a un grupo radical es mínimo, por no decir nulo.
Más allá del respaldo que pueda recibir o no, la educación pública es la clave para construir una sociedad más justa y menos desigual en el país. Tal como señala Fergursson, nuestra indiferencia como ciudadanos con la educación pública ha sido el factor principal que ha generado que en Colombia el sistema educativo acentúe las desigualdades sociales. La única manera para salir de esta trampa de la debilidad de los bienes públicos en educación es que como colombianos nos apropiemos de las causas públicas y empecemos a exigir al Estado una mejor calidad en la educación escolar para todos, y no únicamente para los que pueden pagar un colegio privado de élite. La educación de calidad no debería ser un privilegio para los más ricos, sino un derecho universal al alcance de todos. Solo de esta manera se podrá garantizar que cada estudiante, sin importar su condición o procedencia social, tenga la oportunidad de avanzar y mejorar tanto su calidad de vida como la de aquellos que lo rodean.
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*Economista y Magíster en Economía y Desarrollo. Asesor pensional independiente con experiencia certificada con Colpensiones y empresas privados. Investigador interesado en la academia.
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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[1] Juan Sebastián Lombo Delgado (Febrero, 2024). Presidente Petro condecora con orden de Boyacá al Liceo Francés. El Tiempo.
[2] García Villegas, M., & Quiroz López, L. (2011). Apartheid educativo: educación, desigualdad e inmovilidad social en Bogotá. Revista de Economía Institucional, 13(25), 137-162.
[3] Villegas, M. G., & Fergusson, L. (2021). Educación y clases sociales en Colombia. Documentos Dejusticia 70.
[4] Fergusson, L. (2019). Who wants violence? The political economy of conflict and state building in Colombia. Cuadernos de Economía, 38(78), 671-700.
[5] Jorge Raedó (Enero, 2022) La quinta puerta. De cómo la educación en Colombia agudiza las desigualdades en lugar de remediarlas. Fronterad.